Azahara Palomeque
“El alma nacional está fuerte”, “no hay nada fuera de nuestro alcance”. Así ha concluido Joe Biden el discurso denominado “estado de la unión” que todo presidente de Estados Unidos debe ofrecer anualmente por orden de la Constitución. Una hora antes, el jefe del Ejecutivo aseguraba que había que “restaurar” precisamente esa alma nacional a través de la reconstrucción de la clase media, un colectivo que Biden suele encumbrar porque, como ha dicho en la noche del martes 7 de febrero, muestra una posibilidad de ascenso para los pobres y no supone ningún obstáculo para las clases altas.
Entre la petición del principio y el optimismo del final, el presidente ha interpelado numerosas veces a una cámara de representantes controlada por primera vez en su legislatura por el Partido Republicano, llamando al consenso en cuestiones clave como la recuperación de la manufactura y la necesidad de incrementar los impuestos a los ricos. No han faltado abucheos de la oposición, señal de un Congreso dividido donde es probable que la mayor parte de las iniciativas legislativas se atasquen: desde enero, los demócratas solo lideran el Senado. Aun así, el mensaje ha sido contundente.
Entre sus éxitos, ha destacado la creación de 12 millones de empleos desde el comienzo de su mandato, medio millón de ellos solo en diciembre, lo que ha conducido a que la cifra de paro sea la más baja de la última media centuria: 3,4%. La Ley de Infraestructura, aprobada con algunos votos republicanos, ha entrado en vigor recientemente, y esto le ha servido para vanagloriarse por ese plan de obras públicas diseñado para remodelar aeropuertos y autopistas, garantizar el acceso a la banda ancha y sustituir las viejas tuberías de plomo que aún abastecen de agua a miles de hogares y colegios.
Happening Now: President Biden delivers the State of the Union address to a joint session of Congress. https://t.co/mzCN4SYpda— The White House (@WhiteHouse) February 8, 2023
Pero, más allá de la mera reparación de unas infraestructuras tan decadentes que han hecho al país descender al puesto trece en el ranking mundial –España se encuentra en el séptimo–, Biden ha subrayado la urgencia de competir con China y otros países en la fabricación de, por ejemplo, semiconductores, esenciales para multitud de industrias, desde la tecnológica hasta la automovilística. Las referencias a China se han multiplicado también en materia de seguridad: cooperación, pero sin amenazas a la soberanía nacional, ha aseverado, en relación al globo chino sospechoso de espionaje derribado hace unos días. El apoyo a Ucrania y el liderazgo estadounidense dentro de la coalición global contra Putin han ocupado asimismo parte de su discurso, aunque en menor medida que en el del año pasado.
Otro de los logros fundamentales de Biden fue la firma de la Ley para la Reducción de la Inflación, que incluye una ambiciosa partida destinada a la inversión en energías limpias, estaciones de carga para coches eléctricos y ventajas fiscales para la ciudadanía que adquiera estos vehículos.
Biden ha asegurado que el cambio climático es una “amenaza existencial” y, aunque su plan probablemente no sirva para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, como ya analizamos, la mera mención ha generado numerosas críticas en un auditorio lleno de congresistas republicanos: “Vamos a necesitar gas [fósil] y gasolina al menos durante la próxima década”, exclamó Biden, a lo que siguieron gritos de reprobación por parte de sus oponentes, a pesar de que la ley supone un impulso a los combustibles fósiles.
La polémica no ha hecho más que engordar cuando el presidente explicó cómo se financiaría: el demócrata ha sugerido subir la carga fiscal a los ricos, lo cual requeriría medidas legales concretas para mil-millonarios y un impuesto del 15% a las grandes corporaciones: “Menos que lo que paga una enfermera”, ha recalcado. Ampliar el techo de la deuda sin recortar las prestaciones de la Seguridad Social y Medicare –programas asistenciales para jubilados, entre los que se encuentra la cobertura parcial de los gastos médicos– han sido otra de sus propuestas.
Como de costumbre, el alto precio de los medicamentos y la atención sanitaria en general ha salido a colación: “¿Qué ocurre si tu pareja contrae cáncer? ¿Vendes la casa? ¿Pides una segunda hipoteca?”, decía un Biden preocupado, que ha recordado el tope impuesto a la insulina para los mayores de 65 años y la prioridad de extender ese límite al resto de la población diabética.
Violencia policial y armas
Uno de los momentos más emotivos ha tenido lugar al presentar a los padres de Tyre Nichols, el joven negro muerto hace unas semanas tras recibir una brutal paliza de la policía. Después de alabar el valor de las fuerzas del orden, que “arriesgan su vida” al cumplir sus funciones, el mandatario –quien jamás atendió a las reivindicaciones del Black Lives Matters respecto a la reducción de los presupuestos policiales– ha hecho hincapié en la importancia de que los agentes reciban mejor entrenamiento mientras se lucha por disminuir el crimen mediante la facilitación del acceso a la educación o a la vivienda.
Además, ha enfatizado: “Prohíban las armas de asalto”, algo prácticamente imposible dada la reticencia republicana. Por último, ha azuzado a la oposición a colaborar en asuntos como la protección de los veteranos de guerra, la implementación de una reforma migratoria que frene la entrada de fentanilo al país –la droga sintética responsable en parte por la epidemia de opiáceos–, los derechos del colectivo LGBTQ y el aborto, recientemente derogado a nivel federal por el Tribunal Supremo. “Si se intenta aprobar una ley para prohibirlo en todo el país, la vetaré”, sentenció Biden, pues ahora mismo la interrupción voluntaria del embarazo se mantiene en los Estados de mayoría demócrata. Sin embargo, no ha mencionado ninguna medida para contrarrestar la sentencia del Supremo desde el poder ejecutivo.
En comparación con otras intervenciones públicas efectuadas cuando Biden aún contaba con el apoyo de las dos cámaras, este discurso se ha caracterizado por la mesura y los guiños a sus contrincantes movidos por un afán de diálogo que quizá sea lo único que pueda evitar dos años de inmovilismo. A sabiendas de las dificultades que le esperan, el presidente apenas ha nombrado las iniciativas estrella que constituían su programa inicial –bajas por enfermedad y guarderías pagadas, preescolar gratuito– y se ha centrado en una línea dominada por políticas fiscales más justas, el crecimiento económico y, dentro de este, la reactivación del sueño fabril.
Junto a ello, una advertencia a la oposición se ha escuchado también en la sala: “La democracia no es un asunto partidista”, es de todos, avisó, en un intento por demostrar que la memoria del asalto al Capitolio sigue viva y la estabilidad política es susceptible de quebrarse si no se hace frente a las tendencias golpistas. Más moderado que asertivo, y atravesado por un porcentaje de popularidad muy bajo en el que influyen sus ochenta años, está por ver cómo se desarrolla el resto de su mandato y si se postulará como candidato a la Casa Blanca en 2024.
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