JDF

Según
un informe de la ONG Oxfan, presentado este año ante el Foro
Económico Mundial de Davos, en Suiza, “[d]esde 2020, el 1% más
rico ha acaparado casi dos terceras partes de la nueva riqueza
generada en el mundo, casi el doble que el 99 % restante.”

Traducido
a nuestro país, un puñado de empresarios nativos (Eurnekian,
Constantini, Bulgheroni, Roemmers, Paolo Rocca, Galperin, entre
otros) están entre los más ricos del mundo, con fortunas que van de
los 1.500 a los 5.000 millones de dólares, mientras que casi la
mitad de los argentinos vive por debajo de la línea de pobreza y un
10%, en la indigencia total.

Un
simple, aunque casi increíble, cálculo revela que, si un trabajador
ganara la inhabitual cifra de 150.000 pesos mensuales –unos 6.000
dólares al año–, necesitaría nada menos que 8.333 siglos para
igualar las fortunas de esos empresarios. Sí, siglos completos, sin
gastar un peso para ahorrar el total de sus ingresos.

Desigualdad:
esencia del sistema capitalista

¿Es
posible que esa desigualdad haya sido generada y refleje la
“capacidad”, la “inteligencia”, el tan mentado “merito”
de los empresarios en cuestión, en relación con todo el resto de
los argentinos?

Es
irracional desde la ciencia, brutalmente injusto desde una mirada
humanista e inaceptable desde una política nacional y popular. Pero
esta es la esencia del sistema capitalista, tanto en su versión
“salvaje” como en la “maquillada”: la riqueza se produce
socialmente, con el trabajo y el esfuerzo de todos, pero se apropia y
se acopia en forma privada, solo por parte del reducido puñado de
hombres y mujeres que dominan las palancas de la economía y las
finanzas.

Sueño
con el fin de este sistema, pero la inmensa mayoría de nuestro
pueblo no comparte este sueño, sino que defiende al sistema vigente.
Por eso, aunque no abandono mis convicciones ni ese sueño, como
utopía final, opto por analizar la realidad para encontrar y
defender aquellas políticas que, por el momento, al menos, tiendan a
aliviar los sufrimientos que vivimos.

La
impotencia gubernamental azuza a la ultraderecha

Uno
de los hechos públicos más recientes es un claro ejemplo del
dramático retroceso económico y social que sufrimos a partir de la
pandemia mundial de Coronavirus, asentada sobre la “pandemia
neoliberal” de la administración de Macri y agudizada por la
impotencia de la administración de Alberto Fernández. Me refiero al
hecho de que el minoritario y multimillonario grupo de
agroexportadores –que tanto critican el gasto público y cualquier
plan social–, paradójicamente, reclama y obtiene ayuda del Estado.
A la vez, este mismo gobierno que brinda ayuda económica concreta a
esos empresarios, responde a la angustiosa pobreza de millones con
condicionamientos a los planes sociales y el otorgamiento de un bono
por única vez, en lugar de integrar el aumento de una suma fija
salario de todos los trabajadores. Esta medida de asignar una suma
fija a los salarios –reclamada por sectores del propio oficialismo,
a los que no se ha atendido– no solo aliviaría de un modo
medianamente sostenido la situación de los más postergados, sino
que también fortalecería las condiciones-base con las que los
gremios podrían discutir las paritarias en sus respectivos sectores.

La
incapacidad del gobierno para resolver el drama de millones de
argentinos alimenta el desprestigio de la política como instrumento
de transformación de la realidad, azuza a la ultraderecha y genera
el peligro concreto de que el Frente de Todos (FdT) sea derrotado en
las próximas elecciones. Pese a las limitaciones del actual
gobierno, si Juntos por el Cambio reemplaza a la fuerza política a
la que representa el FdT, estaremos ante el gravísimo hecho de la
restauración plena del modelo neoliberal, que es el que generó el
drama económico, social y humano que vive nuestro país.

El
peligro de la restauración neoconservadora

Creo
que, tanto entre propios como entre opositores bienintencionados, no
hay una conciencia plena de las catastróficas consecuencias que
podría tener el triunfo de Juntos por el Cambio. Algunas ya las
comenzamos a vivir en su gestión anterior y los mismos exponentes de
esta fuerza opositora han declarado públicamente que, si llegan al
poder, profundizarán ese tipo de medidas y, de hecho, las tomarán
de manera más drástica.

