OCTAVIO PAZ JUAN DEL ENCINA CRISTÓBAL DE CASTILLEJO GARCILASO DE LA VEGA SANTA TERESA DE JESÚS SANTA TERESA DE JESÚS GREGORIO SILVESTRE FRAY LUIS DE LEÓN FRAY LUIS DE LEÓN FRAY LUIS DE LEÓN FRAY LUIS DE LEON BALTASAR DEL ALCÁZAR FRANCISCO DE ALDANA FRANCISCO DE ALDANA FRANCISCO DE LA TORRE FRANCISCO DE LA TORRE VICENTE ESPINEL MIGUEL DE CERVANTES LÓPEZ MALDONADO LOPE DE VEGA LOPE DE VEGA LOPE DE VEGA LUIS DE GÓNGORA LUIS DE GÓNGORA LUIS DE GÓNGORA LUIS DE GÓNGORA FRANCISCO DE QUEVEDO FRANCISCO DE QUEVEDO FRANCISCO DE QUEVEDO FRANCISCO DE QUEVEDO FRANCISCO DE RIOJA LUIS CARRILLO Y SOTOMAYOR PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA GABRIEL BOCÁNGEL SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ DIEGO DE TORRES VILLARROEL TOMÁS DE IRIARTE JOSÉ CADALSO ÁNGEL DE SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS JOSÉ DE ESPRONCEDA GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER SERAFÍN ESTÉBANEZ CALDERÓN ROSALÍA DE CASTRO ROSALÍA DE CASTRO JOSÉ MARÍA BARTRINA JOSÉ SELGAS O.Paz |
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Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima, silencio que habla, tempestades sin viento, mar sin olas, pájaros presos, doradas fieras adormecidas, topacios impíos como la verdad, o toño en un claro del bosque en donde la luz canta en el hombro de un árbol y son pájaros todas las hojas, playa que la mañana encuentra constelada de ojos, cesta de frutos de fuego, mentira que alimenta, espejos de este mundo, puertas del más allá, pulsación tranquila del mar a mediodía, absoluto que parpadea, páramo. |
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No te tardes que me muero carcelero, no te tardes que me muero. Apresura tu venida porque no pierda la vida que la fe no está perdida. Carcelero, no te tardes que me muero. Sácame de esta cadena, que recibo muy gran pena pues tu tardar me condena. Carcelero, no te tardes que me muero. La primera vez que me viste, sin lo sentir me venciste; suéltame pues me prendiste. Carcelero, no te tardes que me muero. La llave para soltarme he de ser galardonarme, prometiendo no olvidarme. Carcelero, no te tardes que me muero. |
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Villancico No pueden dormir mis ojos, no pueden dormir. | Arriba |
Pero, ¿cómo dormirán cercados en derredor de soldados de dolor, que siempre en armas están? Los combates que les dan no los pudieron sufrir; no pueden dormir. Alguna vez, de cansados del angustia y del tormento, se duermen que no lo siento, que los hallo transportados; pero los sueños pesados no les quieren consentir que puedan dormir. Mas ya que duermen un poco: están tan desvanecidos, que ellos quedan aturdidos, yo poco menos de loco; y si los muevo y provoco con cerrar y con abrir, no pueden dormir. |
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Soneto XXIII | Arriba |
En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende al corazón y lo refrena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera, por no hacer mudanza en su costumbre. |
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Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero. | Arriba |
Vivo ya fuera de mí después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí. Cuando el corazón le di puse en él este letrero: que muero porque no muero. Esta divina prisión del amor con que yo vivo ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. Quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero. Sólo con la confianza vivo de que he de morir, porque muriendo el vivir me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero. Mira que el amor es fuerte, vida, no me seas molesta; mira que sólo te resta, para ganarte, perderte. Venga ya la dulce muerte, el morir venga ligero, que muero porque no muero. Aquella vida de arriba es la vida verdadera; hasta que esta vida muera, no se goza estando viva. Muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que vive en mí, si no es el perderte a ti para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero. |
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Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta. |
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Decid los que tratáis de agricultura: en este valle umbroso y desabrido ¿qué fruto del deleite habéis tenido que no se os torne luego en amargura? Del gusto y del regalo y la dulzura ¿qué espigas y qué grano habéis cogido que no salga nublado y revenido del silo de la triste sepultura? Del mal terreno y mala sementera ¿qué se puede segar, sino sospecha, disgusto, confusión, remordimiento? El alma siente ya desde la era cómo ha de baratar de la cosecha agosto seco, de eternal tormento. |
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Canción de la vida solitaria | Arriba |
¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido; que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio Moro, en jaspe sustentado! No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado; si, en busca de este viento, ando desalentado con ansias vivas, con mortal cuidado? ¡Oh monte, oh fuente, oh río! ¡Oh secreto seguro, deleitoso! Roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de a quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido. Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo. A solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto; y como codiciosa por ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura. Y luego, sosegada, el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo y con diversas flores va esparciendo. El aire del huerto orea y ofrece mil olores al sentido; los árboles menea con un manso ruido que del oro y del cetro pone olvido. Téngase su tesoro los que de un falso leño se confían; no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían. La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me basta, y la vajilla de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserable- mente se están los otros abrasando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando; a la sombra tendido, de hiedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado. |
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Noche serena A don Loarte | Arriba |
Cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo, de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado, el amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente; despiden larga vena los ojos hechos fuente, Loarte, y digo al fin con voz doliente: “Morada de grandeza, templo de claridad y de hermosura, el alma, que a tu alteza nació, ¿qué desventura la tiene en esta cárcel baja, oscura? “¿Qué mortal desatino de la verdad aleja así el sentido, que de tu bien divino olvidado, perdido, sigue la vana sombra, el bien fingido? “El hombre está entregado al sueño, de su suerte no cuidando, y con paso callado el cielo, vueltas dando, las horas del vivir le va hurtando. “¡Oh, despertad, mortales, mirad con atención en vuestro daño! Las almas inmortales, hechas a bien tamaño, ¿podrán vivir de sombra y de engaño? “¡Ay, levantad los ojos aquesta celestial eterna esfera!, burlaréis los antojos de aquesa lisonjera vida, que cuanto teme y cuanto espera. “¿Es más que un breve punto el bajo y torpe suelo, comparado con ese gran trasunto do vive mejorado lo que es, lo que será, lo que ha pasado? “Quien mira el gran concierto de aquestos resplandores eternales, su movimiento cierto, sus pasos desiguales, y en proporción concorde tan iguales; “la luna cómo mueve la plateada rueda, y va en pos de ella la luz do el saber llueve, y la graciosa estrella de Amor la sigue reluciente y bella; “y cómo otro camino prosigue el sanguinoso Marte airado, y el Júpiter benigno, de bienes mil cercado, serena el cielo con su rayo amado; “rodéase en la cumbre Saturno, padre de los siglos de oro; tras él la muchedumbre del reluciente coro su luz va repartiendo y su tesoro. “¿Quién es el que esto mira, y precia la bajeza de la tierra, y no gime y suspira y rompe lo que encierra el alma y de estos bienes la destierra? “Aquí vive el contento, aquí reina la paz; aquí, asentado en rico y alto asiento está el Amor sagrado, de glorias y deleites rodeado. “Inmensa hermosura aquí se muestra toda, y resplandece clarísima luz pura que jamás anochece: eterna primavera aquí florece. “¡Oh campos verdaderos! ¡Oh prados con verdad frescos y amenos! ¡Riquísimos mineros! ¡Oh deleitosos senos! ¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!” |
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Oda a Francisco de Salinas | Arriba |
El aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, Salinas, cuando suena la música extremada, por vuestra sabia mano gobernada. A cuyo son divino el alma, que en olvido está sumida, torna a cobrar el tino y memoria perdida de su origen primera esclarecida. Y como se conoce, en suerte y pensamientos se mejora; el oro desconoce, que el vulgo vil adora; la belleza caduca, engañadora. Traspasa el aire todo hasta llegar a la más alta esfera, y oye allí otro modo de no perecedera música, que es la fuente y la primera. Ve cómo el gran maestro, aquesta inmensa cítara aplicado, con movimiento diestro produce el son sagrado, con que este eterno templo es sustentado. Y como está compuesta de números concordes, luego envía consonante respuesta; y entre ambas a porfía se mezcla una dulcísima armonía. Aquí la alma navega por un mar de dulzura, y finalmente en él así se anega que ningún accidente extraño y peregrino oye o siente. ¡Oh desmayo dichoso!, ¡oh muerte que das vida! ¡Oh dulce olvido! ¡Durase en tu reposo sin ser restituido jamás a aqueste bajo y vil sentido! A este bien os llamo, gloria del apolíneo sacro coro, amigos, a quien amo sobre todo tesoro, que todo lo visible es triste lloro. ¡Oh, suene de continuo, Salinas, vuestro son en mis oídos, por quien al bien divino despiertan los sentidos quedando a lo demás amortecidos! |
