Mariola Díaz-Cano Arévalo
Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, fue una de esas figuras del Siglo de Oro que destacaron tanto por su linaje noble como por su gran talento poético, pero, más especialmente, por su controversia, escándalos y tragedias. Fallecía un día como hoy de 1622. Para recordarlo o descubrirlo echamos un vistazo por su vida y seleccionamos unos sonetos de su obra.
Juan de Tassis y Peralta — Biografía
Nació en Lisboa en 1582, donde su padre, Juan de Tassis y Peralta, ejercía de Correo Mayor del rey Felipe III, ocupación que heredaría su hijo. Se educó y crio en la Corte bajo la tutela de su maestro Jiménez Patón. Al acabar el siglo comenzó su afición literaria a la vez que entraba a formar parte del círculo real. Entre sus amistades más ilustres estaban Lope de Vega o, en particular, Luis de Góngora, de quien fue quizás su mayor admirador.
Cuando heredó el cargo paterno, visitó Italia para buscar nuevos horizontes literarios. En 1601 se casó con Ana de Mendoza, pero ni eso ni sus responsabilidades ante la Corte le impidieron llevar una vida bastante disoluta y llena de toda clase de excesos. Así tenía fama de jugador, mujeriego y pendenciero, comportamientos y escándalos públicos que terminaron llevándolo a abandonar la Corte y viajar por varios países de Europa. Pero no consiguió acabar con ellos.
Cuando regresó a Madrid las cosas no le fueron mejor con desgracias personales, pérdidas económicas por deudas, fallecimiento de familiares y su enemistad con los validos de Felipe III, a quien llegó incluso a satirizar en sus versos. Perdió su empleo y también lo apartaron de la administración de sus bienes. Acabó desterrado de la Corte y se retiró a Alcalá, donde durante unos tres años siguió escribiendo y pareció que su vida se estabilizaba.
Al morir Felipe III, recuperó el favor real y empezó a escribir para las fiestas de la corte y, sobre todo, para una de las damas del rey, doña Francisca de Tabara. Pero el 21 de agosto de 1622, cuando volvía a su casa desde el palacio real, lo asesinaron. Se especuló mucho sobre la razón que hubo detrás, que serían sus amores con Isabel de Borbón, la mujer de Felipe IV, pero nunca se pudo confirmar y de ahí surgió la leyenda que lo acompaña hasta nuestros días.
Unos años después se publicaron en Zaragoza las Obras de Villamediana, en donde aparecen 203 sonetos amorosos, satíricos, religiosos y patrióticos.
Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana — Sonetos escogidos
Determinarse y luego arrepentirse
Determinarse y luego arrepentirse,
empezarse a atrever y acobardarse,
arder el pecho y la palabra helarse,
desengañarse y luego persuadirse;
comenzar una cosa y advertirse,
querer decir su pena y no aclararse,
en medio del aliento desmayarse,
y entre temor y miedo consumires;
en las resoluciones, detenerse,
hallada la ocasión, no aprovecharse,
y, perdida, de cólera encenderse,
y sin saber por qué, desvanecerse:
efectos son de Amor, no hay que espantarse,
que todo del Amor puede creerse.
Silencio, en tu sepulcro deposito
Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado ya, en la arena escrito.
Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.
Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondrá breves a mi vida,
para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.
Nadie escuche mi voz y triste acento
Nadie escuche mi voz y triste acento,
de suspiros y lágrimas mezclado,
si no es que tenga el pecho lastimado
de dolor semejante al que yo siento.
Que no pretendo ejemplo ni escarmiento
que rescate a los otros de mi estado,
sino mostrar creído, y no aliviado,
de un firme amor el justo sentimiento.
Juntose con el cielo a perseguirme,
la que tuvo mi vida en opiniones,
y de mí mismo a mí como en destierro.
Quisieron persuadirme las razones,
hasta que en el propósito más firme
fue disculpa del yerro el mismo yerro.
A un beso de una dama
Divina boca de dulzores llena,
dichoso el labio que te besa y toca,
que no hay en cuantas hay tan dulce boca,
ni para aprisionarme tal cadena.
No el sabroso panal de la colmena
a tanto gusto y suavidad provoca,
que está el dulzor en ti y el suyo apoca
el ámbar, el clavel, el azucena.
Mas dentro de la miel está escondido
el aguijón cruel con que me hieres,
y nadie de la vida ve este signo;
boca tierna y pecho empedernido,
no, ni jamás en todas las mujeres
boca tan blanda y corazón tan digno.
Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes