Reclamamos la libertad de Julian Assange

Por Adolfo Pérez Esquivel/

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.
Los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña llevan a cabo una persecución desde hace años en contra de Julian Assange. Hoy se tramita un juicio para que se autorice su extradición a los Estados Unidos, país que es uno de los mayores violadores de los Derechos Humanos y de los Pueblos en el mundo.

Julián Assange publicó en la plataforma Wikileaks información sobre los crímenes de guerra, corrupción y espionaje global del gobierno de Estados Unidos contra los pueblos, y por tal motivo es perseguido. Washington busca ocultar o silenciar toda exposición de sus políticas de terror impuestas a otros países.

El expresidente Rafael Correa le concedió asilo diplomático y estuvo alojado en la Embajada del Ecuador en Londres desde 2012 hasta abril del 2019, cuando Lenin Moreno autorizó a las autoridades británicas a ingresar en su embajada y que lo arrestaran. Desde entonces permanece en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. El 7 de septiembre comenzó su juicio de extradición. Si éste llegara a prosperar sería juzgado  en el Distrito Este de Virginia, conocido como el Tribunal de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Hasta ahora ningún acusado de atentar contra la seguridad nacional ha ganado un caso en ese tribunal.

El Relator Contra la Tortura de Naciones Unidas, Nils Meltzer, considera que la detención de Julian Assange es injusta  y arbitraria, lo mismo que su enjuiciamiento. Además, en la cárcel inglesa ha sido sometido a torturas y a un trato inhumano, y debe ser liberado y resarcido de inmediato.

Por todo ello numerosos organismos de Derechos Humanos, cientos de juristas, mandatarios y periodistas de todo el mundo reclaman la libertad de Julian Assange.

Hacemos un llamado a los medios de información para que exijan su libertad:  se encuentra en situación de riesgo y su salud está en peligro. Es urgente proteger su integridad psicofísica y ser conscientes de que si es extraditado a Estados Unidos le aplicarían una pena de 175 años de prisión, lo cual equivaldría a una condena a muerte.

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.

El objetivo de la persecución del gobierno de Trump contra Julian Assange, es mantener en secreto las actividades del complejo industrial-militar y lograr la impunidad de los crímenes cometidos por Estados Unidos en el mundo.

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nobel de la Paz
Buenos Aires, 8 de Septiembre de 2020

Los periodistas han allanado el camino de Assange al Gulag de EE.UU.

Por Jonathan Cook | 09/09/2020 | Conocimiento Libre /

Foto: Detención de Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, abril de 2019 /
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo /

Esta semana han comenzado las audiencias en un tribunal británico para dictaminar sobre la extradición de Julian Assange. Las vicisitudes de más de una década que nos ha llevado hasta el punto en que nos encontramos deberían horrorizar a todo aquel preocupado por la creciente fragilidad de nuestras libertades.

Un periodista y editor ha sido privado de libertad durante diez años. Según los expertos de Naciones Unidas, Assange ha sido arbitrariamente detenido y torturado la mayor parte de ese tiempo mediante un estricto confinamiento físico y una presión psicológica continuada.  La CIA ha pinchado sus comunicaciones y le ha espiado cuando estaba bajo asilo político, en la embajada de Ecuador en Londres, vulnerando sus derechos legales más fundamentales. La jueza que ha supervisado las vistas tiene un grave conflicto de intereses (su familia está muy relacionada con los servicios de seguridad británicos) que no ha declarado y que debería haberla impedido hacerse cargo del caso.

Todo indica que Assange será extraditado a Estados Unidos para enfrentarse a un juicio amañado frente a un gran jurado dispuesto a enviarle a una prisión de máxima seguridad para cumplir una sentencia de hasta 175 años de prisión.

Todo esto no está pasando en una dictadura de pacotilla del Tercer Mundo. Está teniendo lugar bajo nuestras narices, en una gran capital occidental y en un Estado que dice proteger los derechos de la prensa libre. Está ocurriendo no en un abrir y cerrar de ojos, sino a cámara lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

La única justificación para este ataque implacable a la libertad de prensa –dejando de lado la sofisticada campaña de ataque que los gobiernos occidentales y los medios de comunicación sumisos han llevado a cabo  contra la personalidad de Assange– es que un hombre de 49 años publicó documentos que mostraban los crímenes de guerra de EE.UU. Esa es la razón –la única razón– por la que Estados Unidos pretende su extradición y por la que Assange ha estado languideciendo en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh durante la pandemia del covid-19. La solicitud de libertad bajo fianza promovida por sus abogados fue rechazada.

Una cabeza en una pica

Mientras toda la prensa le abandonaba hace una década, y se hacía eco de los comentarios oficiales que lo ridiculizaban por su higiene personal y el tratamiento a su gato, Assange se encuentra actualmente en la situación que predijo en su día que estaría si los gobiernos occidentales se salían con la suya. Está a la espera de su entrega a Estados Unidos para ser encerrado el resto de sus días.