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En la Ascensión | Arriba |
¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro? Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿a dó volverán ya sus sentidos? ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro la hermosura que no les sea enojos? Quién oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá por sordo y desventura? Aqueste mar turbado ¿quién le pondrá ya freno?, ¿quién concierto al fiero viento airado, estando tú encubierto? ¿Qué norte guiará la nave al puerto? Ay, nube envidiosa aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas? ¿Dónde vas presurosa? ¡Cuán rica tú te alejas! ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! |
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Yo acuerdo revelaros un secreto en un soneto, Inés, bella enemiga; mas, por buen orden que yo en éste siga, no podrá ser en el primer cuarteto. Venidos al segundo, yo os prometo que no se ha de pasar sin que os lo diga; mas estoy hecho, Inés, una hormiga, que van fuera ocho versos del soneto. Pues ved, Inés, qué ordena el duro hado, que teniendo el soneto ya en la boca y el orden de decirlo ya estudiado, conté los versos todos y he hallado que, por la cuenta que a un soneto toca, ya este soneto, Inés, es acabado. |
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Mil veces callo que romper deseo el cielo a gritos, y otras tantas tiento dar mi lengua voz y movimiento, que en silencio mortal yacer la veo. Anda cual velocísimo correo por dentro al alma el suelto pensamiento con alto y de dolor lloroso acento, casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo. No halla la memoria o la esperanza rastro de imagen dulce y deleitable con que la voluntad viva segura. Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza, muerte que tarda, llanto inconsolable, desdén del cielo, error de la ventura. |
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En fin, en fin, tras tanto andar muriendo, tras tanto variar vida y destino, tras tanto, de uno en otro desatino, pensar todo apretar, nada cogiendo, tras tanto acá y allá yendo y viniendo cual sin aliento inútil peregrino, ¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino, yo mismo de mi mal ministro siendo, hallo, en fin, que ser muerto en la memoria del mundo es lo mejor que en él se esconde, pues es la paga de él muerte y olvido, y en un rincón vivir con la victoria de sí, puesto el querer tan sólo adonde es premio el mismo Dios de lo servido |
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¡Cuántas veces te me has engalanado, clara y amiga noche; cuántas, llena de oscuridad y espanto, la serena mansedumbre del cielo me has turbado! Estrellas hay que saben mi cuidado y que se han regalado con mi pena; que, entre tanta beldad, la más ajena de amor tiene su pecho enamorado. Ellas saben amar, y saben ellas que he contado su mal llorando el mío, envuelto en los dobleces de tu manto. Tú, con mil ojos, noche, mis querellas oye y esconde, pues mi amargo llanto es fruto inútil que al amor envío. |
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Noche, que en tu amoroso y dulce olvido escondes y entretienes los cuidados del enemigo día y los pasados trabajos recompensas al sentido. Tú que de mi dolor me has conducido a contemplarte y contemplar mis hados, enemigos ahora conjurados contra un hombre del cielo perseguido. Así las claras lámparas del cielo siempre te alumbren, y tu amiga frente de beleño y ciprés tengas ceñida, que no vierta su luz en este suelo el claro sol mientras me quejo ausente de mi pasión. Bien sabes tú mi vida. |
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El bermellón a manchas se mostraba en el pardo y azul, con vario adorno del blanco y jalde, realzado en torno sobre Titán, que ya su ardor negaba. La negra noche a más andar se entraba del claro día oscuro desadorno, cuando los ojos a una parte torno de un alto bien dudoso que esperaba. ¡Gloria del mundo!, digo, y luego veo de gloria el suelo, calle y alma llenas de una luz que salió, que a Febo alcanza. Alégrate de hoy más, dijo, Liseo, que quien tan bien amó sufriendo penas, sabrá estimar el bien de la esperanza. |
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Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla | Arriba |
—”¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no suspende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza? Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza. Apostaré que el ánima del muerto por gozar de este sitio hoy ha dejado la gloria, donde vive eternamente”. Esto oyó un valentón y dijo: —”Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado. Y el que dijere lo contrario, miente”. Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. |