Para
ilustrar un poco esta posible catástrofe, enumeraré brevemente
algunas. Durante la gestión de Mauricio Macri, en contra de sus
promesas electorales, Juntos por el Cambio, endeudó al país por
cifras impagables, redujo drásticamente el salario y las
jubilaciones, aumentó la inflación, la pobreza y el desempleo. Al
mismo tiempo, pese a su discurso, respaldado por los medios
hegemónicos, también erosionaron las instituciones de la República
a través de la designación arbitraria de jueces –Macri,
inclusive, intentó nombrar por decreto a los jueces de la Corte
Suprema de Justicia–, un sistema de persecución político-judicial
de opositores y de fallos judiciales perjudiciales a las demandas
laborales. Estas medidas se lograron a través de decisiones y
operaciones coordinadas –de manera bastante inconstitucional–
entre funcionarios políticos de Juntos por el Cambio, jueces y
representantes de los medios de comunicación.

Desde
su derrota en 2019, Juntos por el Cambio ha utilizado esa misma base
operativa para orquestar, cada vez con más fuerza, un proceso
destituyente, trabando en el Congreso, y paralizando con el poder
judicial, cualquier iniciativa que tímidamente intente mejorar la
situación de las grandes mayorías, pero roce los intereses de los
poderosos.

Asimismo,
ya desde el año pasado, públicamente y sin ningún ocultamiento o
disimulo, han anunciado como programa electoral, para su próxima
gestión, que tiene como objetivo barrer los derechos laborales
conquistados, liquidar las empresas públicas a través de despidos
masivos y recortar brutalmente el gasto social, y los “gastos”
–definitivamente, no los consideran inversiones– en educación,
vivienda y salud. También han declarado su plan de tomar medidas que
vuelvan a favorecer la fuga de capitales y las importaciones de
productos que compiten con los que fabrica nuestro propio país. En
definitiva, sin tapujos, nos están prometiendo más miseria y menos
derechos, con el peligro cierto de una escalada de protestas y
violencia popular que, necesariamente, responda a esa violencia del
régimen.

Una
democracia renga

¿Cómo
llegamos a esta situación en la que esta restauración neoliberal es
una posibilidad concreta, en la que una parte importante de la
población está decidida a votar a los representantes de estas
medidas? ¿Por qué, sobre el fin del mandato del FdT, la famosa
relación de fuerzas es aún más desfavorable para el campo nacional
y popular que al inicio? ¿Por qué no ha podido reforzar sus
posiciones?

Hoy
tenemos una democracia renga, en el sentido que hay un respeto básico
a las libertades individuales, pero no gozamos de una democracia
plena, en la que el pueblo pueda representarse adecuadamente por un
gobierno que le brinde empleo y salarios dignos, educación, salud y
vivienda de calidad. Tampoco hay República, aunque no debemos
olvidar que la República solo es una forma de gobierno y que, por si
sola, no garantiza la democracia.

Pero,
como mencionaba, tampoco tenemos una República, porque, en lugar de
contar con poderes independientes –no solo entre sí, sino de
cualquier influencia de grupos de poder– sufrimos de un poder
judicial cooptado por las corporaciones, y que tiene una pata
política y mediática, con las que muchas veces actúa
coordinadamente. Al mismo tiempo, el Ejecutivo está prisionero del
acuerdo con el FMI de la gestión anterior y fraccionado por disputas
internas. A estas circunstancias se suma que la composición del
Legislativo muestra cada día su capacidad de frenar cualquier cambio
positivo para los intereses populares, algo que ya han hecho y
seguirán haciendo; de hecho, bien podríamos considerar que han dado
una suerte de golpe institucional, que bien podría profundizarse y
agravarse, dada la relación de fuerzas actual. Insisto, con esta
situación política, es imposible afirmar que tenemos una República,
y los principales responsables de corromperla son aquellos que
declaran mediáticamente defenderla.