Dos son los objetivos que Estados Unidos y Reino Unido querían lograr mediante la evidente persecución, reclusión y tortura de Assange.

En primer lugar, la inhabilitación de el propio Assange y de Wikileks, la organización de transparencia que fundó con otros colaboradores. El uso de Wikileaks tenía que ser demasiado arriesgado para potenciales denunciantes de conciencia. Esa es la razón por la que Chelsea Manning (la soldado estadounidense que filtró los documentos sobre crímenes de guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán por los que Assange se enfrenta a la extradición) también fue sometida a una rigurosa reclusión. Posteriormente sufrió repetidos castigos en la prisión para forzarla a testificar contra Assange.

El propósito era desacreditar a Wikileaks y organizaciones similares y evitar que publicaran nuevos documentos reveladores, del tipo de los que muestran que los gobiernos occidentales no son los “chicos buenos” que manejan los asuntos del mundo en beneficio de la humanidad, sino matones globales muy militarizados que promueven las mismas políticas coloniales de guerra, destrucción y pillaje que siempre han aplicado.

Y, en segundo lugar, había que sentar ejemplo. Assange tenía que sufrir horriblemente y a la vista de todos para disuadir a otros periodistas de seguir sus pasos. Sería el equivalente moderno de colocar la cabeza del enemigo en una pica a las puertas de la ciudad.

El hecho evidente –confirmado por la cobertura mediática del caso– es que esa estrategia promovida principalmente por EE.UU. y Reino Unido (con Suecia jugando un papel secundario) ha tenido un enorme éxito. La mayor parte de los periodistas de los grandes medios siguen vilipendiando con entusiasmo a Assange, ahora al ignorar su terrible situación.

Una historia oculta a vista de todos

Cuando Assange se apresuró a buscar asilo político en la embajada de Ecuador en 2012, los periodistas de todos los medios convencionales ridiculizaron su afirmación (ahora claramente justificada) de que intentaba evadir la iniciativa de EE.UU. para extraditarle y encerrarle de por vida. Los medios continuaron con su burla incluso cuando se acumularon pruebas de que un gran jurado se había reunido en secreto para redactar acusaciones de espionaje contra él, y que dicho jurado actuaba desde el distrito oriental de Virginia, sede central de los servicios de seguridad e inteligencia estadounidense. Cualquier jurado de la zona está dominado por el personal de seguridad y sus familiares. No tenía ninguna esperanza de lograr un juicio justo.

Llevamos ocho años soportando que los grandes medios eludan el fondo del caso y  se dediquen complacientes a atacar su personalidad, lo que ha allanado el camino para la actual indiferencia del público ante la extradición de Assange y ha permitido la ignorancia general de sus horrendas implicaciones.

Los periodistas mercenarios han aceptado, al pie de la letra, una serie de razonamientos que justifican el encierro indefinido de Assange en interés de la justicia –antes incluso que su extradición– y que se pisotearan sus derechos legales más básicos. El otro lado de la historia –el de Assange, la historia oculta a vista de todos– ha permanecido invariablemente fuera de la cobertura mediática, ya sea de la CNN, o del New York Times, la BBC o el Guardian.

Desde Suecia hasta Clinton

Al principio se dijo que Assange había huido para no responder a las acusaciones de agresión sexual presentadas en Suecia, a pesar de que fueron las autoridades suecas las que le permitieron salir del país; a pesar de que la fiscal original del caso, Eva Finne, descartara la investigación contra él por “no existir sospecha alguna de cualquier delito”, antes de que otra fiscal tomara el caso por razones políticas apenas ocultas; y a pesar de que Assange posteriormente invitara a la fiscalía sueca a interrogarle en el lugar donde se encontraba (en la embajada), una opción que normalmente no supone ningún problema en otros casos pero fue absolutamente rechazada en este.

No se trata solo de que los grandes medios no proporcionaran a sus lectores el contexto de la versión de Suecia. Ni de que se ignoraran muchos otros factores a favor de Assange, como la prueba falsificada en el caso de una de las dos mujeres que alegaron agresión sexual y la negación por parte de la otra a firmar la acusación de violación que la policía había preparado para ella.

Se mentía burda y repetidamente al decir que se trataba de una “denuncia de violación”, cuando Assange simplemente era requerido para un interrogatorio. Nunca se levantaron cargos de violación contra él porque la segunda fiscal sueca, Marianne Ny –y sus homónimos británicos, entre otros Sir Keir Starmer, entonces fiscal jefe del caso y ahora líder del Partido Laborista– aparentemente intentaban evitar la poca credibilidad de las alegaciones interrogando a Assange. Era mucho mejor para sus propósitos dejar que Julian se pudriera en un pequeño cuarto de la embajada.

