Reseña de “La retirada” de Noam Chomsky y Vijay Prashad (Capitán Swing, 2022)

Contradicciones y riesgos de un imperio senil

Vivimos un momento de máxima incertidumbre, con una guerra en el corazón de Europa que involucra directamente a una potencia nuclear, y resulta frustrante comprobar que pocos parecen interesados en dar con la solución razonable y democrática que ciertamente existe.

Estamos en fin ante un escenario peligroso que conjuga la ceguera de una Europa abocada al suicidio con nacionalismo criminal ruso y ucraniano y, en la base de todo, con la astucia de unos norteamericanos que en horas de declive han conseguido armar con sus manejos una jugada que sólo a ellos favorece.

En esta encrucijada, hay que celebrar que dos de los más reputados especialistas en política internacional, Noam Chomsky y el historiador del Sur global, Vijay Prashad, hayan unido sus esfuerzos en un volumen que analiza la gestación e implicaciones de la situación actual. El libro, titulado La retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos, acaba de ser puesto en castellano por Capitán Swing, con traducción de Francisco J. Ramos Mena, y trae un prólogo de Angela Davis. La obra se desarrolla como un diálogo entre los dos autores.

Un imperialismo de modos mafiosos

La introducción pone de manifiesto cómo el modus operandi del gobierno estadounidense, repetido cansinamente desde las guerras indias, puede resumirse en una imposición por la fuerza con modos mafiosos que el paso del tiempo ha extendido a todo el planeta. Sin embargo, es importante señalar que en los casos recientes analizados en el libro: Vietnam-Laos, Irak, Libia y Afganistán, las intervenciones, tan criminales como onerosas, se han caracterizado además por no alcanzar ninguno de los objetivos políticos con que se plantearon.

Todo se complica en el momento presente por la percepción del auge de China como una amenaza existencial, lo que hace que se multipliquen las provocaciones. En estas circunstancias es obligado insistir en que la única solución a la crisis que vive el mundo sería un empoderamiento de los organismos internacionales como alternativa a las acciones unilaterales. Sin embargo, es obvio que queda mucho camino por recorrer.

El sudeste de Asia

Las guerras de Vietnam y Laos ofrecen buenos ejemplos de cómo es posible enmascarar invasiones con retórica de “democracia” y “derechos humanos”. Otro libro de Chomsky, Los nuevos intelectuales (1969), puso sobre el tapete la atroz responsabilidad de los que consolidan con sus mentiras el discurso del poder, recibiendo en pago honores académicos, como fue el caso de Arthur Schlesinger. La retirada nos recuerda las luchas de aquellos años y cómo algunos valerosos medios independientes consiguieron concienciar a la opinión pública contra la guerra de Vietnam.

Los “Papeles del Pentágono”, filtración publicada por el New York Times en 1971, muestran que tras la ofensiva del Tet en 1968, las protestas contra la guerra que proliferaban en todos los estados fueron decisivas para llevar a la cúpula militar norteamericana a un escenario de negociación. La hermosa lección de la historia es entonces que los desvelos de los que se movilizaron en aquella ocasión para dar a conocer las espantosas violaciones de derechos humanos en Vietnam y Laos (el país más bombardeado del planeta), fueron realmente útiles para poner fin al conflicto.

Nuevos horizontes para el combate imperial

Cuando se produce la caída de Saigón en abril de 1975, por todo el mundo triunfan movimientos de liberación, por ejemplo en Mozambique unos meses antes, en Afganistán en 1978 o en Nicaragua e Irán en 1979. La estrategia imperial para combatir estos “contratiempos” fue la misma implementada en Vietnam en la última fase de la guerra, básicamente buscar a alguien sobre el terreno que hiciera el trabajo sucio, ya fuese Sadam Huseín, los contras o los muyahidines. Las guerras provocadas de este modo frustraron cualquier evolución positiva de los países que las sufrieron.

En el caso de Afganistán, la inútil guerra de veinte años librada por los norteamericanos tras los atentados del 11-S se inició con una invasión ilegítima y criminal y se desarrolló con gravísimas violaciones de derechos humanos. El interés confeso (Rumsfeld dixit) era únicamente “mostrar nuestro poderío e intimidar a todo el mundo”, la táctica seguida fue entregar el mando a señores de la guerra no muy diversos de los talibanes, en el trato a las mujeres por ejemplo, y el resultado final fue la huida con el rabo entre las piernas que todos vimos por la televisión. Hoy en el país el boicot financiero hace imposible cualquier progreso, mientras sus gentes recuerdan con nostalgia el periodo bajo control soviético, edad de oro de su atormentada historia, y a Muhammad Najibullah, presidente entre 1987 y 1992, ahorcado por los talibanes en 1996.