Los
fundamentos del retroceso

Cuando
Cristina Fernández de Kirchner (CFK) eligió a Alberto Fernández
para encabezar la fórmula de un amplio frente integrado por ambos,
no renunció a su influencia ni a un papel determinante en la
conducción estratégica, sino que optó por confiar la gestión
presidencial en ese compañero de frente. Eso, sin dudas, lo
conversaron y lo acordaron, ya que, de otra forma, no se entendería
la decisión de ella.

Sin
embargo, una de las razones de la crisis de conducción actual es que
no definieron ni acordaron un programa estratégico de gobierno ni
las medidas necesarias para lograr los objetivos políticos del FdT;
medidas como las imperiosas reformas financiera, tributaria y de la
organización judicial. Tampoco consensuaron un enfoque general con
el que encarar las negociaciones por la deuda externa ni para mejorar
de manera inmediata los ingresos reales de los trabajadores y los
jubilados.

Más
allá de la disputa electoral, estos acuerdos deberían haber sido la
base para convocar al FdT y, también, debería haberse dado
institucionalidad a esos acuerdos a través de una mesa de conducción
amplia, con la participación de las diferentes fuerzas integrantes.
Una vez constituida la mesa de conducción debería haber vuelto a
discutir los lineamientos programáticos del frente para
ratificarlos, modificarlos, precisarlos, definir plazos para su
realización dentro del lapso del mandato y, finalmente, publicarlos.
La publicación de estos objetivos, de este programa de gobierno con
medidas concretas, con plazos, y consensuadas por la fuerza debería
haber sido la base de la movilización popular en la campaña
electoral y, luego, tras el triunfo en las elecciones, la guía para
las medidas del presidente en su gobierno, aun sin saber que la
pandemia nos golpearía en el día 99.

Otra
de las razones de la crisis de conducción actual –y que también
explica las limitaciones y, en su momento, las derrotas del Frente
para la Victoria o de Unidad Ciudadana– es que la fuerza nunca se
propuso convocar a sus militantes para que pudieran organizar y
fortalecer al frente desde las bases, con una organización unitaria
en todo el país –provincia por provincia, distrito por distrito,
ciudad por ciudad– y en todos los sectores –gremial, estudiantil,
cultural–. Nunca hubo una convocatoria concreta al protagonismo de
la militancia, ni se le brindaron las herramientas de recursos y
dirigencia para construir el involucramiento social.

Lo
que no se hizo, ni se hace

Un
verdadero empoderamiento de la dirigencia intermedia y la militancia
no se concreta convocando en abstracto a “empoderarse” o a
repetir la frase de Perón sobre el bastón de mariscal en la mochila
de cada militante. Una convocatoria de ese tipo supone meros fuegos
artificiales, cuando lo que en realidad se necesita es que los
dirigentes y los militantes puedan conocer las demandas de las bases
y ponerlas en contexto o solucionarlas a través de la visión de la
realidad y las políticas concretas de la fuerza política a la que
representan. Solo de ese modo, a través de un impacto concreto en
sus vidas y de un poder real para modificarlas a través de la
política, es que se puede comprometer al pueblo con los objetivos y
las políticas concretas de una fuerza política.

Otra
hubiera sido la historia ante la ofensiva derechista durante los 12
años kirchneristas –o los ataques político-mediáticos
abiertamente desestabilizadores y golpistas que sufrimos ahora– si
los militantes pudieran movilizarse y movilizar con el objetivo claro
que da un programa, para mostrar cómo cada medida que se propone
podría beneficiar a los diferentes sectores involucrados y así
hacerlos carne en las demandas generales y en las de cada sector y
lugar. Con la activación, organizar y coordinación de los núcleos
unitarios de poder popular, se incrementaría exponencialmente el
poder de cada instancia de movilización popular. A la vez, cada
demanda militante indudablemente tendría un peso distintivamente
mayor si su justificación remitiera clara y coordinadamente al mismo
programa de gobierno.

Imaginemos
el peso y la consistencia de cada una de estas medidas –tanto las
que se intentaron como las que ni siquiera figuraron en la agenda de
este gobierno– hechas carne en la militancia y la ciudadanía que
votó al FdT:

¿Fraude
en Vicentín y resistencia agroexportadora a un parcial control del
comercio exterior? Concientización de las bases, denuncia,
organización y movilización organizada para neutralizarla.

¿Inflación
desatada con los aumentos descontrolados de precios? Concientización
de las bases, denuncia, organización y movilización organizada, con
el frente y los trabajadores organizados en cada empresa formadora de
precios y control popular de la cadena de valor.