Cuando el caso sueco se vino abajo –cuando resultó evidente que la fiscal original tenía razón al concluir que no existía prueba alguna que justificara nuevos interrogatorios, por no decir acusaciones firmes– la clase política y los medios de comunicación cambiaron de táctica.

De repente la reclusión de Assange estaba implícitamente justificada por razones completamente diferentes, razones políticas –porque supuestamente había contribuido a la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump publicando correos electrónicos, presuntamente “hackeados” por Rusia de los servidores del partido Demócrata. El contenido de esos correos, ocultos por los medios en aquel entonces y muy olvidados en la actualidad, desvelaban la corrupción en la campaña de Clinton y las iniciativas llevadas a cabo para sabotear las primarias del partido y debilitar a su rival para la nominación presidencial, Bernie Sanders.

The Guardian fabrica una mentira

A la derecha autoritaria no le ha preocupado mucho el prolongado confinamiento de Assange en la embajada y su posterior encarcelamiento en Belmarsh por haber sacado a la luz los crímenes de guerra de EE.UU., por tanto la prensa no ha invertido ningún esfuerzo en unirla para la causa. La campaña de demonización contra Assange se ha centrado en temas a los tradicionalmente son más sensibles los liberales y la izquierda, que de otro modo tendrían escrúpulos en tirar por la borda la Primera Enmienda y encerrar a la gente por hacer periodismo.

Al igual que las alegaciones de Suecia, a pesar de que no concluyeran en ninguna investigación, se aprovecharon de lo peor de las impulsivas políticas identitarias de la izquierda, la historia de los correos “hackeados” fue diseñada para distanciar a la base del partido Demócrata. Por extraordinario que parezca, la idea de que Rusia penetró en los ordenadores del partido Demócrata persiste a pesar de que pasados los años –y tras una ardua investigación del “Rusiagate” a cargo de Robert Mueller– todavía no se puede sostener con pruebas reales. De hecho, algunas de las personas más cercanas a la materia, como el antiguo embajador británico Craig Murray, han insistido todo el tiempo en que los correos no fueron hackeados por Rusia, sino filtrados por un miembro desengañado del partido Demócrata desde el interior.

Pero todavía es un argumento de mayor peso el hecho de que una organización de transparencia como Wikileaks no tenía más opción que exponer los abusos del partido Demócrata, una vez que obraron en su poder dichos documentos, fuera cual fuera la fuente.

Una vez más, la razón por la que Assange y Wikileaks acabaron mezclados con el fiasco del Rusiagate –que desgastó la energía de los simpatizantes demócratas en una campaña contra Trump que lejos de debilitarle le fortaleció– es la cobertura crédula que realizaron prácticamente todos los grandes medios del caso. Periódicos liberales como el Guardian fueron aún más lejos y fabricaron descaradamente una historia –en la que falsamente informaban de que el asistente de Trump, Paul Manafort, y unos “rusos” sin nombre visitaron en secreto a Assange en la embajada– sin que ello les trajera repercusiones ni llegaran a retractarse en ningún momento.

Se ignora la tortura de Assange

Todo ha posibilitado lo ocurrido posteriormente. Una vez que el caso de la fiscalía sueca se desvaneció y no existían motivos razonables para impedir que Assange saliera en libertad de la embajada, los medios de comunicación decidieron en comandita que el quebrantamiento técnico de la libertad vigilada era motivo suficiente para su reclusión continuada en la embajada o, mejor aún, para su detención y encarcelamiento. Dicho quebrantamiento se basada, desde luego, en la decisión de Assange de buscar asilo en la embajada motivada por el justificada creencia en que Estados Unidos planeaba pedir su extradición y encarcelamiento.

Ninguno de estos periodistas bien pagados pareció recordar que, según el derecho británico, está permitido no cumplir las condiciones de la fianza si existe una “causa razonable”, y huir de la persecución política entra evidentemente dentro de las causas razonables.

Los medios de comunicación también ignoraron deliberadamente las conclusiones del informe de Nils Melzer, académico suizo de derecho internacional y experto de Naciones Unidas en la tortura, según las cuales Reino Unido, EE.UU. y Suecia  no solo habían negado a Assange sus derechos legales básicos sino que se habían confabulado para someterle a años de tortura psicológica –una forma de tortura, según señalaba Melzer, perfeccionada por los nazis por ser más cruel y más efectiva que la tortura física.

Como resultado, Assange ha sufrido un importante deterioro en su salud  física y cognitiva y ha perdido mucho peso. Nada de ello ha merecido más allá de una simple mención por parte de los grandes medios –especialmente cuando su mala salud le ha impedido asistir a alguna audiencia. Las repetidas advertencias de Melzer sobre el maltrato a Assange y sus efectos han caído en oídos sordos. Los medios de comunicación simplemente han ignorado las conclusiones de Melzer, como si nunca hubieran sido publicadas, en el sentido de que Assange ha sido, y está siendo, torturado. Solo tenemos que detenernos a pensar la cobertura que habría recibido el informe de Melzer si hubiera sido motivado por el tratamiento a un disidente de un Estado oficialmente enemigo como Rusia o China.

