Mariola Díaz-Cano Arévalo
Robert Browning fue uno de los grandes poetas victorianos y nacía un día como hoy de 1812 en Camberwell, Londres. Su obra, en la que destacan los monólogos dramáticos continúa siendo estudiada y admirada por su complejidad y su visión de la condición humana. Casado con la también famosa poetisa Elizabeth Barrett juntos forman una de las parejas líricas más recordadas. Va esta selección de poemas como homenaje. Para recordarlo o descubrirlo.
Robert Browning
Con un interés muy temprano por la literatura, empezó a escribir poesía desde joven. Y aunque sus primeros trabajos no llamaron mucho la atención, sí consiguió popularidad cuando publicó Hombres y mujeres en 1855, obra que contenía algunos de sus poemas más famosos como el de Mi última duquesa.
Unos años antes Browning se casó con Elizabeth Barrett, con quien se mudó a Italia y donde vivieron felices hasta su muerte en 1861. Algunas de sus obras posteriores fueron Personajes dramáticos o El anillo y el libro. Murió el 12 de diciembre de 1889 en Venecia y está enterrado en la abadía de Westminster, en el famoso rincón de los poetas.
Browning ejerció una importante influencia en poetas posteriores como T. S. Eliot o Ezra Pound, entre otros.
Como anécdota sobre él se conserva un poema grabado por su propia voz después de una cena en casa de un amigo y tres meses antes de su muerte, en 1889. Se grabó en un cilindro de fonógrafo y Browning recitó unos versos de uno de sus poemas. Un año después, durante el primer aniversario de su muerte y en la misma casa, se volvió a encender el fonógrafo y se escuchó aquella grabación. El hecho quedó registrado históricamente como la primera vez en la que se oyó la voz de una persona muerta.
Robert Browning — Selección de poemas
Encuentro nocturno
El mar gris y la extensa tierra negra;
y la dorada media luna flotando bajo,
y las tímidas y asustadas olas que saltan
dormidas en ardientes círculos;
Mientras gano la costa en la ansiosa proa,
que solo apaga su vigor en la arena fangosa.
Entonces surge una milla de perfumadas playas;
tres campos a la cruz de una granja aparecen;
un golpe en el cristal; un rasguño agudo y rápido,
las chispas azules de una lámpara que se enciende,
y una voz, aún más silenciosa, con sus alegrías y miedos,
que los dos corazones que se agitan en la noche.
Partida al amanecer
Alrededor del cabo repentinamente llegó el mar,
Y el sol miró sobre las cimas de las montañas:
Recto era el camino de oro para él,
Y la necesidad de un mundo de hombres para mí.
Prospice
¿Temer a la muerte? Sentir la niebla en mi garganta,
La neblina en mi rostro cuando llegan las nieves,
Y las ráfagas que anuncian que estoy acercándome;
El poder de la noche, la fuerza de la tormenta,
La asechanza incansable del enemigo.
Allí está, el horror supremo en forma visible;
Sin embargo, el hombre temerario debe acercarse,
Porque el viaje ha concluido y la meta alcanzada;
Las barreras caen, aunque falta una batalla para la conquista,
La recompensa de todo lo anterior.
Siempre fui un guerrero. ¡Una lucha más, la mejor y la última!
No deseo que la muerte vende mis ojos,
Que atenta me hiciera pasar arrastrándome.
¡No! Dejadme conocer todo su sabor,
Quiero ser como mis padres, héroes de antaño,
Soportar la embestida, pagar las deudas de una alegre vida
En un minuto de sufrimiento, de sombras y de frío.
Porque para los valientes lo peor se transforma en lo mejor,
El momento sombrío termina, y la furia de los elementos,
Las voces demoníacas desatadas se someten, se inclinan,
Cambian, se transforman en una paz que nace del dolor;
Luego una luz, luego tu seno, ¡Oh, tú, alma de mi alma!
¡Volveré a abrazarte y que la paz sea con Dios!
La última palabra de una mujer
Basta de pelear, amor,
Esfuérzate o llora:
Todo sea como antes, amor,
¡Solo dormir!
¿Qué tan salvaje como las palabras son?
Tú y yo,
en debate, como los pájaros,
¡Halcón en rama!
¡Mira a la criatura acechando
mientras nosotros hablamos!
¡Calla y oculta a los que conversan,
mejilla sobre mejilla!
¿Qué tan falsa como la verdad es
lo falso para ti?
Donde el diente de la serpiente
evita el árbol.
Donde la manzana enrojece, inmaculada,
Para que no perdamos nuestro Edén,
Eva y yo.
Sé un dios y abrázame
con un encanto.
Sé un hombre y rodéame
entre tus brazos.
Enséñame, solo enséñame, amor,
como debería
hablar yo tu discurso, amor,
pensar tus pensamientos.
Reconoce, si así lo requieres,
ambas exigencias,
poniendo carne y espíritu
en tus manos.
Eso será mañana.
No esta noche:
debo enterrar el dolor
donde no sea visto:
Ahora unas pocas lágrimas, amor,
(¡tonta de mí!)
Y así dormirme, mi amor,
amada por ti.