¿No
aceptan comunicación regulada, de interés público y nos aumentan
las tarifas de los servicios de comunicación día a día, con la
complicidad de la Justicia? Concientización de las bases, denuncia,
organización y movilización organizada.

¿Inventan
cautelares para importar Ferraris y yates, que los jueces venales
aprueban pese a que las Pymes no logran los insumos básicos?
Concientización de las bases, denuncia, organización y movilización
organizada.

¿No
quieren una reforma financiera para frenar la especulación o una
reforma tributaria para que paguen más los que más tienen, los que
se enriquecieron y enriquecen, con y sin pandemia? Concientización
de las bases, denuncia, organización y movilización organizada.

La
misma repuesta se debería haber dado ante el más que anticipado
fallo de la Corte Suprema a favor del gobierno porteño, que le
afectará del bolsillo y la calidad de vida de a millones de hombres
y mujeres de las provincias. Todavía no hay noción del impacto que
tendrá esto en la vida cotidiana. A la vez, la pandemia,
a la que tanto se alude –con cierta pero no suficiente
justificación– debería haber dado mayores, y no menores,
oportunidades para ganar fuerza y actuar.

Ser
parte de la solución

CFK
sabe de cierto aislamiento y sufre por la impunidad que tienen
quienes ostentan el poder real, en su cruzada revanchista por las
conquistas que logró y su prédica en favor del pueblo, pero –voy
a afirmar algo incómodo para algunos de mis compañeros– ella fue
parte de la crisis de dirigencia que actualmente tiene su partido y
el frente o, al menos, no fue, ni es, parte de la solución.

Identificar
al adversario y al enemigo y llamar a la militancia a empoderarse es
necesario, pero no es suficiente porque terminará en impotencia y
frustración para sus seguidores si no les explica cómo se logra ese
empoderamiento, si no se toman las medidas organizativas para que
concretarlo.

Al
mismo tiempo, es fatal la larga ausencia de una alternativa política
de izquierda, que sea anticapitalista, pero que también tenga la
racionalidad suficiente para evaluar la relación de fuerzas y
organizar la presión política para cambiarla, pero a través de un
plan a largo plazo que incluya, en el corto y mediano plazo, poner
límites claros al capital concentrado.

El
radicalismo dejó de ser parte del campo nacional y popular con la
convención de Gualeguaychú, donde –asustado por su orfandad
electoral y creciente deshilachamiento orgánico– acordó con un
partido municipal, el PRO, y terminó cediéndole toda su
organización partidaria a nivel nacional.

El
peronismo, sin dudas, sigue siendo el integrante principal del campo
nacional y popular, pero con las contradicciones que lo han cruzado
históricamente: afirmar su perfil de movimiento transformador que
expresa los intereses populares dentro del sistema capitalista, o ser
el partido de la ortodoxia y el conservadorismo extremo con los que
gobierna en no pocas provincias y al que representa gran parte del
sindicalismo. Siempre fue su principal disputa interna y lo sigue
siendo hoy.

¿Qué
hacer?

¿No
se puede hacer nada? ¿Hay que irse del FdT?

Hoy
por hoy, a pocos meses de los comicios, no hay posibilidad de
construir una alternativa inmediata de poder, o de reconfigurarlo de
cara a las próximas elecciones, por lo que el camino inmediato a
tomar parece ser dar la pelea desde adentro del FdT y forzar
candidaturas insobornables, con una identidad clara como corriente
interna, al estilo de algunos intentos que lamentablemente solo
quedaron en declaraciones.

Luego
de los comicios, habrá que gobernar o resistir y el éxito de
cualquiera de esas empresas dependerá de comenzar a hacer ya
lo que no se hizo, pero sí se puede, y se debe; esto es, convocar,
organizar y tomar medidas drásticas para concientizar a las bases y
movilizarlas a favor de medidas tendientes a redistribuir el ingreso
y aumentar los márgenes de nuestra menguada soberanía nacional, así
como para frenar cualesquiera otras medidas que pretendan seguir
sumiéndonos en la miseria y la dependencia, tengan o no posibilidad
de aprobarse por este Congreso o vencer al aparato judicial.