Resulta extraordinaria la arrogancia del poder imperial que destruye y asesina por todo el planeta sin aceptar nunca ninguna responsabilidad. Entre 2010 y 2020 se calcula que se realizaron catorce mil ataques con drones, que provocaron la muerte de miles de civiles inocentes, entre ellos cientos de niños. La declaración de Noam Chomsky a una periodista en 2015 de que: “Estados Unidos es el mayor país terrorista del mundo” resultó muy polémica, pero desde luego se ajusta a la realidad de los hechos. Sólo la eficacia de los burócratas que esconden o maquillan los crímenes, y la complicidad de los intelectuales y los mass media, hacen posible la ignorancia en que nadamos como pez en el agua. Hay que reconocer, no obstante, que mutatis mutandis y en mayor o menor grado, así fue con todos los imperios.

En Oriente Medio, se constata la insólita torpeza de George W. Bush, que apartando del poder a los talibanes en 2001 y a Sadam Huseín en 2003, consiguió consolidar la influencia iraní en la región. Las crueldades de los norteamericanos, durante el régimen de sanciones y la posterior invasión de Irak, ampliamente expuestas en el libro, perjudicaron gravemente sus propios intereses. Pocas veces en la historia se hallan ejemplos tan diáfanos de un empecinamiento criminal contraproducente para su autor.

La invasión de Libia en 2011 es otra clara muestra de un conflicto exacerbado por los norteamericanos, que en este caso boicotearon los esfuerzos de mediación de la Unión Africana. Las operaciones de la OTAN provocaron incontables muertes de civiles, y el resultado final fue sólo la transformación del país en zona catastrófica y un fortalecimiento del terrorismo islámico en toda la región. La reclusión de los migrantes que huyen del África arrasada en infames campos de concentración auspiciados por Occidente es sólo un aspecto más del desastre.

Otra cuestión de gran interés y poco conocida, de la que se aportan detalles en el libro, es que los Estados Unidos no han firmado los convenios internacionales contra los crímenes de guerra o el genocidio, por lo que hay que concluir que están “legalmente” autorizados a cometerlos.

¿Un imperio en retroceso?

La clave del momento presente tal vez sea el auge tecnológico y económico de China, empeñada además en la integración eurasiática a través de la Organización de Cooperación de Shanghái y en la construcción de la red comercial global de la Nueva Ruta de la Seda. Estos ambiciosos proyectos son contemplados con creciente hostilidad por los Estados Unidos, que juegan sus cartas mientras incrementan el ingente gasto de su ejército y renuevan su red de bases militares.

En este contexto, la guerra de Ucrania ha sido una buena jugada norteamericana, que resucita a la OTAN y hunde a Europa. Sin embargo, debe reconocerse que, al mismo tiempo, el eje Moscú-Pekín se ha fortalecido y en el resto del mundo aumenta la presión hacia la multipolaridad y la no alineación. Otras consecuencias funestas del conflicto son la crisis global de alimentos y la renuncia generalizada de los gobiernos a implementar medidas contra el cambio climático.

¿Sería posible sacar a la ONU de su marasmo y establecer mecanismos para evitar las acciones unilaterales? No parece sencillo, pero el libro concluye con una nota de esperanza: “La partida no ha terminado. Todavía hay tiempo para un cambio de rumbo radical. Conocemos los medios. Si hay voluntad, es posible evitar la catástrofe y avanzar hacia un mundo mucho mejor.” Hay que decir, sin embargo, que tal como está la conciencia de los ciudadanos en los países que en realidad deciden, cuesta imaginar vías para un avance significativo.

