Julian Assange y el colapso del Estado de derecho

Por: Chris Hedges

Este artículo reproduce la intervención de Chris Hedges en un acto celebrado el pasado jueves en Nueva York en apoyo de Julian Assange. Dicho acto forma parte de una gira por Estados Unidos que durará un mes y en la que intervienen entre otros el padre y el hermano de Julian y Roger Waters (Pink Floyd).

Una sociedad que prohíbe la posibilidad de decir la verdad anula la posibilidad de vivir en la justicia.

Esa es la razón por la que esta noche estamos aquí. Todos los que conocemos y admiramos a Julian condenamos su prolongado sufrimiento y el de su familia. Exigimos que se ponga fin a los muchos errores e injusticias que se han cometido con su persona. Le respetamos por su valor y su integridad. Pero la batalla por la libertad de Julian nunca ha sido solo por la persecución a la que se sometía a un editor. Es la batalla por la libertad de prensa más importante de nuestra era. Y si perdemos esa batalla las consecuencias serán devastadoras, no solo para Julian y su familia sino para todos nosotros.

Las tiranías invierten el Estado de derecho. Convierten la ley en un instrumento de injusticia. Esconden sus crímenes mediante una falsa legalidad. Utilizan la dignidad de tribunales y juicios para ocultar su criminalidad. Aquellos que, como Julian, exponen ante el público esa criminalidad son personas peligrosas, porque sin el pretexto de la legitimidad la tiranía pierde credibilidad y lo único que le queda es el miedo, la coacción y la violencia.

La prolongada campaña contra Julian y Wikileaks es una ventana hacia la demolición del Estado de derecho, un paso más hacia lo que el filósofo político Sheldon Wolin llama nuestro sistema de totalitarismo invertido, una forma de totalitarismo que mantiene la ficción de la antigua democracia capitalista, incluyendo sus instituciones, iconografía, símbolos patrióticos y retórica, pero que internamente ha entregado todo el control a los dictados de las corporaciones globales.

Yo estaba en la sala del tribunal cuando Julian Assange fue juzgado por la juez Vanessa Baraitser, una versión moderna de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas, que exigía la sentencia antes de declarar el veredicto. Fue una farsa judicial. No existía base legal alguna para mantenerle en prisión. No había base legal alguna para juzgarle, siendo un ciudadano australiano, según la Ley de Espionaje de EE.UU. La CIA le estuvo espiando en la embajada ecuatoriana a través de una compañía española, UC Global, contratada para proporcionar la seguridad a la embajada. Este espionaje incluyó las conversaciones confidenciales entre Assange y sus abogados cuando discutían los términos de su defensa. Este mero hecho debería haber invalidado el juicio. Julian está prisionero en una cárcel de alta seguridad para que el Estado pueda continuar los abusos degradantes y la tortura que espera provoquen su desintegración psicológica o incluso física, tal y como ha testificado el relator Especial de la ONU para la Tortura, Nils Melzer.

El gobierno de Estados Unidos ha dado instrucciones al fiscal londinense James Lewis, tal y como ha documentado con elocuencia [el exdiplomático, periodista y defensor de derechos humanos británico] Craig Murray. Lewis presentó dichas directrices a la juez Baraitser, que las adoptó como su decisión legal. Todo el show fue una pantomima judicial. Lewis y la juez insistieron en que no estaban intentando criminalizar a los periodistas y amordazar a la prensa, al mismo tiempo que se afanaban en establecer un marco legal para criminalizar a los periodistas y amordazar a la prensa. Y esa es la razón por la que el tribunal se esforzó tanto por ocultar el proceso judicial a la opinión pública, limitando el acceso a la sala del tribunal a un puñado de observadores y poniendo todas las dificultades posibles para imposibilitar su visionado en línea. Fue un oscuro juicio amañado, más típico de la Lubianka que de la jurisprudencia británica.

Yo sé que muchos de los que estamos hoy aquí nos consideramos radicales, puede que hasta revolucionarios. Pero lo que estamos exigiendo tiene de hecho un tinte conservador, dentro del espectro político. Exigimos la restauración del Estado de derecho. Algo tan sencillo y básico que no debería resultar incendiario en una democracia en funcionamiento. Pero vivir en la verdad en un sistema despótico es un acto supremo de desafío. Esa verdad aterroriza a quienes detentan el poder.

Los arquitectos del imperialismo, los señores de la guerra, las ramas legislativa, judicial y ejecutiva del gobierno, controladas por las grandes empresas, y sus serviles cortesanos de los medios de comunicación son ilegítimos. Si pronuncias esta sencilla verdad quedas desterrado, como hemos estado muchos de nosotros, a los márgenes del panorama mediático. Si demuestras esa verdad, como han hecho Julian Assange, Chelsea Manning, Jeremy Hammond y Edward Snowden al permitirnos fisgar en las interioridades del poder, serás perseguido y procesado.

Poco después de que Wikileaks publicara los archivos de la Guerra de Irak en octubre de 2010, que documentaban numerosos crímenes de guerra de Estados Unidos –incluyendo imágenes del ametrallamiento de dos periodistas de Reuters y otros 10 civiles desarmados en el video Asesinato Colateral, la tortura sistemática de prisioneros iraquíes, el ocultamiento de miles de muertes de civiles y el asesinato de cerca de 700 civiles que se habían acercado demasiado a los puestos de control estadounidenses–, los destacados abogados de derechos civiles Len Weinglass y mi buen amigo Michael Ratner (a quien acompañaría posteriormente para reunirse con Julian en la embajada ecuatoriana) se reunieron con Julian en un apartamento de Londres Central. Las tarjetas bancarias personales de Assange habían sido bloqueadas. Tres ordenadores encriptados habían desaparecido de su equipaje durante su viaje a Londres. La policía sueca estaba fabricando un caso en su contra con la intención, le advirtió Ratner, de extraditarle a Estados Unidos.

“Wikileaks y tú personalmente os enfrentáis a una batalla que es tanto legal como política”, le dijo Weinglass a Assange. “Como aprendimos en el caso de los Papeles del Pentágono, al gobierno de Estados Unidos no le gusta que se haga pública la verdad. Y no le gusta que le humillen. No importa que sea Nixon, Bush u Obama, un Republicano o un Demócrata, quien ocupe la Casa Blanca. El gobierno de EE.UU. intentará evitar que publiques sus repugnantes secretos. Y si tienen que destruirte a ti, y destruir al mismo tiempo la Primera Enmienda y los derechos de los editores, están dispuestos a hacerlo. Creemos que van a perseguir a Wikileaks y a ti, Julian, por publicarlos”.

“Que van a perseguirme, ¿por qué razón?”, preguntó Julian.

“Por espionaje”, continuó Weinglass. “Van a acusar a Bradley Manning por traición, acogiéndose a la Ley de Espionaje de 1917. No creemos que se le pueda aplicar porque es un denunciante de conciencia, no un espía. Pero van a intentar obligar a Manning a que te implique a ti como colaborador”.

“Que van a perseguirme, ¿por qué razón?”

Esa es la cuestión.

Han perseguido a Julian por sus virtudes, no por sus defectos.

Han perseguido a Julian porque sacó a la luz más de 15.000 muertes no denunciadas de civiles iraquíes; porque hizo públicas la tortura y los malos tratos a unos 800 hombres y muchachos de entre 14 y 89 años en Guantánamo; porque publicó que Hillary Clinton ordenó en 2009 a los diplomáticos estadounidenses que espiaran al Secretario General de la ONU Ban Ki Moon y a otros representantes de China, Francia, Rusia y Reino Unido, un espionaje que incluía obtener su ADN, el escaneo de su iris, sus huellas dactilares y sus contraseñas personales, continuando métodos habituales de vigilancia ilegal como las escuchas ilegales al Secretario General de la ONU Kofi Annan las semanas previas a la invasión de Irak de 2003 dirigida por Estados Unidos; le han perseguido porque divulgó que Barack Obama, Hillary Clinton y la CIA orquestaron el golpe militar de 2009 en Honduras que derrocó al presidente elegido democráticamente, Manuel Zelaya, y lo reemplazó con un régimen militar corrupto y asesino; porque reveló que George Bush hijo, Barack Obama y el general Davis Petrous llevaron a cabo una guerra en Iraq que, según las leyes posteriores al proceso de Núremberg, se considera una guerra criminal de agresión, un crimen de guerra y porque autorizaron cientos de asesinatos selectivos, incluyendo los de ciudadanos estadounidenses en Yemen, donde también lanzaron secretamente misiles, bombas y ataques con drones que acabaron con la vida de decenas de civiles; porque reveló que Goldman Sachs pagó a Hillary Clinton 657.000 dólares por dar conferencias, una suma tan enorme que solo puede considerarse un soborno, y que Clinton aseguró en privado a los líderes empresariales que cumpliría sus ordenes, mientras prometía a la opinión pública una regulación y una reforma financiera; porque sacó a la luz la campaña interna para desacreditar y destruir a Jeremy Corbyn por parte de miembros de su propio Partido Laborista; porque mostró cómo la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad utilizan herramientas de hackeo que permiten al gobierno la vigilancia al por mayor a través de nuestros televisores, ordenadores, smartphones y programas antivirus, lo que permite al gobierno registrar y almacenar nuestras conversaciones, imágenes y mensajes de texto privados, incluso si están encriptados.

Julian sacó a la luz la verdad. La desveló una y otra y otra vez, hasta que no quedó la menor duda de la ilegalidad, corrupción y mendacidad endémicas que definen a la élite gobernante global. Y por descubrir esas verdades es por lo que han perseguido a Assange, como han perseguido a todos aquellos que se atrevieron a rasgar el velo que cubre al poder. “La Rosa Roja ahora también ha desaparecido…”, escribió Bertolt Bretch cuando la socialista alemana Rosa Luxemburgo fue asesinada. “Porque ella a los pobres la verdad ha dicho, los ricos del mundo la han extinguido”.

Hemos experimentado un golpe de Estado empresarial, mediante el cual los pobres y los hombres y mujeres trabajadores se ven reducidos al desempleo y el hambre; la guerra, la especulación financiera y la vigilancia interna son las únicas ocupaciones del Estado; por el cual ya ni siquiera existe el habeas corpus; por el que los ciudadanos no somos más que mercancías que se usan, se despluman y se descartan para los sistemas corporativos del poder. Negarse a contraatacar, a tender lazos y ayudar al débil, al oprimido y al que sufre, a salvar el planeta del ecocidio, a denunciar los crímenes internos e internacionales de la clase dominante, ea xigir justicia, a vivir en la verdad es llevar la marca de Caín. Quienes detentan el poder deben sentir nuestra ira, y eso significa realizar actos constantes de desobediencia civil, significa acciones constantes de protesta social y política, porque este poder organizado desde abajo es el único que nos salvará y el único poder que liberará a Julian. La política es un juego de temor. Es nuestro deber moral y cívico hacer sentir miedo a los que están en el poder, mucho miedo.

La clase dominante criminal nos tiene a todos sujetos por el miedo. No puede reformarse. Ha abolido el Estado de derecho. Oscurece y falsea la verdad. Busca la consolidación de su obsceno poder y su obscena riqueza. Por tanto, citando a la Reina de Corazones, metafóricamente, claro, yo digo: “¡Que les corten la cabeza!”.

Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la  de los Balcanes. Anteriormente trabajó para los diarios The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Presenta el programa “On Contact”, nominado para un Premio Emmy, de la cadena internacional de televisión rusa RT.

– Desenmascarando la tortura de Julian Assange

Por Nils Melzer

Fuentes: Público
Nils Melzer es Relator Especial de la ONU sobre la Tortura y escribió este artículo con ocasión del Día en Apoyo de las Víctimas de la Tortura, el 26 de junio de 2019.

Este artículo de opinión fue ofrecido para su publicación a The Guardian, The Times, Financial Times, The Sydney Morning Herald, The Australian, The Canberra Times, The Telegraph, The New York Times, The Washington Post, Thomson Reuters Foundation y Newsweek. Ninguno respondió positivamente.

Ya sé, muchos pueden pensar que estoy equivocado. ¿Cómo puede equivaler a tortura la vida en una embajada con un gato y una tabla de skate? Eso es exactamente lo que yo también pensé cuando Assange apeló por primera vez a mi institución pidiendo protección. Como la mayor parte del público, había sido envenenado subconscientemente por la incesante campaña de difamación difundida a lo largo de los años. Así que tuvo que llamar una segunda vez a mi puerta para conseguir mi reacia atención. Pero lo que descubrí cuando examiné los hechos de este caso me llenó de repulsión e incredulidad.

Sin duda, pensaba, ¡Assange debe ser un violador! Pero lo que hallé es que jamás ha sido imputado de un delito sexual. Es cierto que, poco después de que EEUU animase a sus aliados encontrar motivos para procesar a Assange, la fiscalía sueca informó a la prensa sensacionalista de que era sospechoso de haber violado a dos mujeres. Curiosamente, sin embargo, las propias mujeres nunca dijeron haber sido violadas, ni que pretendieran denunciar un acto delictivo. Imaginen. Más aún, el examen forense de un condón presentado como prueba, que supuestamente llevaba puesto Assange y se rompió durante el acto sexual, no contenía ADN ninguno; ni de él, ni de ellas, ni de nadie en absoluto. Imaginen de nuevo. Una de las mujeres incluso puso por escrito que ella sólo quería que Assange se hiciera una prueba de sida, pero que la Policía estaba «deseosa de ponerle las manos encima». Imaginen, una vez más. Desde entonces, tanto Suecia como Gran Bretaña han hecho todo lo posible para impedir que Assange hiciera frente a esas alegaciones sin tener al mismo tiempo que exponerse a ser extraditado a EEUU y, en consecuencia, sometido un juicio-farsa seguido de una vida en prisión. Su último refugio había sido la Embajada de Ecuador.