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Desta nube que ha tanto ya que llueve por mis cansados ojos agua tanta, desta que a cualquier sitio a cualquier planta en abundancia a humedecer se atreve, desta que el corazón hace de nieve y con ardiente rayo le quebranta y con viento inclemente que la espanta amargas olas en mi alma mueve, ¿cuándo la lluvia larga e importuna, el viento fiero, el fuego intolerable, la helada nieve menguarán su fuerza? Fin pues suele tener cualquier fortuna, no suele ser el mal siempre durable, sino en mí, que hasta el bien me le refuerza. |
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A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. No sé qué tiene la aldea donde vivo y donde muero, que con venir de mí mismo no puedo venir más lejos. Ni estoy bien ni mal conmigo; mas dice mi entendimiento que un hombre que todo es alma está cautivo en su cuerpo. Entiendo lo que me basta, y solamente no entiendo cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio. De cuantas cosas me cansan, fácilmente me defiendo; pero no puedo guardarme de los peligros de un necio. El dirá que yo lo soy, pero con falso argumento, que humildad y necedad no caben en un sujeto. La diferencia conozco, porque en él y en mí contemplo, su locura en su arrogancia, mi humildad en su desprecio. O sabe naturaleza más que supo en otro tiempo, o tantos que nacen sabios es porque lo dicen ellos. “Sólo sé que no sé nada”, dijo un filósofo, haciendo la cuenta con su humildad, adonde lo más es menos. No me precio de entendido, de desdichado me precio, que los que no son dichosos, ¿cómo pueden ser discretos? No puede durar el mundo, porque dicen, y lo creo, que suena a vidrio quebrado y que ha de romperse presto. Señales son del juicio ver que todos le perdemos, unos por carta de más otros por cartas de menos. Dijeron que antiguamente se fue la verdad al cielo; tal la pusieron los hombres que desde entonces no ha vuelto. En dos edades vivimos los propios y los ajenos: la de plata los extraños y la de cobre los nuestros. ¿A quién no dará cuidado, si es español verdadero, ver los hombres a lo antiguo y el valor a lo moderno? Todos andan bien vestidos y quéjanse de los precios, de medio arriba romanos, de medio abajo romeros. Dijo Dios que comería su pan el hombre primero con el sudor de su cara por quebrar su mandamiento, y algunos, inobedientes a la vergüenza y al miedo, con las prendas de su honor han trocado los efectos. Virtud y filosofía peregrinan como ciegos; el uno se lleva al otro, llorando van y pidiendo. Dos polos tiene la tierra, universal movimiento; la mejor vida el favor, la mejor sangre el dinero. Oigo tañer las campanas, y no me espanto, aunque puedo, que en lugar de tantas cruces haya tantos hombres muertos. Mirando estoy los sepulcros cuyos mármoles eternos están diciendo sin lengua que no lo fueron sus dueños. ¡Oh, bien haya quien los hizo, porque solamente en ellos de los poderosos grandes se vengaron los pequeños! Fea pintan a la envidia, yo confieso que la tengo de unos hombres que no saben quién vive pared en medio. Sin libros y sin papeles, sin tratos, cuentas ni cuentos, cuando quieren escribir piden prestado el tintero. Sin ser pobres ni ser ricos, tienen chimenea y huerto; no los despiertan cuidados, ni pretensiones, ni pleitos. Ni murmuraron del grande, ni ofendieron al pequeño; nunca, como yo, firmaron parabién, ni pascuas dieron. Con esta envidia que digo y lo que paso en silencio, a mis soledades voy, de mis soledades vengo. |
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¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío pasas las noches del invierno oscuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el ángel me decía: “Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía”! ¡Y cuántas, hermosura soberana, “Mañana le abriremos” respondía, para lo mismo responder mañana! |
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Versos de amor, conceptos esparcidos, engendrados del alma en mis cuidados, partos de mis sentidos abrasados, con más dolor que libertad nacidos; expósitos al mundo en que, perdidos, tan rotos anduvisteis y trocados, que sólo donde fuisteis engendrados fuérades por la sangre conocidos. Pues que le hurtáis el laberinto a Creta, a Dédalo los altos pensamientos, la furia al mar, las llamas al abismo, si aquel áspid hermoso no os aceta, dejad la tierra, entretened los vientos: descansaréis en vuestro centro mismo. |
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La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado, y a no envidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes, no toquéis, si queréis vida, porque entre un labio y otro colorado Amor está de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas que al Aurora diréis que aljofaradas y olorosas se le cayeron del purpúreo seno. Manzanas son de Tántalo y no rosas, que después huyen del que incitan ahora y sólo del Amor queda el veneno. |
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De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado | Arriba |