La sumisión de los medios de comunicación ante el poder

El año pasado la policía británica –en coordinación con un Ecuador presidido por Lenin Moreno, ansioso por estrechar sus lazos con Washington– irrumpió en la embajada para sacar a la fuerza a Assange y encerrarle en la prisión de Belmarsh. Los periodistas volvieron a mirar hacia otro lado en la cobertura de este suceso.

Llevaban cinco años manifestando la necesidad de “creer a las mujeres” en el caso de Assange, aunque eso supusiera ignorar las evidencias, y luego proclamando la santidad de las condiciones de la fianza, aunque se usaran como un simple pretexto para la persecución política. Ahora, todo eso había desaparecido en un instante. De repente, los nueve años de reclusión de Assange basados en la investigación de una agresión sexual inexistente y una infracción menor de la fianza fueron sustituidos por la acusación por un caso de espionaje. Y la prensa volvió a unirse contra él.

Hace unos pocos años la idea de que Assange pudiera ser extraditado a EE.UU. y encerrado de por vida, al considerar “espionaje” su práctica del periodismo, era objeto de mofa por su inverosimilitud. Era algo tan ofensivamente ilegal que ningún periodista “establecido” podía admitir que fuera la verdadera razón para su solicitud de asilo en la embajada. La idea fue ridiculizada como un producto de la imaginación paranoide de Assange y sus seguidores y una excusa fabricada para rehuir la investigación de la fiscalía sueca.

Pero cuando la policía británica invadió la embajada en abril del pasado año y le detuvo para facilitar su extradición a Estados Unidos, precisamente acusándole de espionaje, lo que confirmaba las sospechas de Assange, los periodistas informaron de ello como si desconocieran el trasfondo de la historia. Los medios olvidaron deliberadamente el contexto porque les habría obligado a aceptar que son unos ingenuos ante la propaganda estadounidense, unos apologistas del excepcionalismo de Estados Unidos y de su ilegalidad, y porque habría demostrado que Assange, una vez más, tenía razón. Habría demostrado que él es el verdadero periodista, y no ellos y su periodismo corporativo apaciguado, complaciente y sumiso.

La muerte del periodismo

En estos momentos todos los periodistas del mundo deberían rebelarse y protestar ante los abusos que ha sufrido y está sufriendo Assange, un fatídico destino que se prolongará si se aprueba su extradición. Deberían estar publicando en las primeras páginas y manifestando en los programas informativos de televisión su protesta por los abusos interminables y descarados del proceso contra Assange en los tribunales británicos, entre otros el flagrante conflicto de intereses de Lady Emma Arbuthnot, la juez que supervisa el caso.

Deberían armar un escándalo por la vigilancia ilegal de la CIA  a la que fue sometido Assange mientras se hallaba recluido en las instalaciones de la embajada ecuatoriana, e invalidar la falsa acusación contra él por haber violado las relaciones entre abogado y cliente. Deberían mostrarse indignados ante las maniobras de Washington, a las que los tribunales británicos aplicaron una fina capa del barniz del procedimiento reglamentario, diseñado para extraditarle bajo la acusación de espionaje por realizar un trabajo  que está en el mismo núcleo de lo que se supone es el periodismo: pedir cuentas al poder.

Los periodistas no tienen por qué preocuparse por Assange ni este tiene por qué caerles bien. Tienen que manifestar su protesta porque la aprobación de su extradición marcará la muerte oficial del periodismo. Significará que cualquier periodista del mundo que desentierre verdades embarazosas sobre Estados Unidos, que descubra sus secretos más oscuros, tendrá que guardar silencio o se arriesgará a pudrirse en una cárcel el resto de su vida.

Esa perspectiva debería horrorizar a cualquier periodista. Pero no ha ocurrido así.

Carreras y estatus, no la verdad

Claro está que la inmensa mayoría de periodistas occidentales no llegan a desvelar un secreto importante de los centros de poder en toda su carrera profesional, ni siquiera aquellos que aparentemente se dedican a monitorizar esos centros de poder. Dichos periodistas reescriben los comunicados de prensa y los informes de los grupos de presión, sonsacan a fuentes internas del gobierno que los utilizan para llegar a las grandes audiencias y transmiten los chismes y maledicencias de los pasillos del poder.

Esa es la realidad del 99 por ciento de lo que llamamos periodismo político.

No obstante, el abandono de Assange por parte de los periodistas  –la completa falta de solidaridad ante la persecución flagrante de uno de ellos, similar a la de los disidentes que tiempo atrás eran enviados a un gulag– debería deprimirnos. No significa solo que los periodistas han abandonado la pretensión de hacer auténtico periodismo, sino también que han renunciado a la aspiración de que cualquier otro lo haga.

Significa que los periodistas de los grandes medios, los medios corporativos, están dispuestos a ser considerados por sus audiencias con mayor desdén de lo que ya lo son. Porque, a través de su complicidad y su silencio, se han puesto del lado de los gobiernos para que cualquiera que pida cuentas al poder, como Assange, termine entre rejas. Su propia libertad les encasilla como una élite cautiva; la prueba irrefutable de que sirven al poder es que no lo confrontan.

La única conclusión posible es que a los periodistas de los grandes medios les importa menos la verdad que su carrera profesional, su salario, su estatus y su acceso a los ricos y poderosos. Como Ed Herman y Noam Chomsky explicaron hace tiempo en su libro Los guardianes de la libertad, los periodistas alcanzan la clase media tras un largo proceso diseñado para deshacerse de aquellos que no están claramente en sintonía con los intereses ideológicos de sus editores.

Una ofrenda sacrificial

En resumen, Assange desafió a todos los periodistas al renunciar a su “acceso” (a dios) y a su modus operandi: revelar destellos ocasionales de verdades muy parciales obtenidas de sus fuentes “amigables” (e invariablemente anónimas) que utilizan los medios de comunicación para marcar puntos a sus rivales de los centros de poder.

En vez de eso, a través de denunciantes de conciencia, Assange desenterró la verdad cruda, sin adornos, plena, cuya exposición a la luz pública no ayudaba a ningún poderoso, solo a nosotros, al público, cuando tratábamos de entender lo que se estaba haciendo y se había hecho en nuestro nombre. Por primera vez pudimos ser testigos del comportamiento peligroso y a menudo criminal de nuestros dirigentes.

Assange no solo puso en evidencia a la clase política, también a los medios de comunicación, por su debilidad, su hipocresía, su dependencia de poder, su incapacidad para criticar el sistema corporativo en el que están inmersos.

Pocos de ellos pueden perdonarle ese delito. Y esa es la razón por la que estarán ahí, alentando su extradición, aunque solo sea mediante su silencio. Unos pocos escritores liberales esperarán hasta que sea demasiado tarde para Assange, hasta que haya sido empaquetado para su entrega, y expresarán en columnas dolientes, con poco entusiasmo y de forma evasiva, que por muy desagradable que se supone que sea Assange no se merecía el tratamiento que Estados Unidos le había reservado.

Pero eso será demasiado poco y demasiado tarde. Assange necesitaba hace tiempo la solidaridad de los periodistas y de las asociaciones de prensa, así como la denuncia a pleno pulmón de sus opresores. Él y Wikileaks estaban a la vanguardia de un combate para reformular el periodismo, para reconstruirlo como el verdadero control del poder desbocado de nuestros gobiernos. Los periodistas tenían la oportunidad de unirse a él en esa lucha. En vez de eso huyeron del campo de batalla, dejándole como una oferta sacrificial ante sus amos corporativos.

Más información sobre la persecución a Assange (vídeo en inglés): The War on Journalism: The Case of Julian Assange (38’)

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/04/journalists-have-paved-assanges-path-to-a-us-gulag/

Del conspiracionismo al fascismo

Por Pascual Serrano@pascual_serrano /

Tres circunstancias se están dando actualmente en torno a las teorías conspiracionistas: conjura de los medios contra las sociedades, perverso cientifismo de farmacéuticas y telecomunicaciones; e indiferenciación entre ciencia y bulo

El pasado abril los bulos se centraban en alarmarnos desde la extrema derecha para atacar al Gobierno, también los hubo que se centraron en reivindicar tratamientos milagrosos que triunfaban en los grupos de WhatsApp. Durante esos días, la única medida significativa que se puso en vigor para actuar contra esa desinformación fue que WhatsApp limitó a un solo chat el reenvío de mensajes para tratar de evitar que se viralizaran los bulos.

Como el ecosistema de impunidad y potencial técnico de los bulos sigue igual, el pasado 16 de agosto hemos comprobado en Madrid una de las más graves consecuencias de la desinformación y los bulos sanitarios. Entre 2.500 y 3.000 manifestantes se concentraban culpando a las autoridades de crear “una falsa pandemia”. Según ellos, no existe evidencia científica para declarar la pandemia y para afirmar que este virus es patógeno. Además “están diagnosticando como enfermos a personas que no lo son, porque se basan en unos PCR que son inespecíficos y no son un test de diagnóstico”. De ahí que en la manifestación violasen todas las normas sanitarias de mascarilla o distanciamiento social como forma de expresar su rebeldía.

Ojo, que España tampoco es que tenga la exclusiva de las invenciones y movilizaciones, el pasado 1 de agosto unos 17.000 manifestantes circulaban por Berlín en una mezcla de conspiracionistas, simpatizantes de extrema derecha, militantes antivacunas y negacionistas del SARS-CoV-2, el coronavirus que provoca la COVID-19. Allí decían protestar contra “el Nuevo Orden Mundial, la Plandemia [ellos la llaman así], las vacunas obligatorias, los confinamientos, el chip ID2020, la OMS, el 5G y las fundaciones tapadera de Gates y Soros”.

El periodista Ángel Munárriz explica en un magnífico hilo de Twitter la relación entre movimientos conspiranoicos, bulos y fascismo. Desde el libelo antisemita ‘Los protocolos de los sabios de Sión’ (1902), donde se detalla un complot judío para dominar el mundo y que fue usado para la propaganda nazi hasta hoy con el partido polaco Ley y Justicia que ha defendido el supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión, o pasando por el presidente brasileño Jair Bolsonaro alentando una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales e izquierdistas para ocultar los éxitos de la dictadura militar. Eso sin olvidarnos de Donald Trump, apuntándose a la teoría de la conspiración de QAnon, según la cual actores liberales de Hollywood y políticos demócratas están implicados en una red de pedofilia.

Lo siguiente que explica Munárriz es el pequeño paso que hay desde esta situación hasta llegar al fascismo. Recurre a dos libros. El de Jason Stanley, Facha: Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, en el que podemos leer: “Lo que sucede cuando las teorías conspiratorias pasan a formar parte (…) de la política y se desacredita a los medios de comunicación generales y a las instituciones educativas es que los ciudadanos ya no tienen una realidad común que les sirva de telón de fondo para poder reflexionar democráticamente”. Y el de Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista: “Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso”.

Como todos podemos observar, son tres circunstancias que se están dando actualmente en torno a las teorías conspiracionistas de la COVID: conjura de los medios contra las sociedades, perverso cientifismo de farmacéuticas y telecomunicaciones; y, en consecuencia, indiferenciación entre ciencia y bulo. Y por tanto confusión entre científico con prestigio y cantamañanas como Miguel Bosé.

De ahí que ya muchos analistas están advirtiendo de que esa marea, conspiracionista ahora pero potencialmente fascista, que reniega del racionalismo, abanderará la lucha contra la vacunas y proclamará como solución la vuelta al naturalismo bucólico, la alegría de las praderas y las infusiones de hibisco. Por supuesto, sin ningún ingrediente de lucha o justicia social, derechos laborales, servicios públicos, ni mejora democrática. Y lo gran curioso de todo ello es que, como sucede en los movimientos prefascistas, ellos se calificarán de rebeldes y políticamente incorrectos, frente al resto, esclavos al parecer de una ciencia dominada por mentes perversas y manos de poder invisibles. El hashtag de la manifestación de Berlín era #YoSoyLaResistencia,

Y es que, en tiempos complejos, donde interpretar la realidad requiere análisis y reflexión, inventarse conspiraciones y entregarse al fascismo es la salida más sencilla.

Lo grave es que, cien años después del surgimiento del fascismo, nuestro modelo de información no ha sido capaz de vacunarnos contra la desinformación, la manipulación, el engaño y el enloquecimiento masivo mediante mentiras. Ni mediante un sistema de medios cerrado y reglado primero ni con el sistema abierto de redes sociales y participación ciudadana.

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Onetti y el arte de la derrota

Por Carlos A. Ricciardelli | 08/08/2020 | Cultura /

A 70 años de la publicación de La vida breve de Juan Carlos Onetti, recordamos esta novela que se anticipó al boom latinoamericano. Juan María Brausen es el protagonista agónico de esta aventura llamada a ser la piedra basal de su obra.

«Nunca escribí para pocos o muchos; siempre escribí para mi dulce vicio que no castiga el código penal» (Juan Carlos Onetti)

La vida breve (1950) de Juan Carlos Onetti es un curso magistral de literatura. A diferencias de muchos otros escritores, el “Gran Oriental” nunca escribió siquiera un apunte de cómo debía hacerse literatura. Mucho menos un decálogo o paper académico en donde –con precisión de ingeniero- se dedicara a descular “la forma literaria”. En cambio, en muchas de sus obras, puede verse –aguzando la lectura- la tensión del oficio más viejo del mundo. O acaso, ¿hay alguna otra actividad del hombre que precede a la de sentarse al calor de un fogón prehistórico a contarse historias?

En 1939 aparece en Montevideo su primer libro, El pozo, novela breve en donde Eladio Linacero, solo y a punto de cumplir los cuarenta años, se encuentra en una pieza de hotel, sin vidrios en la puerta, con viejos diarios tostados por el sol clavados en la ventana. Solo y sin tabaco, se dispone a escribir sus memorias –dice- porque está por cumplir los cuarenta y es lo que un hombre debe hacer, según leyó en no recuerda dónde. Aquí nomás, en su primer libro, aparecen las primeras pistas sobre el oficio más antiguo y su oficiante: “No sé escribir, pero escribo de mí mismo”. Una confesión que siempre me recuerda la frase que se adjudica al filósofo Sócrates: «Sólo sé que no sé nada». Para agregar que lo difícil es encontrar el punto de partida. “Estoy resuelto a no poner nada de la infancia”, dice. Entonces contará un recuerdo, difícil, duro de su juventud. Y volverá a contarlo cambiando espacios y detalles, mintiéndolo: “Hace horas que escribo y estoy contento porque no me canso ni me aburro. No sé si esto es interesante, tampoco me importa”. Otra confesión y en esta le creo, a pie juntillas.

