Pero la guerra no puede ganarse sólo por medios militares, tal como advirtió hace unas semanas el jefe del Estado Mayor norteamericano, Mark Milley, sugiriendo la vía de las negociaciones de paz. En un reciente artículo publicado en Foreign Affairs, el historiador ruso Vladislav Zubok, profesor de la London School of Economics (LSE) de Londres, señala que, por desgracia, la “controvertida” opinión de Milley ha encontrado hasta ahora pocos partidarios.

Pero, ¿cómo sería una
victoria total para los ucranianos y sus aliados? Esto es lo que se
pregunta Milley, y también Zubok. La victoria total podría requerir una
guerra aún más larga y sangrienta. Los que desean la victoria total
esperan que Putin salga de escena; pero “a pesar de importantes reveses,
las fuerzas rusas se han reagrupado y no se han derrumbado».

La
salida deseada por Kiev es volver a las fronteras del 24 de febrero de
2022, en vísperas de la invasión. Pero una vuelta incluso al statu quo
ante no garantiza que Rusia no vuelva a intentar una nueva invasión
pasado un tiempo. La disuasión militar por sí sola puede que no sea
suficiente para la paz.

No existe un plan coherente para
garantizar la seguridad de Ucrania aunque Putin siga en el poder. El
punto final de Zubok es que se hace necesario tanto que Rusia admita la
derrota como que Ucrania acepte la posibilidad de que no es posible la
victoria total.

Para llegar a negociaciones de verdad, según el
historiador ruso -autor de importantes obras sobre la URSS (entre ellas
Collapse: The fall of the Soviet Union [Derrumbe: La caída de la Unión
Soviética], Yale University Press, 2021)- es necesario que Occidente no
relegue a Rusia al estatus de Estado paria, considerando por un lado la
posibilidad de su “regreso a Europa” y ofreciendo por otras garantías
creíbles a Kiev sobre su seguridad.

Quienes consideran inviable
esta senda confían en que Moscú se derrumbe. Pero su economía no se está
hundiendo: ha habido un descenso, pero mucho menor de lo esperado
(según la OCDE, su PIB para 2022 marcará una caída del 3-4 %), y a pesar
de que Moscú está aislado de Occidente, presume de un gran superávit
por cuenta corriente procedente de las ventas de hidrocarburos (de los
cuales 85.000 millones de dólares proceden de Europa, no lo olvidemos).

Al
fin y al cabo, las sanciones a lo largo de la Guerra Fría no
consiguieron obligar a Moscú a retirarse de Europa del Este, y es poco
probable que lo hagan hoy. Putin ha delegado la economía en quienes la
entienden: el banco central dirigido por Elvira Nabiullina está lleno de
empollones sobrecualificados que intervinieron con prontitud para
evitar un derrumbe económico, aunque el rublo haya perdido una cuarta
parte de su valor frente al dólar.

Además, de acuerdo con The
Economist Intelligence Unit, ésta es la quinta crisis económica a la que
se enfrenta el país en 25 años, y la gente ha aprendido a adaptarse, en
lugar de dejarse llevar por el pánico o e drebelarse. En cuanto a
Putin, el agresor, es muy consciente de las consecuencias de la derrota
pero, aunque tiene una visión distorsionada de los orígenes y la
historia de Ucrania, no se encuentra en una situación como la del zar
Nicolás II cuando abdicó en 1917, ni la de Gorbachov cuando se vio
abandonado por el aparato de seguridad en 1991 y perdió el control de la
capital.

Putin sigue controlando el ejército y los servicios de
seguridad, mientras que la mayoría de los rusos apoyan al gobierno y no
están dispuestos a aceptar una derrota total. Crimea les sigue valiendo
una guerra y Putin sigue siendo el garante de la estabilidad. La
perspectiva de una derrota y de su caída sería una pesadilla política,
tanto para las élites como en un plano popular, con el recuerdo de la
anarquía y los desastres económicos de principios de los años noventa.

Por
supuesto, Putin se regodea en el turbio relato de que Rusia está
librando una batalla existencial contra Occidente en Ucrania. Será
difícil, señala Zubok, hacer cambiar de opinión a los rusos, aunque un
número cada vez mayor no confíe en el gobierno ni en los medios de
comunicación oficiales, como tampoco confían demasiado en Occidente. El
hecho de que Occidente siga insistiendo en que debe castigarse a Rusia
por las matanzas de Ucrania está consolidando entre la población rusa la
idea de que deben seguir apoyando la nación y el nacionalismo.

Ciertamente,
la situación podría cambiar si se producen cada vez más derrotas y la
movilización militar se generaliza, y si la opinión pública empieza a
culpar a Putin de sus errores, como ocurrió con el zar y Gorbachov.

Pero
antes de que las cosas lleguen a ese punto -si es que llegan-,
Occidente debería prepararse para ofrecer a Rusia un “mapa” que esboce
una vía para salir del aislamiento. En caso de que Rusia continúe la
guerra, “el futuro de Rusia, según debe explicarse cuidadosamente en el
plan, será de degradación económica; corre el riesgo de convertirse en
un dependiente debilitado de China».

Estos argumentos podrían
funcionar. Así lo demuestra la mención de Moscú a la reapertura del
gasoducto de Yamal con Europa: gracias a las sanciones, las empresas
energéticas norteamericanas han registrado unos beneficios extra de
200.000 millones de dólares entre abril y septiembre de 2022 (Financial
Times, 5 de noviembre), mientras que los buques de GNL [gas natural
licuado] norteamericano navegan cerca de las costas europeas para
descargar cuando los precios vuelvan a subir.

¿Cuáles son los
puntos de la hoja de ruta que sugiere Zubok? 1) Hacer hincapié en los
beneficios de la paz para Moscú; 2) dar garantías de que se respetarán
la soberanía y la integridad de Rusia; 3) un acuerdo con la OTAN que
asegure el lugar de Moscú en la arquitectura para la seguridad en
Europa; 4) el reconocimiento del liderazgo ruso si se compromete a
cumplir la Carta de la ONU y el Derecho internacional; y 5) un
calendario para la devolución de los activos congelados y la retirada de
las sanciones, vinculado al cumplimiento por parte de Rusia de una
retirada acordada de los territorios ocupados.

No tiene sentido ocultar que Crimea sigue constituyendo un problema importante, uno de los mayores obstáculos para las negociaciones, tal como señala Zubov. Tal vez sería mejor, argumenta, dar carpetazo a ese capítulo concreto y posponerlo para el futuro. Esa no es solución, por supuesto, pero tal vez encontrar una requiera más imaginación de la que parece haber hoy en día.

Alberto Negri. Prestigioso periodista italiano, ha sido investigador del Istituto per gli Studi degli Affari Internazionali y, entre 1987 y 2017, enviado especial y corresponsal de guerra para el diario económico Il Sole 24 Ore en Oriente Medio, África, Asia Central y los Balcanes. En 2007 recibió el premio Maria Grazia Cutuli de periodismo internacional y en 2015 el premio Colombe per la Pace. Su último libro publicado es “Il musulmano errante. Storia degli alauiti e dei misteri” del Medio Oriente, galardonado con el Premio Capalbio.

Fuente: https://global.ilmanifesto.it/problems-with-the-total-victory-narrative/

Traducido para Sin Permiso por Lucas Antón