Como siempre ocurre con estos autores, la plétora de información que presentan resulta enormemente útil para el lector interesado en la situación que vivimos. No es baladí esto, porque la base de todos nuestros problemas es probablemente la ignorancia. En alguna ocasión escribió Noam Chomsky que si fuéramos conscientes de lo que los criminales que lo gobiernan están haciendo con el mundo, saldríamos a la calle sin dudarlo para exigir una revolución.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Entrevista a Noam Chomsky

“Esta confrontación es una condena a muerte para la humanidad, nadie saldrá ganador”

“Un grave crimen sin justificaciones ni atenuantes”, pero a la vez un conflicto que solo puede entenderse por la política expansiva de la OTAN. Este el punto de partida del análisis que ofrece el pensador y activista Noam Chomsky en ‘Por qué Ucrania’, un libro clave para entender la complejidad de una guerra que está marcando una época. Esta entrevista es un fragmento del libro.

El pensador, lingüista, escritor, filósofo y activista Noam Chomsky es una de las voces más lúcidas para comprender el mundo actual. A través de diversas conversaciones, el libro Por qué Ucrania ofrece una panorámica sobre su pensamiento y su forma de entender la guerra entre Estados Unidos y Rusia que tiene lugar en Ucrania. Os ofrecemos un fragmento del libro, que puedes llevarte de regalo si te suscribes este mes a El Salto.

Acompañan las entrevistas unos textos del politólogo Pablo Bustinduy, cuyo foco analítico se centra en el papel de Europa ante la guerra ruso-ucraniana y en la necesidad de la UE de encontrar su lugar dentro del nuevo orden internacional del siglo XXI.

A lo largo de ocho entrevistas que citan documentos confidenciales y explican las dinámicas más complejas de las relaciones entre Rusia, Estados Unidos, la Alianza Atlántica, la UE y China, Chomsky ofrece al lector lo que los medios de comunicación raramente logran proporcionar: la posibilidad de comprender las razones más profundas del conflicto y lo que en ello está en juego, reflexionando a la vez sobre las consecuencias y las reacciones a nivel económico, político y militar en el resto del mundo.

En este libro, Noam Chomsky expone las causas de la invasión de Ucrania iniciada por Rusia en febrero de 2022, partiendo de dos premisas fundamentales: por un lado, estamos ante “un grave crimen de guerra por el que hay que buscar explicaciones, pero que no tiene ni justificaciones ni atenuantes”; por el otro, estamos asistiendo a un movimiento expansivo de la OTAN hacia el este, que merece ser destacado y analizado.

La invasión rusa es una violación evidente del artículo 2, párrafo 4, de la Carta de las Naciones Unidas, que prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad de otro Estado. No obstante, Putin ha intentado presentar justificaciones jurídicas a la invasión en el discurso del 24 de febrero. Rusia cita Kosovo, Irak, Libia y Siria como pruebas de las repetidas violaciones del derecho internacional por parte de Estados Unidos y de sus aliados. ¿Puede comentar las alegaciones de Putin a la invasión y explicarnos en qué estado se encuentra el derecho internacional en tiempos de posguerra fría?
No hay nada que decir sobre el intento de Putin de buscar una justificación jurídica a su agresión: su valor es igual a cero. Sí, es cierto que Estados Unidos y sus aliados violan el derecho internacional sin pestañear, pero esto no sirve de atenuante a los crímenes de Putin. Sin embargo, es innegable que lo de Kosovo, Irak y Libia ha tenido repercusiones directas en el conflicto de Ucrania.

La invasión de Irak ha sido un caso de manual, muestra de los crímenes por los que los nazis fueron colgados en Núremberg: una pura y simple agresión no provocada. Además de un puñetazo en la cara a Rusia.

Es cierto que Estados Unidos y sus aliados violan el derecho internacional sin pestañear, pero esto no sirve de atenuante a los crímenes de Putin

En el caso de Kosovo, la agresión de la OTAN —o sea, de Estados Unidos— se catalogó como “ilegal pero justificada”. La definió así, por ejemplo, la Comisión Internacional Independiente para Kosovo, presidida por Richard Goldstone, porque el bombardeo se llevó a cabo para frenar las atrocidades que se producían en la región. Para poder redactar aquella sentencia fue necesario cambiar el curso de los acontecimientos: hay evidencias aplastantes de que la ola de violencia fue la consecuencia —previsible, prevista, anticipada— de la invasión. Además, había vías diplomáticas que se podrían haber seguido, pero que se ignoraron (como siempre) para seguir el camino de la fuerza.

