Mariola Díaz-Cano Arévalo
Jules Laforgue fue un poeta francés nacido en Montevideo en 1860. Considerado como una figura clave en la transición literaria del siglo XIX al XX, su obra está vinculada al movimiento conocido como «decadentismo», que se acerca mucho al simbolismo, y su influencia se extendió hasta el modernismo y el surrealismo. En un nuevo aniversario de su fallecimiento echamos un vistazo a su vida y seleccionamos algunos sonetos de esa obra.
Jules Laforgue
Laforgue se crio en una familia de origen alemán, algo que influyó en su visión cosmopolita y crítica del mundo y la vida. A los seis años se mudaron a Francia, tierra natal de su padre, que quería que Jules recibiera su primera formación allí.
De personalidad solitaria y tímida, estudió filosofía en París, donde se movió en los círculos intelectuales y artísticos de la época. Empezó a publicar en revistas en 1879.
Obra
Uno de los rasgos más característicos de su obra es el tono irónico y desencantado. Laforgue toma una postura distante y crítica frente a la realidad y, a la vez, descubre la superficialidad y la falsedad de la sociedad burguesa. Así, su estilo está marcado por esa ironía, el sarcasmo y el humor negro, lo que le da aún más un carácter transgresor.
Además, experimentó mucho en la forma, rompiendo con los moldes poéticos más tradicionales. De modo que sus versos son libres, de ritmo irregular y sintaxis compleja. También incorporó lenguaje cotidiano y de la cultura popular, lo que supuso también ese toque innovador y vanguardista.
Influencia
Laforgue adelantó muchas de las características del modernismo, como la deshumanización, la fragmentación de la personalidad, la exploración del inconsciente y la búsqueda de nuevas formas de expresión. Nombres como los de Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé, Rainer Maria Rilke o T. S. Eliot admitieron la influencia de su trabajo.
Sin embargo, Laforgue fue un poeta poco reconocido en vida y su obra fue objeto de críticas e incomprensión. Falleció en París el 20 de agosto de 1887 a la temprana edad de 27 años a causa de una tuberculosis hereditaria. Esta enfermedad, que también se llevó a su esposa poco después, truncó una más que prometedora carrera literaria.
Fue ya después de su muerte cuando se le reconoció y apreció su verdadero valor, y ha pasado a ser uno de los poetas más originales y vanguardistas de su tiempo
Jules Laforgue — Sonetos escogidos
Memento
De la Eternidad a la Eternidad,
el torbellino del mundo que enmaraña,
universal, callado, lo errante,
acribilla con oasis de oro la negrura infinita.
Por todas partes soles de bochorno, ceremoniosos
giran irradiando sus fértiles efluvios
para volver luego, extintos, a la honda tiniebla.
Y una sonrisa materna preside esa calma.
Pero aquí… aquí… peregrino solitario
por ese vacío sin ecos siempre abierto,
un globo helado agoniza. ¡Eres tú, Tierra!
Ahora, en esta soledad, en esta sombría nada,
sin ningún testigo que sueñe en los azules abismos,
disuélvete, roca sublime, en cenizas anónimas.
Disculpa melancólica
No te amo, no, no amo a nadie,
solo el Arte, el Tedio, el Dolor son mis amores;
mi corazón ya es demasiado viejo para brillar
como en los días en que fuiste mi única madona.
No te amo, pero eres bondad pura.
Podría olvidar en tus ojos de terciopelo,
y desahogar los llantos sordos de mi corazón herido
en tus rodillas, como un niño mimado y débil.
¡Oh, sería tu niño si tú lo quisieras!
Sabrías burlar mi absurda tristeza,
harías suaves mis horas tan largas,
y cuando la nada viniese a bañar
con su infinita frescura mi cuerpo roto
moriría dulcemente, consolado de la vida.
Las tardes de otoño
¡Ah, las solitarias tardes del otoño!
Nieva como nunca. Toso. No hay nadie.
Suena un piano cerca con monotonía;
y araño entristecido en el recuerdo de un ayer feliz.
¡Qué triste es la vida! Como mi suerte.
¡Solo, sin amor, sin gloria!, ¡temiendo morir!
¡O vivir, quizá! ¿Podré soportarlo?
Ojalá tuviera a mi madre como cuando niño.
Sí, ser de nuevo su amado, su ídolo,
esperar su consuelo siempre atento…
¡Mamá, mamá! Cómo ahora, tan distante,
pondría en sus rodillas mi frente arrebatado,
y ahí me quedaría, sin decir nada,
llorando hasta la noche por tanta dulzura.
Tedio
Todo me aburre hoy. Separo las cortinas.
Arriba un cielo gris rayado por una lluvia eterna,
abajo la calle con una bruma de hollín
por donde caminan sombras que resbalan en los charcos.
Miro sin ver cavando en mi cerebro,
y maquinalmente sobre el cristal empañado
escribo algo con la punta de un dedo.
¡Bah!, salgamos, tal vez haya novedades.
Ningún libro reciente. Necios paseantes. Nadie.
Simones, barro, y la lluvia de siempre…
Luego la noche y el gas y regreso a paso lento…
Ceno, y bostezo, y leo, ninguna pasión…
¡Bah!, acostémonos. —Una de la noche. ¡Todos duermen!
Solo, sin poder dormir, sigo aburriéndome.