La poesía es una forma única de arte, capaz de transmitir emociones y pensamientos profundos con solo unas pocas palabras. Y uno de los grandes maestros de la poesía en español es el boliviano Jaime Saenz. En su obra “Eres Visible”, podemos encontrar una radiografía poética que nos lleva a un viaje emocional a través de sus versos. En este artículo, exploraremos los aspectos más destacados de esta obra maestra.
Desnudando los versos de Jaime Saenz
La poesía de Jaime Saenz es muy intensa, a veces oscura, pero siempre provocadora. En “Eres Visible”, podemos ver su habilidad para desnudar las emociones más profundas y exponerlas al público. Sus versos son simples pero profundos, y nos llevan a un mundo de introspección y reflexión. Saenz utiliza imágenes poderosas y metáforas sorprendentes para hacernos sentir su dolor, su pasión y su amor.
Uno de los aspectos más destacados de la poesía de Saenz es su uso de la naturaleza como metáfora. En “Eres Visible”, podemos ver cómo utiliza elementos como el agua, el viento y el fuego para expresar nuestras emociones más profundas. Sus versos son como un espejo que refleja nuestra propia alma, y nos hace darnos cuenta de que todos compartimos los mismos deseos y temores.
La radiografía poética de “Eres Visible”
En “Eres Visible”, Saenz nos lleva a un viaje emocional a través de sus versos. Nos muestra la complejidad de las emociones humanas, y cómo están conectadas con el mundo natural que nos rodea. Saenz utiliza metáforas sorprendentes y una prosa poética para hacer que sus versos sean más impactantes y poderosos. “Eres Visible” es una obra maestra de la poesía en español, y una muestra de la habilidad única para tocar el alma humana. La poesía de Saenz es una experiencia única que te hace sentir vivo y conectado con los tuyos y con el mundo que te rodea. Si aún no has descubierto la poesía de Jaime Saenz, “Eres Visible” es el lugar perfecto para empezar.
La poesía de Jaime Saenz ha sido reconocida por su originalidad y oscuridad. Este poeta boliviano ha creado una obra única que desafía las convenciones literarias y explora temas profundos como la locura, la muerte y la soledad. En este artículo, nos enfocaremos en cómo Saenz desnuda la oscuridad en su poesía, y cómo esta característica ha hecho de él uno de los poetas más importantes de América Latina.
Desenmascarando la sombra:
La obra de Saenz está llena de imágenes oscuras y perturbadoras que buscan profundizar en la condición humana. En su poesía, el poeta boliviano explora los demonios internos del ser humano, exponiendo la oscuridad que se esconde detrás de nuestra apariencia cotidiana. Saenz desenmascara la sombra y la hace presente, confrontándonos con nuestra propia humanidad.
La poesía visceral de Jaime Saenz
La poesía de Saenz es visceral, emocional y profunda. El poeta boliviano utiliza un lenguaje directo y crudo para hablar de temas como la muerte y la locura. En su poesía, no hay lugar para la belleza superficial o la retórica vacía. Saenz nos lleva al límite de nuestras emociones, confrontándonos con la cruda realidad de la vida.
La estética de lo grotesco
En la obra de Saenz, la estética de lo grotesco es una constante. El poeta boliviano utiliza imágenes y metáforas perturbadoras para expresar su visión del mundo. En su poesía, la belleza se mezcla con lo grotesco, creando una sensación de tensión constante. Saenz nos muestra que la belleza y la fealdad son dos caras de la misma moneda, y que no podemos entender una sin la otra.
En conclusión, la poesía de Jaime Saenz es una obra desafiante y única que nos confronta con nuestra propia oscuridad. Este poeta boliviano nos muestra que la vida es compleja y que no podemos entenderla sin confrontar sus aspectos más oscuros y perturbadores. La poesía de Saenz es una invitación a explorar nuestra propia humanidad y a dejar de lado las máscaras que nos impiden ver la verdad detrás de las cosas.
With the smoke and with the fire, many people muffled and silent
on a street, on a corner,
in the high city, pondering the future in search of the past
— in the subtle entrails, night lightning
in the probing eye, thoughts go to agony
In another age, hope and happiness were good for something-time’s flow invisible,
and the darkness, an invisible thing,
was revealed but to the infinite elders fumbling forward to feel if you might not be among them,
while fumbling to touch some children they think they feel, even though these little ones feel them and are confused with them, feeling you,
as in solitude you feel a shawl of darkness woven with unfathomed sadness by some habitant,
dead and lost in this transparent darkness that is the city I myself inhabit,
inhabiting a city at the base of my soul which is inhabited but by a single habitant,
— and like a city filled with sparks, filled with stars, filled with fires on the street corners,
filled with coals and embers in the wind,
like a city where many beings, alone and distant from me, move and murmur with a destiny heaven no longer knows,
with eyes, with idols, and with children smashed by that very heaven,
with no more life than this life, with no more time than this time,
hemmed-in by the great wall of fire and oblivion, rocking in the swing of despair,
soundlessly weeping with this sinking city.
And no angel or demon in this well of silence.
Only fires lining the long streets.
Only the cold contours of shadows, the indifference of the sun pulling back.
The breath of a dawn for the last time breaking, the doors creaking in wind,
the boundaries breaking up and scattering and the forms fusing with the flames,
the signs and the songs,
with a remote anguish, in the soil and beyond the soil,
and the breathing of the dead, the incessant rains,
resignation with its taste of bread, in a house that stalks me between dreams,
the patios and the steps, the beings and the stones, and the hallways without end,
the windows opening to emptiness and shutting to shock,
the rooms where I lose myself and the corners where I hide
— the dark walls and the wet moss, the outposts where I look for I don’t know what,
hiding myself from the swelling odor of habit.
No voice, no light, no testimony of my former life.
Only the fires,
undying though forever flickering, and only the fires.
The desolate portent of the ghost once named youth
— in my city, in my dwelling.
El gigante de Paruro, que posee toda la fuerza y dignidad de una estatua monumental, es una imagen captada por el fotógrafo peruano Martín Chambi, quien, en sus largos recorridos por los Andes y llevando a lomo de mula su cámara de placa de vidrio, supo fijar en un instante preciso, como todo buen poeta de la luz y la sombra, imágenes que provocaban un cierto vértigo entre nuestra realidad y la suya, entre la creación y la contemplación. Además, el artista que dibuja con la luz los objetos y las formas, está consciente de que todo lo que recoja su sensibilidad visual no es otra cosa que el reflejo de su mundo interior.
Martín Chambi hizo posar al gigante de Paruro al lado del mestizo de traje y gomina, para luego retratarlo tal cual estaba. Miró a través de los lentes y presionó el obturador. Y, tras el clic de la máquina, la fotografía se compuso en un instante mágico. Más tarde, en la fría penumbra del laboratorio y sus alquimias, la imagen del gigante de Paruro quedó fija sobre el papel, con todo su poder de sugerencia.
El impacto de la fotografía, que sintetiza la realidad contradictoria del continente latinoamericano, me devolvió a épocas remotas y a esos temibles mitos relacionados con la existencia de seres gigantescos, que los piratas de alta mar contaban en los puertos del Viejo Mundo. De ahí que el cronista italiano Antonio Pigafetta, que navegó por las costas del Atlántico junto a las huestes de Fernando de Magallanes, escribió que los expedicionarios se encontraron con indios gigantes en la región meridional del continente sudamericano, con personajes que hablaban con voz de toro y tenían el cuerpo y la cara pintados de rojo, a quienes, por su impresionante estatura, los llamaron los patagones, pues se decía que eran tan altos y fornidos, que ni el más alto podía llegarles a la altura de los ojos sino montado sobre el caballo.
El gigante de Paruro tiene la cara alargada, los pómulos prominentes y quemados por el sol y el frío, los ojos irradiando los cinco siglos de opresión y menosprecio al indio, la nariz firme y aguileña, los labios carnosos, entreabiertos, y el mentón más amplio que la frente; lleva el poncho plegado y la chompa como un andrajo; tiene una mano nudosa apoyada sobre el hombro del mestizo, quien lo mira desde abajo, y la otra mano, donde las venas parecen lazos enraizados en su piel, sujetando el infaltable ch’ulu (gorro de lana), que seguramente se lo calaba hasta más abajo de las orejas para protegerse del frígido soplo del altiplano; sus abarcas, cuyas delgadas suelas parecen aplastadas por el peso de su cuerpo, no tienen hebillas sino tiras que cruzan por entre los dedos y se amarran a la altura del tobillo. Sus pantalones de bayeta, en realidad, no existen, puesto que de tanto remiendo parecen un solo remiendo.
Con todo, así como están, me recuerdan al aparapita (cargador) y a Jaime Sáenz (el viejo comealmas), el poeta surrealista boliviano que, en sus noches de bohemio, frecuentó el submundo de los aparapitas, intentando beber como ellos, con ellos, dos litros de alcohol por día, puesto que estos personajes enigmáticos, acostumbrados a comer la sopa de perejil con la cara contra la pared y lejos de las miradas indiscretas de la gente, no sólo le fascinaban porque viven en íntima relación con los toneles de aguardiente, sino también por su modo de vestir, pues el saco del aparapita, como los pantalones del gigante de Paruro, es una verdadera confección del tiempo y no del sastre. Aunque la prenda existió en algún momento, fue desapareciendo poco a poco, según los remiendos iban cundiendo hasta aumentarle el peso con relación a su espesor. De modo que los pantalones del gigante de Paruro son una suerte de hilo sobre hilo y tela sobre tela.
Sin embargo, lo que deja perplejo de está imagen no es tanto la vestimenta del indio como el impacto irresistible de su estatura, que a él sabría causarle un complejo de elefante, mientras a sus admiradores una curiosidad insondable, puesto que ver a un indio gigante, retratado gracias a los misterios de la luz, es siempre un golpe certero contra la percepción de la vista y un modo de constatar que, a veces, los personajes creados por las aventuras de la imaginación son superados por la realidad contundente.
Este podcast tiene la intención de reproducir interpretaciones personales de algunos clásicos de la poesía universal. Entiendo, al igual que Octavio Paz, que la poesía es una actividad emocional revolucionaria, un ejercicio espiritual, un medio de liberación interior y una búsqueda de transfiguración. Adonis, Ali Ahmad Said y Octavio paz son mis favoritos. Dos clásicos modernos.
Este poema, como tantos otros, tiene que ver con los límites de la vida. Es un poema profundo y desconcertante, pero como todos en los poemas de Adonis nunca sabemos a dónde nos lleva sus impresionantes versos, es como no saber en qué puerto este barco llegará anclar.