Pero dejemos por ahora El pozo y no profundicemos en “el olvido de la academia” que aún no reconoce el lugar que ocupa Onetti entre los mejores escritores de lengua castellana del siglo XX, y vayamos por un rato, unas líneas nomás, hacia La vida breve, obra que provocó el exabrupto de un borracho amigo: “Qué Macondo ni realismo mágico…” gritó, cuando me devolvió el libro publicado por Sudamericana en 1950. La vida breve, como dije al inicio, es un curso magistral de literatura. A cada paso, en cada nuevo capítulo nos acercamos cada vez más a la vida de Juan María Brausen, protagonista agónico de esta aventura llamada a ser la piedra basal de la obra onettiana. Aquí nace Santa María, la ciudad provincial que albergará al médico Díaz Grey, al joven Malabia, a Inés, al comisario Medina y a Larsen, Juntacadáveres, entre muchos otros perdedores devenidos en héroes trágicos porque, como también dijo otro pensador urbano, “vivir sólo cuesta vida”. A partir de ese momento la mayoría de las ficciones de Juan Carlos Onetti habitarán la naciente Santa María.

Es justamente Brausen quien va narrando su historia en La vida breve y con ella las dificultades para escribir –a pedido del viejo Macleod- el guion para una película, ni muy bueno ni muy malo, según el consejo de su amigo Stein.

Brausen, insomne ante la enfermedad de su mujer, afirma que tiene algo, tiene a un médico en la ventana de su consultorio, asomándose hacia el río, viendo llegar la balsa una vez al día. Al médico lo llamará Díaz Grey y lo describe apenas: casi cincuenta años, anteojos gruesos, un cuerpo pequeño, pelo escaso, canoso y un pasado previsible, pero desconocido. Enseguida, en la misma escena, ve a una mujer: la idea de la mujer que entraba una mañana, cerca del mediodía, en el consultorio y se deslizaba detrás del biombo para desnudarse… que llamará Elena Sala.

La vida de Brausen avanza con sus miedos, dudas y certezas hasta que al guion, apenas esbozado, le falta un personaje, el tercero –aparentemente en discordia y anunciado con anticipación- : el marido de Elena, Lagos.

“Estaría salvado si empezaba a escribir el argumento para Stein, si terminaba dos páginas, o una, siquiera, si lograba que la mujer entrara en el consultorio de Díaz Grey.  Entonces empieza a construir a Lagos: “Y aunque me era posible” –dice Brausen / Onetti sobre cómo estructura al personaje- “arrimar a los vidrios de la puerta del consultorio un rostro cambiante y aunque no respondiera a ninguna estatura determinada, siete u ocho caras que podían convenir al marido (…) mientras pensaba en dinero, Gertrudis, propaganda, me empecinaba en colocar entre la mujer y Díaz Grey la materia inflexible del marido, tantas veces esfumado, tantas veces sólo a un paso, un detalle, una expiración del instante de su nacimiento”. De su nacimiento como personaje literario, si hace falta aclarar. “Así, sin que yo tuviera que intervenir, ni pudiera evitarlo. Porque yo necesitaba encontrar el marido exacto, insustituible, para escribir de un tirón, en una sola noche, el argumento de cine y colocar dinero entre mí y mis preocupaciones. (…) Era muy difícil encontrarlo” –vuelve a confesarnos Onetti / Braussen, el escritor- “porque aquel hombre, fuera como fuese, sólo podía ser conocido en la intimidad”.

Y es así, como pasarán dudas y desconsuelo ante la falta de construir al marido ideal. Sólo tiempo después aparecerá “el marido buscado”, construido entre sueños, desvelos y apuros de escritor en su oficio por realizar una historia creíble. Ni muy buena, ni muy mala –como aconsejaba Stein- pero que sirviese para ganar unos pesos y combatir el hambre.

La novela seguirá su rumbo en un ir y venir entre la vida de Braussen /Arce en Buenos Aires con Gertrudis y la Queca y el incesante crecimiento de Santa María con sus personajes y desdichas. Estará la noche porteña con sus boliches y el alcohol. Sobrevendrán conflictos, malentendidos, el abandono de Gertrudis y el asesinato de la Queca para entonces sí, emprender junto a Ernesto –el amante/asesino de la Queca- la huida final: escapar de Buenos Aires y la policía para llegar a Santa María y sentirse libre, “ser irresponsable ante los demás, conquistarme sin esfuerzo en una verdadera soledad”.

Así, entonces, poder continuar con el dulce vicio de contar historias para su pasión y desgracia.