Descaminado, enfermo, peregrino, en tenebrosa noche, con pie incierto la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino. Repetido latir, si no vecino, distinto oyó de can siempre despierto, y en pastoral albergue mal cubierto piedad halló, si no halló camino. Salió el sol, y entre armiños escondida, somnolienta beldad con dulce saña salteó al no bien sano pasajero. Pagará el hospedaje con la vida; más le valiera error en la montaña que morir de la suerte que yo muero. |
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De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler | Arriba |
Prisión de nácar era articulado, de mi firmeza un émulo luciente, un diamante, ingeniosamente en oro también él aprisionado. Clori, pues, que su dedo apremiado de metal, aun precioso, no consiente, gallarda un día, sobre impaciente, lo redimió del vínculo dorado. Mas, ay, que insidioso latón breve en los cristales de su bella mano sacrílego divina sangre bebe: púrpura ilustró menos indiano marfil; envidiosa, sobre nieve claveles deshojó la Aurora en vano. |
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Ándeme yo caliente, y ríase la gente. Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañana de invierno naranjada y aguardiente, y ríase la gente. Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados como píldoras dorados, que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. Cuando cubra las montañas de plata y nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del rey que rabió me cuente, y ríase la gente. Busque muy en hora buena el mercader nuevos soles; yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. Pase a media noche el mar y arda en amorosa llama Leandro por ver su dama; que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel, que de Píramo y su amada hace tálamo una espada, do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel, y la espada sea mi diente, y ríase la gente. |
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Represéntase la brevedad de lo que se vive | Arriba |
¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde? Aquí de los antaños que he vivido; la Fortuna mis tiempos ha mordido, las horas mi locura las esconde. ¡Que sin poder saber cómo ni adónde, la salud y la edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. Ayer se fue, mañana no ha llegado, hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado. En el hoy y mañana y ayer junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto. |
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Sin Título | Arriba |
Poderoso caballero es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo; que, pues doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. Nace en las Indias honrado donde el mundo le acompaña; viene a morir en España y es en Génova enterrado; y pues quien le trae al lado es hermoso aunque sea fiero, poderoso caballero es don Dinero. Es galán y es como un oro, tiene quebrado el color, persona de gran valor, tan cristiano como moro; pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don Dinero. Son sus padres principales, y es de nobles descendiente, porque en las venas de Oriente todas las sangres son reales; y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero, poderoso caballero es don Dinero. Mas ¿a quién no maravilla ver en su gloria sin tasa que es lo menos de su casa doña Blanca de Castilla? Pero pues da al bajo silla, y al cobarde hace guerrero, poderoso caballero es don Dinero. Sus escudos de armas nobles son siempre tan principales, que sin sus escudos reales no hay escudos de armas dobles; y pues a los mismos robles da codicia su minero, poderoso caballero es don Dinero. Por importar en los tratos y dar tan buenos consejos, en las casas de los viejos gatos le guardan de gatos; y pues él rompe recatos y ablanda al juez más severo, poderoso caballero es don Dinero. Y es tanta su majestad, aunque son sus duelos hartos, que con haberle hecho cuartos no pierde su autoridad; pero pues da calidad al noble y al pordiosero, poderoso caballero es don Dinero. Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que las caras de un doblón hacen sus caras baratas; y pues las hace bravatas desde una bolsa de cuero, poderoso caballero es don Dinero. Más valen en cualquier tierra, mirad si es harto sagaz, sus escudos en la paz que rodelas en la guerra; y pues al pobre lo entierra y hace propio al forastero, poderoso caballero es don Dinero. |
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Reconocimiento de la vanidad del mundo | Arriba |
Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salime al campo, vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados que con sombras hurtó su luz al día. Entré en mi casa, vi que amancillada de anciana habitación era despojos; mi báculo, más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. |
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A una nariz | Arriba |
Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase una alquitara medio viva, érase un peje espada mal barbado. Era un reloj de sol mal encarado, érase un elefante boca arriba, érase una nariz sayón y escriba, un Ovidio Nasón mál narigado. Érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egito, las doce tribus de narices era. Érase un naricísimo infinito, frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito. |
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A la rosa | Arriba |
Pura, encendida rosa, émula de la llama que sale con el día, ¿cómo naces tan llena de alegría si sabes que la edad que te da el cielo es apenas un breve y veloz vuelo, y ni valdrán las puntas de tu rama ni púrpura hermosa a detener un punto la ejecución del hado presurosa? El mismo cerco alado que estoy viendo riente, ya temo amortiguado, presto despojo de la llama ardiente. Para las hojas de tu crespo seno te dio Amor de sus alas blandas plumas, y oro de su cabello dio a tu frente, ¡oh fiel imagen suya peregrina! Bañote de su color sangre divina de la deidad que dieron las espumas, ¿y esto, purpúrea flor, esto no pudo hacer menos violento el rayo agudo? Róbate en una hora, róbate silencioso su ardimiento el color y el aliento: tienes aún no las alas abrasadas, y ya vuelan al suelo desmayadas. Tan cerca, tan unida está al morir tu vida, que dudo si en sus lágrimas la Aurora mustia tu nacimiento o muerte llora. |
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Sin Título | Arriba |
Camino de la muerte, en hora breve apresura la edad los gustos míos, y mis llorosas luces en dos ríos lloran cuán tardos sus momentos mueve. A tal exceso mi dolor se atreve, rendido él mismo de sus mismos bríos. ¡Ay, venga el tiempo que en sus hombros fríos la común madre mis despojos lleve! Crece a medida de la edad la pena; con ella el gusto del funesto empleo que mi grave dolor, ¡oh suerte!, ordena. Y tan ceñido al alma le poseo, que, mientras más la vida le enajena, siento crecer más fuerza a tal deseo. |
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Monólogo de Segismundo, de “La vida es sueño” | Arriba |
¡Ay mísero de mí, ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido: bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos, dejando a una parte, cielos, el delito de nacer, ¿qué más os pude ofender para castigarme más? ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que yo no gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que deja en calma, ¿y teniendo yo más alma tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas gracias al docto pincel, cuando atrevida y cruel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto, ¿y yo con mejor instinto tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío, ¿y yo con más albedrío tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su ida, ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegio tan suave, exención tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? |
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Sin Título | Arriba |
Huye del sol el sol, y se deshace la vida a manos de la propia vida, del tiempo que, a sus partos homicida, en mies de siglos las edades pace. Nace la vida, y con la vida nace del cadáver la fábrica temida. ¿Qué teme, pues, el hombre en la partida, si vivo estriba en lo que muerto yace? Lo que pasó ya falta; lo futuro aún no se vive, lo que está presente no está, porque es su esencia el movimiento. Lo que se ignora es sólo lo seguro este mundo, república de viento, que tiene por monarca un accidente. |
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Soneto CXLV A su retrato | Arriba |
(Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión) Este que ves engaño colorido |
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Soneto a una rosa En que da moral censura a una rosa, y en ella a sus semejantes | Arriba |
Rosa divina que en gentil cultura eres, con tu fragante sutileza, magisterio purpúreo en la belleza, enseñanza nevada a la hermosura. Amago de la humana arquitectura, ejemplo de la vana gentileza, en cuyo ser unió naturaleza la cuna alegre y triste sepultura. ¡Cuán altiva en tu pompa, presumida, soberbia, el riesgo de morir desdeñas, y luego desmayada y encogida, de tu caduco ser das mustias señas, con que con docta muerte y necia vida, viviendo engañas y muriendo enseñas! |
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Arguye de inconsecuente el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan | Arriba |