De acuerdo, pensé, pero seguramente ¡Assange es un hacker! Sin embargo, lo que descubrí es que todas sus revelaciones le habían sido libremente filtradas y que nadie le acusa de haber hackeado un solo ordenador. De hecho, la única posible imputación de hackeo contra él tiene que ver con su presunto intento infructuoso de ayudar a forzar un password que, de haber tenido éxito, podría haber ayudado a su fuente a ocultar su rastro. En breve: una cadena de acontecimientos harto aislada, especulativa y sin consecuencias; algo así como tratar de procesar a un conductor que intentase sin éxito superar el límite de velocidad, pero no lo lograse porque su coche no tenía bastante potencia.

Bien, pero entonces, pensé, al menos sabemos con seguridad que Assange es un espía de Rusia, ha interferido en las elecciones de EEUU y ¡ha provocado muertes por su negligencia! Pero todo lo que encontré es que ha publicado sistemáticamente información auténtica de interés público inherente sin haber quebrado confianza, obligación ni lealtad ningunas. Sí, sacó a la luz crímenes de guerra, corrupción y abusos, pero no confundamos la seguridad nacional con la impunidad gubernamental. Sí, los hechos que desveló empoderaron a los votantes estadounidenses para tomar decisiones mejor informadas, pero ¿no es eso simplemente democracia? Sí, hay que mantener debates éticos sobre la legitimidad de revelaciones no censuradas. Pero, si se hubiera causado algún daño concreto, ¿cómo es que ni Assange ni Wikileaks nunca han sido judicialmente imputados ni sometidos a demandas civiles reclamando compensación?

Pero seguramente, me encontré casi rogando, ¿Assange debe ser un narcisista egocéntrico que corre con su tabla de skate por la Embajada de Ecuador y va manchando las paredes con sus heces? Bueno, pues todo lo que me contó el personal de la embajada fue que los inevitables inconvenientes de su acomodo en sus oficinas fueron apañados con respeto y consideración mutuos. Esto sólo cambió después de la elección del presidente Moreno, cuando de pronto recibieron instrucciones de encontrar al sucio contra Assange y, cuando no lo hallaron, fueron pronto reemplazados. El presidente incluso asumió personalmente la tarea de bendecir al mundo con chismes sobre él y de privarle de asilo y ciudadanía sin mediar procedimiento legal alguno.

En definitiva, finalmente me apercibí de que había sido cegado por la propaganda y que Assange había sido sistemáticamente calumniado para distraer la atención de los crímenes que desvelaba. Después de ser deshumanizado mediante el aislamiento, el ridículo y la vergüenza, tal cual las brujas a las que solíamos quemar en la hoguera, era fácil privarle de sus derechos más fundamentales sin provocar indignación pública mundial. Y, por tanto, se está sentando un precedente legal, por la puerta de atrás de nuestra complacencia, que en el futuro puede ser aplicado igualmente a las revelaciones del Guardian, el New York Times o ABC News.

Muy bien, pueden ustedes decir, pero ¿qué tiene que ver la calumnia con la tortura? Bueno, esto es terreno resbaladizo. Lo que puede parecer mera «difamación política» en un debate público, muy pronto se convierte en «acoso» cuando se hace contra alguien indefenso, e incluso «persecución» en cuanto lo comete un Estado. A esto, agreguémosle intencionalidad y grave sufrimiento, y tendremos tortura psicológica de pleno derecho.

Sí, vivir en una embajada con un gato y una tabla de skate puede parecer una solución agradable si crees el resto de las mentiras. Pero cuando nadie recuerda el motivo para el odio que has de soportar, cuando nadie quiere ni siquiera escuchar la verdad, cuando ni los tribunales ni los medios de comunicación les piden cuentas a los poderosos, entonces tu refugio se convierte en una balsa de goma en un estanque de tiburones, y ni tu gato ni tu tabla de skate te salvarán la vida.

Incluso así, pueden aducir, ¿por qué dedicar tantas palabras a Assange cuando son incontables los que están siendo torturados en todo el mundo? Pues porque no se trata aquí sólo de proteger a Assange, sino de evitar un precedente que probablemente sellará el destino de la democracia occidental. Porque en cuanto decir la verdad se haya convertido en un delito, mientras los poderosos gozan de impunidad, será demasiado tarde para corregir el rumbo. Habremos rendido nuestra voz a la censura y nuestro destino a la tiranía incontrolada.

Nils Melzer: Relator Especial sobre la Tortura de la ONU.

Medios que miran a otro lado en el juicio a Julian Assange

Medios que miran a otro lado en el juicio a Julian Assange

Por Pascual Serrano

Fuentes: El Diario

Todos esos medios que tanto se presentaron como desveladores de secretos de guerra ocultados por Estados Unidos ahora asisten e informan con frialdad e indiferencia del atropello de la persona que hizo posible conocer toda aquella verdad

El pasado 7 de septiembre se reanudó el juicio de extradición de Julian Assange en Londres. Estados Unidos lo reclama por 18 presuntos delitos de espionaje e intrusión informática, por difundir mediante Wikileaks en 2010 más de 700.000 documentos clasificados sobre las actividades militares y diplomáticas estadounidenses, sobre todo en Iraq y Afganistán, que revelaron actos de tortura, muertes de civiles y otros abusos.

Tras ser pospuesto en febrero por la pandemia de COVID, se prevé que las vistas duren tres o cuatro semanas

Recluido en una prisión londinense de alta seguridad desde su detención en abril de 2019 en la embajada de Ecuador, donde vivió siete años, Assange podría ser condenado a 175 años de cárcel si la justicia estadounidense lo declara culpable.

Es verdad que estamos solo ante el juicio donde se decidirá si se le extradita, no si es culpable de los delitos, sin embargo, la repercusión de esta noticia está siendo mínima en los grandes medios a pesar de situarse en una ciudad, Londres, donde todos tienen acceso. No estamos viendo ni crónicas de corresponsales o enviados ni reportajes ni artículos de opinión. Algo que contrasta con la tremenda repercusión que tuvo la difusión de las informaciones de Wikileaks y lo rentable que supuso para el pool de periódicos que tuvieron el privilegio de disponer de sus informaciones en primicia. Sin embargo, ahora se están limitando a difundir escuetos y fríos cables de agencia.

Los medios no están recordando elementos de contexto fundamentales. Repasemos:

Assange está encarcelado en Londres por una condena de 50 semanas de prisión por haber violado la libertad condicional que le concedieron mientras se decidía una reclamación de la justicia sueca por violación. Pero en 2015 el fiscal sueco retiró los cargos y en 2017 la justicia sueca archivó la causa, por tanto no tiene sentido mantener en prisión en Londres a una persona acusándole de violar una libertad condicionada a una acusación que no existe.