Funcionarios estadounidenses de alto rango confirman que fue, sobre todo, el bombardeo de Serbia, aliada de Rusia —a la que ni siquiera se puso sobre aviso—, lo que hizo cambiar de idea a los rusos, que estaban dispuestos a colaborar con Estados Unidos para construir una nueva estructura de seguridad europea tras la Guerra Fría; un cambio de parecer que se aceleró con la invasión de Irak y el bombardeo de Libia toda vez que Rusia había aceptado no vetar una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que la OTAN violó inmediatamente.

Todo lo que se hace tiene consecuencias, por mucho que los hechos puedan ser ocultados bajo los intereses de la doctrina dominante.

El derecho internacional no ha cambiado después de la Guerra Fría, ni siquiera de palabra, por no hablar ya de los hechos

El derecho internacional no ha cambiado después de la Guerra Fría, ni siquiera de palabra, por no hablar ya de los hechos. El presidente Clinton aclaró a su tiempo que Estados Unidos no tenía intención de respetarlo. La doctrina Clinton preveía que Estados Unidos se reservara el derecho de actuar “unilateralmente si era necesario”, e incluso el de recurrir “al uso unilateral del poder militar” para defender intereses vitales como “garantizar el acceso ilimitado al mercado, a las fuentes de energía y a los recursos estratégicos”. Y el mismo camino siguieron sus sucesores, y cualquiera que pueda violar la ley impunemente.

No quiero decir que el derecho internacional carezca de valor. Ofrece margen de aplicabilidad y, en cierto sentido, es un modelo útil.

La intención de la invasión rusa parece ser derrocar el Gobierno de Zelenski y colocar uno prorruso. En todo caso, vayan como vayan las cosas, Ucrania se enfrenta a un futuro descorazonador porque parece que se va a convertir en un peón en los juegos geoestratégicos de Washington. ¿Cuán probable es que las sanciones económicas lleven a Rusia a cambiar de posición respecto a Ucrania, o las sanciones tienen un objetivo más amplio, como debilitar el poder de Putin en Rusia y sus relaciones con países como Cuba, Venezuela o China?
Es posible que Ucrania no haya hecho la elección más inteligente, pero quizá tampoco tenía muchas opciones delante de los Estados imperialistas. Sospecho que las sanciones harán que Rusia dependa todavía más de China. Salvo cambio drástico, Rusia es un petroestado cleptocrático y se basa en un recurso energético cuya utilización debe reducirse drásticamente; si no, estaremos acabados. No está claro que su sistema financiero pueda resistir un ataque consistente, sea a través de sanciones o de otras medidas. Una razón más para ofrecer, aunque sea a disgusto, una vía de escape.

Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad. No podemos negarlo, no podemos ignorarlo

¿Piensa que la invasión ha inaugurado una nueva era en la conflictividad entre Rusia (quizá aliada con China) y Occidente?
Es quizá pronto para decir dónde se recogerán las cenizas, y esto podría no ser una metáfora. De momento, China juega bien sus cartas y es probable que lleve adelante el proyecto de integración económica de buena parte del mundo en su programa de expansión global. Hace unas semanas incorporó a las iniciativas de la Nueva Ruta de la Seda a Argentina, mientras asiste a cómo se destruyen entre ellos los enemigos.

Como he dicho antes, esta confrontación es una condena a muerte para la humanidad, nadie saldrá ganador. Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad. No podemos negarlo, no podemos ignorarlo.

Que la lucha por la paz no nos cueste la vida

La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia fue acompañada del anhelo histórico de conquistar la Paz por parte del pueblo colombiano.

El pasado 4 de octubre se formalizó en Caracas, República Bolivariana de Venezuela, el restablecimiento de las conversaciones de Paz entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN), y el gobierno colombiano de Gustavo Petro. El mismo fue definido como un paso “muy importante” por el Alto Comisionado para la Paz, Danilo Paz, en el proceso de consecución de la Paz Total, planteada por el nuevo presidente de la República de Colombia.

Cuando fue investido como presidente, Petro recibió la banda presidencial de la senadora María José Pizarro, hija del líder del Movimiento Guerrillero 19 de Abril (M-19) Carlos Pizarro, viejo referente político de Petro, asesinado en abril de 1990 cuando, en plena desmovilización de su guerrilla, cursaba su candidatura a presidente. María José llevaba un abrigo con la cara de su padre que sentenciaba: “Que la lucha por la paz no nos cueste la vida”, en un mensaje claro respecto de lo que implicó para muchos miembros de organizaciones insurgentes colombianas la dejación de armas.