Fuente: https://www.agenciapacourondo.com.ar/fractura/onetti-y-el-arte-de-la-derrota

Bolivia, la batalla continental que se viene

Por Gerardo Szalkowicz/

Fuentes: Nodal/

El centro de gravedad de América Latina se irá trasladando en las próximas semanas a Bolivia, donde la principal incógnita pasa por ver si finalmente habrá elecciones libres y transparentes que ayuden a recuperar la democracia desgarrada en noviembre pasado. El Día D es el 6 de septiembre. Por ahora. Con el MAS arriba en todas las encuestas, la derecha apuesta otra vez a patear el tablero con un nuevo aplazamiento y/o la proscripción. Es lógico: nadie da un golpe de Estado para después entregar mansamente el poder a quienes sacaste por la fuerza.

Tienen una buena coartada: el desastre que está provocando la pandemia. Hospitales colapsados y gente muriendo en las calles son el rostro más crudo de un sistema de salud desmembrado. La curva de contagios sigue creciendo y, por si le faltaba algo a la convulsionada actualidad boliviana, el positivo de Covid-19 alcanzó a la propia presidenta de facto, a siete ministros, seis viceministros, al jefe de las Fuerzas Armadas y a una docena de legisladores y legisladoras. De las múltiples crisis que envuelven el país, la sanitaria se torna indisimulable. Ni los medios que acompañaron el derrotero golpista pueden invisibilizar las imágenes de personas desesperadas por no encontrar dónde atiendan a sus familiares contagiados ni dónde enterrarles cuando fallecen. Mientras, se hizo cargo del Ministerio de Salud el titular de la cartera de Defensa, Luis Fernando López; un militar sin experiencia sanitaria gestionando una pandemia, igualito que en el Brasil de Bolsonaro. Las respuestas oficiales oscilan entre los llamados a oraciones religiosas y explicaciones tragicómicas como la del ministro de Gobierno Arturo Murillo: “Mucha gente se está muriendo por simple ignorancia”. El panorama no toma dimensión de tragedia porque durante el gobierno de Evo Morales la inversión en salud (ahora paralizada) se incrementó 360%, se duplicaron los puestos de trabajo en el sector y se construyeron 1.062 establecimientos de salud.

Pero no es la emergencia pandémica la que llevó a Jeaninne Áñez, Jorge “Tuto” Quiroga y Luis Fernando Camacho a pedir auxilio a la OEA para seguir dilatando las elecciones (la misma OEA de Luis Almagro que los ayudó a consumar el golpe), sino los números de los sondeos: entre las tres candidaturas de la ultraderecha no llegan al 20% y, pese a las persecuciones, encarcelamientos y exilios, el MAS aparece con buenas chances de ganar en primera vuelta si logra frenar la arremetida por proscribir a su candidato Luis Arce. El tablero electoral se completa con el ex presidente liberal Carlos Mesa, que aspira a llegar al balotaje apoyado por la clase media paceña (en las fallidas elecciones de octubre pasado quedó 10,3 puntos debajo de Evo Morales) y que por ahora no aceptó aliarse con esos sectores más extremistas de la oligarquía santacruceña.

Es que el descontento con la gestión de Añez y su grupo es cada vez más amplio. Por las múltiples denuncias de corrupción -como la millonaria compra de insumos médicos y respiradores a sobreprecio-, pero sobre todo por el desamparo en el que dejaron a la población ante el arrasador impacto económico del coronavirus. En un país con el 70% de informalidad laboral y tras un aluvión de despidos, el desempleo trepó al 8,1%, casi el doble de lo que dejó Evo Morales cuando Bolivia ostentaba la cifra más baja de América Latina.

Por eso también Luis Arce viene pisando fuerte. Además de su perfil “moderado”, fue el ministro de Economía durante casi todo el gobierno de Evo. ¿Quién mejor para timonear la crisis post pandemia que quien fuera el cerebro de un modelo de innegable recuperación y estabilidad económica?

Si hay una palabra que define el devenir de esta historia es la incertidumbre. Todo puede pasar en las próximas jugadas. La derecha boliviana, siempre tutelada desde el Norte, apuesta otra vez a patear el tablero. El MAS denunció que “se ha desatado una campaña que pretende presionar al TSE con el objetivo de cancelar nuestra personería jurídica”. Además se declaró “en estado de emergencia ante este nuevo intento de proscribir a nuestros candidatos”. Los movimientos sociales y sindicales ya están en las calles para impedirlo. Luego de una gran demostración de fuerzas en todo el país el martes pasado, el secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana, Juan Carlos Huarachi, advirtió: “Los trabajadores vamos a hacer cumplir que el 6 de septiembre sí o sí se hagan las elecciones. Vamos a defender la democracia”.

De eso de trata la batalla que se viene en Bolivia, de recuperar la democracia perdida.

(*) Editor de NODAL.