Assange fue abandonado por el gobierno de Ecuador cuando llegó al poder Lenin Moreno. Su país recibió el visto bueno de Estados Unidos para un préstamo con el FMI por cuatro mil millones de dólares a cambio de que la policía inglesa entrara a la embajada y lo arrestara porno haberse entregado a la corte cuando estaba libre bajo fianza en 2012. No parece que ese sea un sistema muy lícito para impartir justicia.

Sesenta médicos suscribieron una carta alertando su preocupación de que Assange pudiera morir en la cárcel dado su deteriorado estado de salud. Incluso el relator de la ONU sobre la tortura, Nils Melzer, dijo que la vida de Assange estaba «ahora en peligro». Posteriormente, el pasado junio, más de 200 médicos eminentes de todo el mundo suscribieron un comunicado en la revista médica The Lancet pidiendo poner fin a la tortura psicológica del editor de WikiLeaks y su liberación inmediata de la prisión Belmarsh de máxima seguridad en Gran Bretaña.

No se hace referencia a las irregularidades denunciadas en la comparecencia del pasado octubre ante el tribunal de primera instancia de Westminster. El exdiplomático británico Craig Murray, que logró estar presente en la sesión, reveló el estado débil y errático en el que se encontraba Assange, el desprecio de la jueza hacia la defensa, que vio denegadas todas sus alegaciones, desde la petición de más tiempo para preparar el caso dadas las limitaciones que se pusieron a los abogados de Assange para ver a su cliente en prisión, a la incautación de los documentos (por agentes de Estados Unidos) que éste tenía en la embajada de Ecuador. Extraña la irregularidad de que el fiscal del caso consultara en la propia sala sus dudas con tres funcionarios de la embajada de Estados Unidos que, según sus propias palabras, le daban «instrucciones». La jueza aprobó todas sus peticiones. Incluso llegaron a entrar en la sala dos agentes estadounidenses armados.

La vista que ahora ha comenzado se realiza en Woolwich Crown Court, en lugar destinado a los juicios por terrorismo, no se permite público ni observadores de ONG’s y se ha impuesto una limitación de tan solo 10 periodistas que podrán acceder a las sesiones. Esta restricción es una manera de invisibilizar el estado de salud de Assange: la última vez que se lo vio fue en su arresto en la embajada ecuatoriana. La información de las pocas personas que han tenido acceso a Assange en todos estos meses – su actual pareja, sus abogados- es que su estado de salud es precario.

La situación carcelaria a la que está sometido es inhumana. Se trata de una prisión de alta seguridad en condiciones de aislamiento, con 23 horas diarias de soledad y 45 minutos para hacer ejercicio en un patio de cemento. Cuando Assange sale de la celda, «todos los pasillos por los que pasa son evacuados y todas las puertas de las celdas se cierran para garantizar que no tenga contacto con otros reclusos».

Todos esos medios de comunicación que tanto se presentaron como desveladores de secretos de guerra ocultados por Estados Unidos, medios que denunciaban torturas y múltiples violaciones de derechos humanos, defensores de la libertad de expresión y de la transparencia informativa, ahora asisten e informan con frialdad e indiferencia al atropello de la persona que hizo posible conocer toda aquella verdad sobre la guerra y las invasiones de Estados Unidos.

Nos lo recordaban Noam Chomsky y Alice Walker como copresidentes de AssangeDefense.org en The Independent (por supuesto nuestros grandes medios españoles no han recogido ese manifiesto): «Assange enfrenta la extradición a Estados Unidos porque publicó pruebas incontrovertibles de crímenes de guerra y abusos en Irak y Afganistán, avergonzando a la nación más poderosa de la Tierra. Assange publicó pruebas contundentes de «las formas en que el primer mundo explota al tercero», según la denunciante Chelsea Manning, la fuente de esa evidencia. Assange está siendo juzgado por su periodismo, por sus principios».

«Las publicaciones de Assange de 2010 expusieron 15.000 víctimas civiles previamente no contadas en Iraq, bajas que el Ejército de Estados Unidos habría enterrado. Destaca el hecho de que Estados Unidos está intentando lograr lo que los regímenes represivos solo pueden soñar: decidir qué pueden y qué no pueden escribir los periodistas de todo el mundo. Destaca el hecho de que todos los denunciantes y el periodismo en sí, no solo Assange, están siendo juzgados aquí», añaden Chomsky y Walker.

Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/medios-miran-lado-juicio-julian-assange_129_6223669.html

Reclamamos la libertad de Julian Assange

Por Adolfo Pérez Esquivel/

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.
Los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña llevan a cabo una persecución desde hace años en contra de Julian Assange. Hoy se tramita un juicio para que se autorice su extradición a los Estados Unidos, país que es uno de los mayores violadores de los Derechos Humanos y de los Pueblos en el mundo.

Julián Assange publicó en la plataforma Wikileaks información sobre los crímenes de guerra, corrupción y espionaje global del gobierno de Estados Unidos contra los pueblos, y por tal motivo es perseguido. Washington busca ocultar o silenciar toda exposición de sus políticas de terror impuestas a otros países.

El expresidente Rafael Correa le concedió asilo diplomático y estuvo alojado en la Embajada del Ecuador en Londres desde 2012 hasta abril del 2019, cuando Lenin Moreno autorizó a las autoridades británicas a ingresar en su embajada y que lo arrestaran. Desde entonces permanece en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. El 7 de septiembre comenzó su juicio de extradición. Si éste llegara a prosperar sería juzgado  en el Distrito Este de Virginia, conocido como el Tribunal de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Hasta ahora ningún acusado de atentar contra la seguridad nacional ha ganado un caso en ese tribunal.

El Relator Contra la Tortura de Naciones Unidas, Nils Meltzer, considera que la detención de Julian Assange es injusta  y arbitraria, lo mismo que su enjuiciamiento. Además, en la cárcel inglesa ha sido sometido a torturas y a un trato inhumano, y debe ser liberado y resarcido de inmediato.

Por todo ello numerosos organismos de Derechos Humanos, cientos de juristas, mandatarios y periodistas de todo el mundo reclaman la libertad de Julian Assange.

Hacemos un llamado a los medios de información para que exijan su libertad:  se encuentra en situación de riesgo y su salud está en peligro. Es urgente proteger su integridad psicofísica y ser conscientes de que si es extraditado a Estados Unidos le aplicarían una pena de 175 años de prisión, lo cual equivaldría a una condena a muerte.

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.

El objetivo de la persecución del gobierno de Trump contra Julian Assange, es mantener en secreto las actividades del complejo industrial-militar y lograr la impunidad de los crímenes cometidos por Estados Unidos en el mundo.

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nobel de la Paz
Buenos Aires, 8 de Septiembre de 2020

Los periodistas han allanado el camino de Assange al Gulag de EE.UU.

