Durante siete años, desde el momento en que Julian Assange buscó refugio por primera vez en la embajada ecuatoriana en Londres, se nos ha venido diciendo que estábamos equivocados y que éramos los teóricos de una conspiración paranoide. Se nos ha venido diciendo que no había ninguna amenaza real de extradición de Assange a Estados Unidos y que todo estaba en nuestra febril imaginación.

Durante siete años, hemos tenido que escuchar a un coro de periodistas, políticos y “expertos” diciéndonos que Assange no era más que un fugitivo de la justicia, y que podía confiarse en que los sistemas legales británico y sueco abordarían su caso en pleno cumplimiento de la ley. En todo ese tiempo, apenas alguna voz de los medios “convencionales” se levantó en su defensa.

Desde el momento en que buscó asilo, Assange fue considerado un proscrito. Su trabajo como fundador de WikiLeaks -una plataforma digital que, por primera vez en la historia, permitió que la gente común y corriente vislumbrara los rincones más oscuros de las criptas más seguras en lo más hondo del Estado profundo- desapareció de los registros.

Assange quedó reducido de una de las pocas figuras imponentes de nuestro tiempo -un hombre que ocupará un lugar central en los libros de historia si nosotros, como especie, vivimos lo suficiente como para escribir esos libros- a nada más que una alimaña sexual y un desaliñado fugitivo de la justicia.

La clase política y mediática elaboró ​​una narrativa de verdades a medias sobre los cargos sexuales por los que Assange estaba bajo investigación en Suecia. Pasaron por alto el hecho de que el investigador original le había permitido a Assange salir de Suecia y que decidió abandonar la investigación solo para que otro investigador la recuperara con una agenda política bien documentada.

No mencionaron que Assange estuvo siempre dispuesto a que los fiscales suecos le interrogaran en Londres, como había ocurrido en docenas de casos relacionados con procedimientos de extradición a Suecia. Era casi como si los funcionarios suecos no quisieran confirmar las pruebas que afirmaban tener en su poder.

Los medios de comunicación y los cortesanos políticos hicieron incansablemente hincapié en la violación de la fianza de Assange en el Reino Unido, ignorando el hecho de que los solicitantes de asilo que huyen de la persecución legal y política no respetan por lo general las condiciones de la fianza impuestas por las mismas autoridades estatales de las que están solicitando asilo.

El establishment político y el de los medios de comunicación ignoraron la creciente evidencia de que un gran jurado secreto en Virginia había formulado cargos contra Assange, y ridiculizaron las preocupaciones de WikiLeaks de que el caso sueco podría encubrir un intento más siniestro por parte de EE. UU. para extraditar a Assange y encerrarlo en una prisión de alta seguridad, como le había ocurrido a la denunciante Chelsea Manning.

Menospreciaron asimismo el veredicto de 2016 de un panel de expertos en derecho de las Naciones Unidas de que el Reino Unido estaba “deteniendo arbitrariamente” a Assange. Los medios de comunicación se mostraron más interesados por el bienestar de su gato.

Ignoraron el hecho de que después de que Ecuador cambiara de presidente –con el nuevo bien dispuesto a ganarse el favor de Washington-, Assange fue sometido a formas cada vez más severas de confinamiento solitario. Se le negó el acceso a los visitantes y a medios básicos de comunicación, violando su estatus de asilo, sus derechos humanos y amenazando su bienestar mental y físico.

Igualmente, ignoraron el hecho de que Ecuador le había otorgado a Assange estatus diplomático, así como la ciudadanía ecuatoriana. Gran Bretaña estaba obligada a permitirle salir de la embajada, haciendo uso de su inmunidad diplomática, para viajar sin obstáculos a Ecuador. Ningún político de un partido o periodista “mayoritarios” tampoco pensó que eso fuera significativo.

Hicieron la vista gorda ante la noticia de que, después de negarse a interrogar a Assange en el Reino Unido, los fiscales suecos habían decidido abandonar calladamente el caso en su contra en 2015. En Suecia, la decisión se mantuvo en secreto durante más de dos años.

Fue una solicitud de libertad de información por parte de un aliado de Assange, no de un medio de comunicación, lo que desenterró documentos que mostraban que los investigadores suecos habían querido, de hecho, abandonar el caso contra Assange en 2013. Sin embargo, el Reino Unido insistió en que continuaran con la farsa para que Assange pudiera permanecer encerrado. Un funcionario británico les envió un correo electrónico a los suecos en estos términos: “¡¡¡No se atrevan a echarse atrás!!!”

No se dispone de la mayor parte de los documentos relacionados con estas conversaciones. Fueron destruidos por el Servicio de la Fiscalía de la Corona del Reino Unido en violación del protocolo. Pero, por supuesto, a nadie en el establishment político y mediático pareció importarle.