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia, y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco, al niño que pone coco y luego le tiene miedo. Queréis con presunción necia hallar a la que buscáis, para pretendida, Tais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro que el falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro? Con el favor y desdén tenéis condición igual, quejándoos si os tratan mal, burlándoos si os quieren bien. Opinión ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite es ingrata y si os admite es liviana. Siempre tan necios andáis que, con desigual nivel, a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. ¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada? Mas entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos en hora buena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas, y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada, la que cae de rogada o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar? Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo. |
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Ciencia de los cortesanos de este siglo | Arriba |
Bañarse con harina la melena, ir enseñando a todos la camisa, espada que no asuste y que dé risa, su anillo, su reloj y su cadena; hablar a todos con la faz serena, besar los pies a misa doña Luisa, y asistir como cosa muy precisa al pésame, al placer y enhorabuena; estar enamorado de sí mismo, mascullar una arieta en italiano, y bailar en francés tuerto o derecho. Con esto y olvidar el catecismo cátate hecho y derecho cortesano, mas llevarate el diablo dicho y hecho |
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Un caballerito de estos tiempos | Arriba |
Levántome a las mil, como quien soy; me lavo. Que me vengan a afeitar. Traigan el chocolate, y a peinar. Un libro… Ya leí; basta por hoy. Si me buscan, que digan que no estoy. Polvos… Venga el vestido verdemar… ¿Si estará ya la misa en el altar? ¿Han puesto la berlina? Pues me voy. Hice ya tres visitas. A comer… Traigan barajas. Ya jugué. Perdí… Pongan el tiro; al campo, y a correr… Ya doña Eulalia esperará por mí… Dio la una. A cenar, y a recoger… –¿Y es éste un racional? –Dicen que sí. |
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Al pintor que me ha de retratar | Arriba |
Discípulo de Apeles, si tu pincel hermoso empleas por capricho en este feo rostro, no me pongas ceñudo, con iracundos ojos, en la diestra el estoque de Toledo famoso, y en la siniestra el freno de algún bélico monstruo, ardiente como el rayo, ligero como el soplo; ni en el pecho la insignia que en los siglos gloriosos alentaba a los nuestros, aterraba a los moros; ni cubras este cuerpo con militar adorno, metal de nuestras Indias, color azul y rojo; ni tampoco me pongas, con vanidad de docto, entre libros y planos, entre mapas y globos. Reserva esta pintura para los nobles locos que honores solicitan en los siglos remotos; a mí, que sólo aspiro a vivir con reposo de nuestra frágil vida estos instantes cortos, la quietud de mi pecho representa en mi rostro, la alegría en la frente, en mis labios el gozo. Cíñeme la cabeza con tomillo oloroso, con amoroso mirto, con pámpano beodo; el cabello esparcido, cubriéndome los hombros, y descubierto al aire el pecho bondadoso; en esta diestra un vaso muy grande, y lleno todo de jerezano néctar o de manchego mosto; en la siniestra un tirso, que es bacanal adorno, y en postura de baile el cuerpo chico y gordo; o bien junto a mi Filis, con semblante amoroso, y en cadenas floridas prisionero dichoso. Retrátame, te pido, de este sencillo modo, y no de otra manera, si tu pincel hermoso empleas, por capricho, en este feo rostro. |
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El otoño | Arriba |
Al bosque y al jardín el crudo aliento del otoño robó la verde pompa, y la arrastra marchita en remolinos por el árido suelo. Los árboles y arbustos erizados, yertos extienden las desnudas ramas, y toman el aspecto pavoroso de helados esqueletos. Huyen de ellos las aves asombradas, que en torno revolaban bulliciosas, y entre las frescas hojas escondidas cantaban sus amores. ¿Son, ¡ay!, los mismos árboles que ha poco del sol burlaban el ardor severo, y entre apacibles auras se mecían hermosos y lozanos? Pasó su juventud fugaz y breve, pasó su juventud y, envejecidos, no pueden sostener las ricas galas que les dio primavera. Y pronto en su lugar el crudo invierno les dará nieve rígida en ornato, y el jugo que es la sangre de sus venas, hielo será de muerte, A nosotros los míseros mortales, a nosotros también nos arrebata la juventud gallarda y venturosa del tiempo la carrera, y nos despoja con su mano dura, al llegar nuestro otoño, de los dones de nuestra primavera, y nos desnuda de sus hermosas galas, y huyen de nuestra mente apresurados los alegres y dulces pensamientos, que en nuestros corazones anidaban y nuestras dichas eran, y luego la vejez de nieve cubre nuestras frentes marchitas, y de hielo nuestros áridos miembros, y en las venas se nos cuaja la sangre. Mas, ¡ay!, qué diferencia, cielo santo, entre esas plantas que caducas creo, y el hombre desdichado y miserable. ¡Oh Dios, qué diferencia! Los huracanes pasarán de otoño, y pasarán las nieves del invierno, y al tornar apacible primavera risueña y productora, los que miro desnudos esqueletos brotarán de sí mismos nueva vida, renacerán en juventud lozana, vestirán nueva pompa, y tornarán las bulliciosas aves a revolar en torno, y a esconderse entre sus frescas hojas, derramando deliciosos gorjeos. Pero a nosotros míseros humanos, ¿quién nuestra juventud, quién nos devuelve sus ilusiones y sus ricas galas? Por siempre las perdimos. ¿Quién nos libra del peso de la nieve que nuestros miembros débiles abruma? ¿De la horrenda vejez quién nos liberta? La mano de la muerte. |
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Canción del pirata | Arriba |
Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman por su bravura el Temido en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, y alza en blando movimiento olas de plata y azul. Y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul. “Navega, velero mío, “Que es mi barco mi tesoro, “Allá muevan feroz guerra “Que es mi barco mi tesoro, “A la voz de ‘¡barco viene!’ “Que es mi barco mi tesoro, “Sentenciado estoy a muerte. “Que es mi barco mi tesoro, “Son mi música mejor “Que es mi barco mi tesoro, |
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Rima XVII | Arriba |
Hoy la tierra y los cielos me sonríen, hoy llega al fondo de mi alma el sol; hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado… ¡Hoy creo en Dios! |
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Rima VII | Arriba |
Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo veíase el arpa. ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en las ramas, esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas! ¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio así duerme en el fondo del alma, y una voz, como Lázaro, espera que le diga: “Levántate y anda”! |
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A don Bartolomé Gallardete Soneto de un su amigo estante en la corte de S. M. | Arriba |
Caco, cuco, faquín, bibliopirata, tenaza de los libros, chuzo, púa; de papeles, aparte lo ganzúa, hurón, carcoma, polilleja, rata. Uñilargo, garduño, garrapata; para sacar los libros cabria, grúa, Argel de bibliotecas, gran falúa armada en corso, haciendo cala y cata. Empapas un archivo en la bragueta, un Simancas te cabe en el bolsillo, te pones por corbata una maleta con tal que encierre libros, ¡so gran pillo!, y al fin te beberás como una sopa, llenas de libros, África y Europa. |
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Sin Título | Arriba |
Busca y anhela el sosiego…, mas, ¿quién le sosegará? Con lo que sueña despierto, dormido vuelve a soñar; que hoy como ayer y mañana cual hoy en su eterno afán de hallar el bien que ambiciona –cuando sólo encuentra el mal– siempre a soñar condenado, nunca puede sosegar. |
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Sin Título | Arriba |
Dicen que no hablan las plantas ni las fuentes ni los pájaros ni el onda con sus rumores ni con su brillo los astros. Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso de mí murmuran y exclaman: —Ahí va la loca soñando con la eterna primavera de la vida y de los campos y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado. —Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, con la eterna primavera de la vida que se apaga y la perenne frescura de los campos y las almas, aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan. ¡Astros y fuentes y flores!, no murmuréis de mis sueños. Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos? |
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Sin Título | Arriba |
El siglo diecinueve nació cabeza abajo y el corazón se le saltó del pecho y, resbalando, le cayó en el cráneo. Y por esta razón, sólo por ésta, los hijos de este siglo caminamos llevando el corazón en la cabeza. |
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El sauce y el ciprés | Arriba |
Cuando a las puertas de la noche umbría, dejando el prado y la floresta amena, la tarde, melancólica y serena, su misterioso manto recogía, un macilento sauce se mecía por dar alivio a su constante pena y en voz suave y de suspiros llena al son del viento murmurar se oía: “Triste nací…, mas en el mundo moran seres felices que el penoso duelo y el llanto oculto y la tristeza ignoran”. Dijo, y sus ramas esparció en el suelo. “¡Dichosos, ¡ay!, los que en la tierra lloran!”, le contestó un ciprés, mirando al cielo. |
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ELEGÍA INTERRUMPIDA (O.Paz) | Arriba |
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al primer muerto nunca lo olvidamos, aunque muera de rayo, tan aprisa que no alcance la cama ni los óleos. Oigo el bastón que duda en un peldaño, el cuerpo que se afianza en un suspiro, la puerta que se abre, el muerto que entra. De una puerta a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo de sentarse, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las ocho y cuarto. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Es un desierto circular el mundo, |