Por Jonathan Cook | 09/09/2020 | Conocimiento Libre /

Foto: Detención de Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, abril de 2019 /
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo /

Esta semana han comenzado las audiencias en un tribunal británico para dictaminar sobre la extradición de Julian Assange. Las vicisitudes de más de una década que nos ha llevado hasta el punto en que nos encontramos deberían horrorizar a todo aquel preocupado por la creciente fragilidad de nuestras libertades.

Un periodista y editor ha sido privado de libertad durante diez años. Según los expertos de Naciones Unidas, Assange ha sido arbitrariamente detenido y torturado la mayor parte de ese tiempo mediante un estricto confinamiento físico y una presión psicológica continuada.  La CIA ha pinchado sus comunicaciones y le ha espiado cuando estaba bajo asilo político, en la embajada de Ecuador en Londres, vulnerando sus derechos legales más fundamentales. La jueza que ha supervisado las vistas tiene un grave conflicto de intereses (su familia está muy relacionada con los servicios de seguridad británicos) que no ha declarado y que debería haberla impedido hacerse cargo del caso.

Todo indica que Assange será extraditado a Estados Unidos para enfrentarse a un juicio amañado frente a un gran jurado dispuesto a enviarle a una prisión de máxima seguridad para cumplir una sentencia de hasta 175 años de prisión.

Todo esto no está pasando en una dictadura de pacotilla del Tercer Mundo. Está teniendo lugar bajo nuestras narices, en una gran capital occidental y en un Estado que dice proteger los derechos de la prensa libre. Está ocurriendo no en un abrir y cerrar de ojos, sino a cámara lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

La única justificación para este ataque implacable a la libertad de prensa –dejando de lado la sofisticada campaña de ataque que los gobiernos occidentales y los medios de comunicación sumisos han llevado a cabo  contra la personalidad de Assange– es que un hombre de 49 años publicó documentos que mostraban los crímenes de guerra de EE.UU. Esa es la razón –la única razón– por la que Estados Unidos pretende su extradición y por la que Assange ha estado languideciendo en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh durante la pandemia del covid-19. La solicitud de libertad bajo fianza promovida por sus abogados fue rechazada.

Una cabeza en una pica

Mientras toda la prensa le abandonaba hace una década, y se hacía eco de los comentarios oficiales que lo ridiculizaban por su higiene personal y el tratamiento a su gato, Assange se encuentra actualmente en la situación que predijo en su día que estaría si los gobiernos occidentales se salían con la suya. Está a la espera de su entrega a Estados Unidos para ser encerrado el resto de sus días.

Dos son los objetivos que Estados Unidos y Reino Unido querían lograr mediante la evidente persecución, reclusión y tortura de Assange.

En primer lugar, la inhabilitación de el propio Assange y de Wikileks, la organización de transparencia que fundó con otros colaboradores. El uso de Wikileaks tenía que ser demasiado arriesgado para potenciales denunciantes de conciencia. Esa es la razón por la que Chelsea Manning (la soldado estadounidense que filtró los documentos sobre crímenes de guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán por los que Assange se enfrenta a la extradición) también fue sometida a una rigurosa reclusión. Posteriormente sufrió repetidos castigos en la prisión para forzarla a testificar contra Assange.

El propósito era desacreditar a Wikileaks y organizaciones similares y evitar que publicaran nuevos documentos reveladores, del tipo de los que muestran que los gobiernos occidentales no son los “chicos buenos” que manejan los asuntos del mundo en beneficio de la humanidad, sino matones globales muy militarizados que promueven las mismas políticas coloniales de guerra, destrucción y pillaje que siempre han aplicado.

Y, en segundo lugar, había que sentar ejemplo. Assange tenía que sufrir horriblemente y a la vista de todos para disuadir a otros periodistas de seguir sus pasos. Sería el equivalente moderno de colocar la cabeza del enemigo en una pica a las puertas de la ciudad.

El hecho evidente –confirmado por la cobertura mediática del caso– es que esa estrategia promovida principalmente por EE.UU. y Reino Unido (con Suecia jugando un papel secundario) ha tenido un enorme éxito. La mayor parte de los periodistas de los grandes medios siguen vilipendiando con entusiasmo a Assange, ahora al ignorar su terrible situación.

Una historia oculta a vista de todos

Cuando Assange se apresuró a buscar asilo político en la embajada de Ecuador en 2012, los periodistas de todos los medios convencionales ridiculizaron su afirmación (ahora claramente justificada) de que intentaba evadir la iniciativa de EE.UU. para extraditarle y encerrarle de por vida. Los medios continuaron con su burla incluso cuando se acumularon pruebas de que un gran jurado se había reunido en secreto para redactar acusaciones de espionaje contra él, y que dicho jurado actuaba desde el distrito oriental de Virginia, sede central de los servicios de seguridad e inteligencia estadounidense. Cualquier jurado de la zona está dominado por el personal de seguridad y sus familiares. No tenía ninguna esperanza de lograr un juicio justo.

Llevamos ocho años soportando que los grandes medios eludan el fondo del caso y  se dediquen complacientes a atacar su personalidad, lo que ha allanado el camino para la actual indiferencia del público ante la extradición de Assange y ha permitido la ignorancia general de sus horrendas implicaciones.

Los periodistas mercenarios han aceptado, al pie de la letra, una serie de razonamientos que justifican el encierro indefinido de Assange en interés de la justicia –antes incluso que su extradición– y que se pisotearan sus derechos legales más básicos. El otro lado de la historia –el de Assange, la historia oculta a vista de todos– ha permanecido invariablemente fuera de la cobertura mediática, ya sea de la CNN, o del New York Times, la BBC o el Guardian.

Desde Suecia hasta Clinton

Al principio se dijo que Assange había huido para no responder a las acusaciones de agresión sexual presentadas en Suecia, a pesar de que fueron las autoridades suecas las que le permitieron salir del país; a pesar de que la fiscal original del caso, Eva Finne, descartara la investigación contra él por “no existir sospecha alguna de cualquier delito”, antes de que otra fiscal tomara el caso por razones políticas apenas ocultas; y a pesar de que Assange posteriormente invitara a la fiscalía sueca a interrogarle en el lugar donde se encontraba (en la embajada), una opción que normalmente no supone ningún problema en otros casos pero fue absolutamente rechazada en este.

No se trata solo de que los grandes medios no proporcionaran a sus lectores el contexto de la versión de Suecia. Ni de que se ignoraran muchos otros factores a favor de Assange, como la prueba falsificada en el caso de una de las dos mujeres que alegaron agresión sexual y la negación por parte de la otra a firmar la acusación de violación que la policía había preparado para ella.

