Caty R

No somos pocos los que de manera torpe tratamos de cartografiar nuestro presente y su zozobra. Y así llenamos innumerables cuartillas de datos de consumo de energía, de porcentajes de especies muertas, de informes de personas desaparecidas, de conceptos que tratan de capturar nuestro criminal orden social. Y Eduardo Romero lo sabe bien. De esa cartografía es conocedor, pero también genial sintetizador en las propias páginas de su libro. No obstante, si su escritura es más alquímica que cartográfica es porque a través de ella los datos saben a tierra y levantan una nube de humo, los porcentajes sangran, los informes lloran al pensar en sus hijos muertos y los conceptos se convierten en la historia de una dominación ruin que se alarga ya por más de cinco siglos.

Eduardo Romero despliega la historia de las familias que llevan siglos enriqueciéndose gracias a una dinámica vampírica

Es por eso difícil anticipar a la lectora,
o al lector, lo que encontrará en estas páginas. Sin duda, una historia muy
documentada de la explotación, venta y mercadeo del carbón en uno y otro
continente. Es más, una historia global de una industria que se desplaza como
un cuervo negro por todo el planeta depositando semillas de muerte que germinan
con explosiones que conflagran comunidades, vidas y naturaleza. Pero también
encontrará un relato de la reproducción de la dominación y la desigualdad con
nombre y apellidos. Donde Piketty analizaba datos económicos para recrear una
historia genealógica de la desigualdad, Eduardo Romero nos ofrece árboles
genealógicos y despliega ante nuestros ojos la historia de las sagas
familiares, como los Alvargonzález, que llevan siglos enriqueciéndose gracias a
una dinámica vampírica.

Pero eso no es todo. Línea a línea, el
libro de Eduardo Romero nos trae el dolor de los que resisten y luchan contra
la transfiguración del mundo. Aquellos para los que criticar el mundo
industrial significa poner el cuerpo en defensa del territorio, llorar a sus
hijos y buscar justicia para ellos sin importar el precio, habitar barriadas
inmundas sacrificadas en los altares del progreso. Mineros, migradas,
sindicalistas, indígenas, activistas, abogadas… Todas son parte de la gran
familia caída en desgracia por una necropolítica que en su insaciable búsqueda
de beneficios ya no duda de atragantarse de tierra, fauna, historia, vida y
cuerpos (¿es que alguna vez lo dudó?).

Así, resonando tras la pregunta que
inaugura la arcada de este viaje cuasi dantesco, Eduardo Romero nos ofrece un
salvoconducto para mirar de frente a la esquizofrénica situación de nuestro
mundo. Un descenso a los infiernos zarandeados por el oleaje de un vaivén continuo
entre continentes trufado de matanzas, de esclavitud, de muerte, de impotencia…
Pero, a su lado, germinando con una aspiración de infinito, Eduardo arroja luz
a todas las esquinas –el gesto medido con el que se ayuda a caminar a un
anciano– donde habitan el amor y la ternura.

En suma, estas páginas son un regalo.
Amargo, sin duda, como nuestro tiempo. Pero también revulsivo. Una descarga
eléctrica destinada a desactivar la apatía de los que dan todo por perdido
desde el confort de vidas imperiales. Un fogonazo de nieve que retumba en
nuestros oídos con las voces de los sin voz, los que pagan con sangre nuestras
vidas de despilfarro. Y un faro para pensar los rumbos que tomar.

Ninguna historia mejor que la de Colombia para
mostrarnos que solo el pueblo salva al pueblo

Porque ninguna historia mejor que la de
Colombia para mostrarnos que solo el pueblo salva al pueblo. De las grandes
trasnacionales, poco podemos esperar. Tan solo una continuación ininterrumpida
de sus regalos envenenados, de su parasitismo de la vida a cambio de la
calderilla, de su camorrismo. Pero no deberíamos seguir incurriendo en la
ilusión de ver en el Estado un dique de contención, un parapeto frente al caos
de las mafias y la violencia de los órdenes fallidos. El Estado, como muestra
bien la historia colombiana, es en muchos lugares un agente del caos. Un
instigador del derrumbe. Un organizador de la violencia que tiene como objetivo
prioritario el de siempre: aterrorizar el territorio para privarle de sus
custodios. Paralizar con miedo a los humanos para extender el apocalipsis en el
tejido de la vida. Avituallar a los sicarios del horror para apagar toda
esperanza, toda ilusión, toda imaginación.

Si la historia de la extracción, del
trabajo y del imperialismo nos une con maromas ásperas e impregnadas de sal, la
experiencia del horror también debería enseñarnos que nadie está a salvo de la
codicia del mundo industrial, un Jano bifaz en el que el poder económico y el
político comparten una única mente. Y, al terminar la última línea y cerrar la
tapa con un eco profundo, una pregunta resuena en el aire: ahora que las minas
vuelven con fuerza, ahora que nuestro territorio va camino de ser una zona de
sacrificio más (como ya lo fue en el pasado: Almadén, Aboño…), ¿cuánto tardará
el Jano industrial en traer la muerte hasta nuestras costas, hasta nuestros
hogares? ¿Tendremos el corazón suficiente para resistir?

Adrián Almazán Gómez es profesor de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, licenciado en Física y miembro de Ecologistas en Acción y del colectivo La Torna.

Fuente: https://ctxt.es/es/20230101/Firmas/41878/asturias-colombia-carbon-eduardo-romero.htm