Del mismo modo, ignoraron el hecho de que Assange se vio obligado a refugiarse durante años en la embajada bajo la forma más intensa de arresto domiciliario, a pesar de que ya no tenía que responder a ningún caso en Suecia. Nos dijeron -aparentemente con toda seriedad- que había que arrestarle por haber infringido la fianza, algo que normalmente se solucionaría con una multa.

Y posiblemente, lo más grave de todo sea que la mayoría de los medios se negaron a reconocer que Assange era periodista y editor, aunque al no hacerlo se exponían ellos mismos al futuro uso de las mismas sanciones draconianas en caso de que ellos o sus publicaciones tuvieran que ser silenciados. Por tanto, reconocieron que las autoridades estadounidenses tenían derecho a capturar a cualquier periodista extranjero en cualquier parte del mundo y encerrarlo fuera de la vista de todos. Abrieron la puerta a una nueva forma especial de entrega extraordinaria para periodistas.

Esto nunca tuvo que ver con Suecia o con violaciones de fianza, ni siquiera sobre la desacreditada narrativa del Russiagate, ya que cualquiera que prestara la más mínima atención habría podido resolverlo. Se trataba de que el Estado profundo estadounidense hiciera todo lo posible para aplastar a WikiLeaks y dar un escarmiento a su fundador.

Se trataba de asegurar que nunca más volvería a haber una filtración como la del asesinato colateral, el video del ejército publicado por WikiLeaks en 2007 que mostraba a soldados estadounidenses jaleando y celebrando mientras asesinaban a civiles iraquíes. Se trataba de asegurar que nunca volvería a haber un volcado de cables diplomáticos estadounidenses, como los publicados en 2010 que revelaron las maquinaciones secretas del imperio estadounidense para dominar el planeta a cualquier coste en violaciones de derechos humanos.

Ahora los pretextos se acabaron. La policía británica invadió el territorio diplomático de Ecuador -a invitación de este país tras romper el estatus de asilo de Assange- para trasladarlo ilegalmente a la cárcel. Dos Estados vasallos cooperan para cumplir con las órdenes del imperio estadounidense. El arresto no tuvo nada que ver con ayudar a dos mujeres en Suecia ni con aplicar una infracción a una violación de fianza menor.

No, las autoridades británicas estaban actuando en virtud de una orden de extradición de Estados Unidos. Y los cargos que las autoridades estadounidenses se han inventado están relacionados con el primer trabajo de WikiLeaks divulgando los crímenes de guerra del ejército estadounidense en Iraq, aquello en lo que todos estuvimos de acuerdo una vez que era de interés público y que los medios de comunicación británicos y estadounidenses clamaban por publicar ellos mismos.

Sin embargo, los medios de comunicación y la clase política están haciendo la vista gorda. ¿Dónde está la indignación por las mentiras que han intentado hacernos tragar durante los últimos siete años? ¿Dónde está el remordimiento por haber vivido dopados durante tanto tiempo? ¿Dónde está la furia porque la libertad de prensa más básica -el derecho a publicar- esté siendo arrasada para silenciar a Assange? ¿Dónde está la voluntad de hablar finalmente en defensa de Assange?

Están desaparecidos. No veremos indignación en la BBC, ni en The Guardian, ni en la CNN. Simplemente una información curiosa, impasible -incluso suavemente burlona- sobre el destino de Assange.

Y esto se debe a que esos periodistas, políticos y expertos nunca creyeron realmente en lo que decían. Supieron todo el tiempo que Estados Unidos quería silenciar a Assange y aplastar a WikiLeaks. Lo supieron siempre y no les importó. En realidad, conspiraron alegremente para allanar el camino para el secuestro de Assange de hoy.

Lo hicieron porque no están ahí para representar la verdad, ni para defender a la gente común, ni para proteger una prensa libre, ni siquiera para hacer cumplir el imperio de la ley. No les importa nada de eso. Están ahí para proteger sus carreras y el sistema que los recompensa con dinero e influencias. No quieren que un advenedizo como Assange les dé una patada en sus planes.

Ahora nos ofrecerán un nuevo conjunto de engaños y confusiones sobre Assange para mantenernos anestesiados, para evitar que nos indignemos cuando nuestros derechos se vean afectados y para evitar que nos demos cuenta de que los derechos de Assange y los nuestros son indivisibles. O nos mantenemos en pie o caemos juntos.

Jonathan Cook es un periodista británico que reside en Nazaret desde 2001. Es autor de tres libros sobre el conflicto israelí-palestino. Ha sido galardonado con el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Su sitio web y su blog se encuentran en: www.jonathan-cook.net

Fuente: https://www.jonathan-cook.net/blog/2019-04-11/julian-assange-lies-arrest/