Se mentía burda y repetidamente al decir que se trataba de una “denuncia de violación”, cuando Assange simplemente era requerido para un interrogatorio. Nunca se levantaron cargos de violación contra él porque la segunda fiscal sueca, Marianne Ny –y sus homónimos británicos, entre otros Sir Keir Starmer, entonces fiscal jefe del caso y ahora líder del Partido Laborista– aparentemente intentaban evitar la poca credibilidad de las alegaciones interrogando a Assange. Era mucho mejor para sus propósitos dejar que Julian se pudriera en un pequeño cuarto de la embajada.

Cuando el caso sueco se vino abajo –cuando resultó evidente que la fiscal original tenía razón al concluir que no existía prueba alguna que justificara nuevos interrogatorios, por no decir acusaciones firmes– la clase política y los medios de comunicación cambiaron de táctica.

De repente la reclusión de Assange estaba implícitamente justificada por razones completamente diferentes, razones políticas –porque supuestamente había contribuido a la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump publicando correos electrónicos, presuntamente “hackeados” por Rusia de los servidores del partido Demócrata. El contenido de esos correos, ocultos por los medios en aquel entonces y muy olvidados en la actualidad, desvelaban la corrupción en la campaña de Clinton y las iniciativas llevadas a cabo para sabotear las primarias del partido y debilitar a su rival para la nominación presidencial, Bernie Sanders.

The Guardian fabrica una mentira

A la derecha autoritaria no le ha preocupado mucho el prolongado confinamiento de Assange en la embajada y su posterior encarcelamiento en Belmarsh por haber sacado a la luz los crímenes de guerra de EE.UU., por tanto la prensa no ha invertido ningún esfuerzo en unirla para la causa. La campaña de demonización contra Assange se ha centrado en temas a los tradicionalmente son más sensibles los liberales y la izquierda, que de otro modo tendrían escrúpulos en tirar por la borda la Primera Enmienda y encerrar a la gente por hacer periodismo.

Al igual que las alegaciones de Suecia, a pesar de que no concluyeran en ninguna investigación, se aprovecharon de lo peor de las impulsivas políticas identitarias de la izquierda, la historia de los correos “hackeados” fue diseñada para distanciar a la base del partido Demócrata. Por extraordinario que parezca, la idea de que Rusia penetró en los ordenadores del partido Demócrata persiste a pesar de que pasados los años –y tras una ardua investigación del “Rusiagate” a cargo de Robert Mueller– todavía no se puede sostener con pruebas reales. De hecho, algunas de las personas más cercanas a la materia, como el antiguo embajador británico Craig Murray, han insistido todo el tiempo en que los correos no fueron hackeados por Rusia, sino filtrados por un miembro desengañado del partido Demócrata desde el interior.

Pero todavía es un argumento de mayor peso el hecho de que una organización de transparencia como Wikileaks no tenía más opción que exponer los abusos del partido Demócrata, una vez que obraron en su poder dichos documentos, fuera cual fuera la fuente.

Una vez más, la razón por la que Assange y Wikileaks acabaron mezclados con el fiasco del Rusiagate –que desgastó la energía de los simpatizantes demócratas en una campaña contra Trump que lejos de debilitarle le fortaleció– es la cobertura crédula que realizaron prácticamente todos los grandes medios del caso. Periódicos liberales como el Guardian fueron aún más lejos y fabricaron descaradamente una historia –en la que falsamente informaban de que el asistente de Trump, Paul Manafort, y unos “rusos” sin nombre visitaron en secreto a Assange en la embajada– sin que ello les trajera repercusiones ni llegaran a retractarse en ningún momento.

Se ignora la tortura de Assange

Todo ha posibilitado lo ocurrido posteriormente. Una vez que el caso de la fiscalía sueca se desvaneció y no existían motivos razonables para impedir que Assange saliera en libertad de la embajada, los medios de comunicación decidieron en comandita que el quebrantamiento técnico de la libertad vigilada era motivo suficiente para su reclusión continuada en la embajada o, mejor aún, para su detención y encarcelamiento. Dicho quebrantamiento se basada, desde luego, en la decisión de Assange de buscar asilo en la embajada motivada por el justificada creencia en que Estados Unidos planeaba pedir su extradición y encarcelamiento.

Ninguno de estos periodistas bien pagados pareció recordar que, según el derecho británico, está permitido no cumplir las condiciones de la fianza si existe una “causa razonable”, y huir de la persecución política entra evidentemente dentro de las causas razonables.

Los medios de comunicación también ignoraron deliberadamente las conclusiones del informe de Nils Melzer, académico suizo de derecho internacional y experto de Naciones Unidas en la tortura, según las cuales Reino Unido, EE.UU. y Suecia  no solo habían negado a Assange sus derechos legales básicos sino que se habían confabulado para someterle a años de tortura psicológica –una forma de tortura, según señalaba Melzer, perfeccionada por los nazis por ser más cruel y más efectiva que la tortura física.

Como resultado, Assange ha sufrido un importante deterioro en su salud  física y cognitiva y ha perdido mucho peso. Nada de ello ha merecido más allá de una simple mención por parte de los grandes medios –especialmente cuando su mala salud le ha impedido asistir a alguna audiencia. Las repetidas advertencias de Melzer sobre el maltrato a Assange y sus efectos han caído en oídos sordos. Los medios de comunicación simplemente han ignorado las conclusiones de Melzer, como si nunca hubieran sido publicadas, en el sentido de que Assange ha sido, y está siendo, torturado. Solo tenemos que detenernos a pensar la cobertura que habría recibido el informe de Melzer si hubiera sido motivado por el tratamiento a un disidente de un Estado oficialmente enemigo como Rusia o China.

La sumisión de los medios de comunicación ante el poder

El año pasado la policía británica –en coordinación con un Ecuador presidido por Lenin Moreno, ansioso por estrechar sus lazos con Washington– irrumpió en la embajada para sacar a la fuerza a Assange y encerrarle en la prisión de Belmarsh. Los periodistas volvieron a mirar hacia otro lado en la cobertura de este suceso.

Llevaban cinco años manifestando la necesidad de “creer a las mujeres” en el caso de Assange, aunque eso supusiera ignorar las evidencias, y luego proclamando la santidad de las condiciones de la fianza, aunque se usaran como un simple pretexto para la persecución política. Ahora, todo eso había desaparecido en un instante. De repente, los nueve años de reclusión de Assange basados en la investigación de una agresión sexual inexistente y una infracción menor de la fianza fueron sustituidos por la acusación por un caso de espionaje. Y la prensa volvió a unirse contra él.

Hace unos pocos años la idea de que Assange pudiera ser extraditado a EE.UU. y encerrado de por vida, al considerar “espionaje” su práctica del periodismo, era objeto de mofa por su inverosimilitud. Era algo tan ofensivamente ilegal que ningún periodista “establecido” podía admitir que fuera la verdadera razón para su solicitud de asilo en la embajada. La idea fue ridiculizada como un producto de la imaginación paranoide de Assange y sus seguidores y una excusa fabricada para rehuir la investigación de la fiscalía sueca.

Pero cuando la policía británica invadió la embajada en abril del pasado año y le detuvo para facilitar su extradición a Estados Unidos, precisamente acusándole de espionaje, lo que confirmaba las sospechas de Assange, los periodistas informaron de ello como si desconocieran el trasfondo de la historia. Los medios olvidaron deliberadamente el contexto porque les habría obligado a aceptar que son unos ingenuos ante la propaganda estadounidense, unos apologistas del excepcionalismo de Estados Unidos y de su ilegalidad, y porque habría demostrado que Assange, una vez más, tenía razón. Habría demostrado que él es el verdadero periodista, y no ellos y su periodismo corporativo apaciguado, complaciente y sumiso.

La muerte del periodismo

En estos momentos todos los periodistas del mundo deberían rebelarse y protestar ante los abusos que ha sufrido y está sufriendo Assange, un fatídico destino que se prolongará si se aprueba su extradición. Deberían estar publicando en las primeras páginas y manifestando en los programas informativos de televisión su protesta por los abusos interminables y descarados del proceso contra Assange en los tribunales británicos, entre otros el flagrante conflicto de intereses de Lady Emma Arbuthnot, la juez que supervisa el caso.

Deberían armar un escándalo por la vigilancia ilegal de la CIA  a la que fue sometido Assange mientras se hallaba recluido en las instalaciones de la embajada ecuatoriana, e invalidar la falsa acusación contra él por haber violado las relaciones entre abogado y cliente. Deberían mostrarse indignados ante las maniobras de Washington, a las que los tribunales británicos aplicaron una fina capa del barniz del procedimiento reglamentario, diseñado para extraditarle bajo la acusación de espionaje por realizar un trabajo  que está en el mismo núcleo de lo que se supone es el periodismo: pedir cuentas al poder.

Los periodistas no tienen por qué preocuparse por Assange ni este tiene por qué caerles bien. Tienen que manifestar su protesta porque la aprobación de su extradición marcará la muerte oficial del periodismo. Significará que cualquier periodista del mundo que desentierre verdades embarazosas sobre Estados Unidos, que descubra sus secretos más oscuros, tendrá que guardar silencio o se arriesgará a pudrirse en una cárcel el resto de su vida.

Esa perspectiva debería horrorizar a cualquier periodista. Pero no ha ocurrido así.

Carreras y estatus, no la verdad

Claro está que la inmensa mayoría de periodistas occidentales no llegan a desvelar un secreto importante de los centros de poder en toda su carrera profesional, ni siquiera aquellos que aparentemente se dedican a monitorizar esos centros de poder. Dichos periodistas reescriben los comunicados de prensa y los informes de los grupos de presión, sonsacan a fuentes internas del gobierno que los utilizan para llegar a las grandes audiencias y transmiten los chismes y maledicencias de los pasillos del poder.

Esa es la realidad del 99 por ciento de lo que llamamos periodismo político.

No obstante, el abandono de Assange por parte de los periodistas  –la completa falta de solidaridad ante la persecución flagrante de uno de ellos, similar a la de los disidentes que tiempo atrás eran enviados a un gulag– debería deprimirnos. No significa solo que los periodistas han abandonado la pretensión de hacer auténtico periodismo, sino también que han renunciado a la aspiración de que cualquier otro lo haga.

Significa que los periodistas de los grandes medios, los medios corporativos, están dispuestos a ser considerados por sus audiencias con mayor desdén de lo que ya lo son. Porque, a través de su complicidad y su silencio, se han puesto del lado de los gobiernos para que cualquiera que pida cuentas al poder, como Assange, termine entre rejas. Su propia libertad les encasilla como una élite cautiva; la prueba irrefutable de que sirven al poder es que no lo confrontan.

La única conclusión posible es que a los periodistas de los grandes medios les importa menos la verdad que su carrera profesional, su salario, su estatus y su acceso a los ricos y poderosos. Como Ed Herman y Noam Chomsky explicaron hace tiempo en su libro Los guardianes de la libertad, los periodistas alcanzan la clase media tras un largo proceso diseñado para deshacerse de aquellos que no están claramente en sintonía con los intereses ideológicos de sus editores.

Una ofrenda sacrificial

En resumen, Assange desafió a todos los periodistas al renunciar a su “acceso” (a dios) y a su modus operandi: revelar destellos ocasionales de verdades muy parciales obtenidas de sus fuentes “amigables” (e invariablemente anónimas) que utilizan los medios de comunicación para marcar puntos a sus rivales de los centros de poder.

En vez de eso, a través de denunciantes de conciencia, Assange desenterró la verdad cruda, sin adornos, plena, cuya exposición a la luz pública no ayudaba a ningún poderoso, solo a nosotros, al público, cuando tratábamos de entender lo que se estaba haciendo y se había hecho en nuestro nombre. Por primera vez pudimos ser testigos del comportamiento peligroso y a menudo criminal de nuestros dirigentes.

Assange no solo puso en evidencia a la clase política, también a los medios de comunicación, por su debilidad, su hipocresía, su dependencia de poder, su incapacidad para criticar el sistema corporativo en el que están inmersos.

Pocos de ellos pueden perdonarle ese delito. Y esa es la razón por la que estarán ahí, alentando su extradición, aunque solo sea mediante su silencio. Unos pocos escritores liberales esperarán hasta que sea demasiado tarde para Assange, hasta que haya sido empaquetado para su entrega, y expresarán en columnas dolientes, con poco entusiasmo y de forma evasiva, que por muy desagradable que se supone que sea Assange no se merecía el tratamiento que Estados Unidos le había reservado.

Pero eso será demasiado poco y demasiado tarde. Assange necesitaba hace tiempo la solidaridad de los periodistas y de las asociaciones de prensa, así como la denuncia a pleno pulmón de sus opresores. Él y Wikileaks estaban a la vanguardia de un combate para reformular el periodismo, para reconstruirlo como el verdadero control del poder desbocado de nuestros gobiernos. Los periodistas tenían la oportunidad de unirse a él en esa lucha. En vez de eso huyeron del campo de batalla, dejándole como una oferta sacrificial ante sus amos corporativos.

Más información sobre la persecución a Assange (vídeo en inglés): The War on Journalism: The Case of Julian Assange (38’)

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/04/journalists-have-paved-assanges-path-to-a-us-gulag/

Julian Assange’s case exposes British hypocrisy on press freedom

Por Peter Oborne

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One of the most repugnant political faults is hypocrisy. Politicians say one thing, then do the opposite. This leaves a bad taste in the mouth, and brings public life into disrepute.

The British Foreign Secretary Dominic Raab is a case in point. Sunday saw a grim example of Raab’s double dealing. He said that he supported free speech. “A strong and independent media,” declared the foreign secretary, “is more important than ever.”

Splendid words on World Press Freedom Day.

If only the British foreign secretary had meant a word he said. As Raab spoke up for free speech, his cabinet colleague Oliver Dowden led the latest government assault on the BBC.

Threatening the media
In a move pregnant with menace, Dowden dispatched a letter to BBC director general Tony Hall complaining about last week’s Panorama documentary which exposed shortages of personal protective equipment (PPE) and expressed concern that health workers will die from the Covid-19 virus.

Nothing shows the emptiness of Raab’s claims about committing to media freedom than the government’s handling of the Julian Assange case

With his government threatening the media over coronavirus in the UK, it’s no surprise that the foreign secretary has had nothing to say about Egypt’s throwing out of the country of a Guardian journalist in March after she reported on a scientific study that said the country was likely to have many more coronavirus cases than have been officially confirmed.

A foreign office spokesman came up with this: “The UK supports media freedom around the world. We have urged Egypt to guarantee freedom of expression. UK ministers have raised this case with the Egyptian authorities.”

The foreign secretary has had nothing to say either about Amnesty’s bleak report yesterday revealing that Egyptian journalists are being flung into jail and accused of terrorism for reporting stories that annoy the regime of President Abdel Fattah el-Sisi.

Saudi Arabia, a British ally, jailed 26 journalists last year alone. Did the foreign office have anything to say? If so I can’t find it. No wonder that Britain has dropped to 35th out of 180 countries in Reporters Without Borders’ 2020 World Freedom Index.

Last week, the foreign secretary claimed that the United Kingdom “remains committed to media freedom” during the coronavirus crisis. This, unfortunately, is not true. Nothing shows the emptiness of these claims more than the British government’s handling of the Julian Assange case.

The gory truth
The Wikileaks founder continues to rot in Belmarsh jail as the US demands his extradition on espionage charges. If there was an ounce of sincerity in the foreign secretary’s claim that he is a supporter of media freedom, he would be resisting the US attempt to get its hands on Assange with every bone in his body.

There’s not the slightest suggestion that he’s doing that. As Human Rights Watch has pointed out, the British authorities have the power to prevent any US prosecution from eroding media freedom. Britain has so far – at least – shown no appetite to exercise that power. Unfortunately for Raab, Assange’s real crime is doing journalism.

Assange has done more than every other journalist in Britain put together to shed light on the way the world truly works

I’ve never met Assange. Some people that I know and respect say that he is vain and difficult. I believe them. There’s no denying, however, that Assange has done more than every other journalist in Britain put together to shed light on the way the world truly works.

For example, thanks to Assange that we now know about many violations including: British vote-trading with Saudi Arabia to ensure that both states were elected onto the United Nations human rights council in 2013; the links between the fascist British National Party and members of the police and army; the horrifying details of civilians killed by the US army in Afghanistan.

And the US helicopter gunmen laughing as they shot and killed unarmed civilians in Iraq, including two Reuters journalists. An incident that the US military lied about, claiming at first that the dead were all insurgents.

Britain’s Foreign Secretary Dominic Raab arrives in Downing Street in central London on April 30, 2020 for the daily novel coronavirus COVID-19 briefing
Britain’s Foreign Secretary Dominic Raab arrives in Downing Street in central London on 29 April (AFP)
I could go on and on. Vanity Fair called the release of Assange’s stories “one of the greatest journalistic scoops of last thirty years”. And so it was. This wasn’t espionage, as the US claims. It was journalism.

Journalism not a crime
The US authorities aren’t out to get Assange because he’s a spy. They want him behind bars for his journalism.

That’s why the consequences are so chilling if Britain gives into the US extradition request and allows Assange to face trial in the United States. Not just for Assange, who faces a long prison sentence (up to 175 years) from which he will almost certainly never emerge.

When we think of the repression of journalists, we automatically evoke foreign lands. We rarely, however evoke or remember our own dissidents

We should be under no illusions. If successful, the US indictment against Assange will have terrible consequences for the free press.

The charges, in the words of former Guardian editor Alan Rusbridger, look like an attempt to “criminalise things journalists regularly do as they receive and publish true information given to them by sources or whistleblowers. Assange is accused of trying to persuade a source to disclose yet more secret information. Most reporters would do the same. Then he is charged with behaviour that, on the face of it, looks like a reporter seeking to help a source protect her identity. If that’s indeed what Assange was doing, good for him.”

Yet, British newspapers will not fight for Assange. Whether left or right, broadsheet or tabloid, British papers are agreed on one thing; they’ll fall over each other to grab the latest official hand-out about British Prime Minister Boris Johnson and his fiance Carrie Symonds’ baby. Or the new Downing Street dog.

They will, however, look the other way when it comes to standing up for press freedom and Julian Assange.

Client journalism
How pathetic. What a betrayal of their trade. Client journalism. An inversion of what newspapers stand for. If the British foreign secretary is two-faced about a free press, so are British newspaper editors who say they care about press freedom. With even less excuse.

To be fair, it’s not so much that they fail to oppose Assange’s extradition. It’s more that they ignore almost completely one of the most powerful threats to press freedom of modern times.

Julian Assange should be thanked – not smeared – for Wikileaks’ service to journalism
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If they did care, they’d be campaigning to keep Assange out of the clutches of the US. Meanwhile, doctors warn that Assange’s health is so bad that he may die in Belmarsh prison.

Nils Melzer, the UN special rapporteur on torture, voiced strong concerns over the conditions of his detention, saying that “the blatant and sustained arbitrariness shown by both the judiciary and the government in this case suggests an alarming departure from the UK’s commitment to human rights and the rule of law. This is setting a worrying example, which is further reinforced by the government’s recent refusal to conduct the long-awaited judicial inquiry into British involvement in the CIA torture and rendition programme.”

Kenneth Roth of Human Rights Watch has soberly noted in connection with the Assange case that “many of the acts detailed in the indictment are standard journalistic practices in the digital age. How authorities in the UK respond to the US extradition request will determine how serious a threat this prosecution poses to global media freedom.”

As Assange rots in Belmarsh, how dare the British foreign secretary abuse his office by pretending to care about the liberty of the press!

I applaud a device like World Press Day. It’s a way of thinking about all the journalists around the world who suffer personally for their profession, through repression, prison, torture and death. Simply because they did their job by revealing uncomfortable facts.

When we think of the repression of journalists, we automatically evoke foreign lands – Saudi Arabia, Iran, Turkey, Egypt. We rarely, however evoke or remember our own dissidents.

Julian Assange is one of them.

The views expressed in this article belong to the author and do not necessarily reflect the editorial policy of Middle East Eye.

Peter Oborne
Peter Oborne won best commentary/blogging in 2017 and was named freelancer of the year in 2016 at the Online Media Awards for articles he wrote for Middle East Eye. He also was British Press Awards Columnist of the Year 2013. He resigned as chief political columnist of the Daily Telegraph in 2015. His books include The Triumph of the Political Class, The Rise of Political Lying, and Why the West is Wrong about Nuclear Iran.