Cuando vi la fotografía de Abigail, con sus brazos abiertos de cara al sol y ese ramo de flores con el que celebraba diciendo “Desde hoy soy Doctora en Educación”, no pude evitar que me lloviera el recuerdo agridulce de aquel día de su traición.
*Por: Vero Barreto
Ella es una mujer que creció en uno de los barrios más empobrecidos y vulnerabilizados de Asunción, el Bañado Sur. Mantenerse viva, sana o lúcida en contextos de problemáticas sociales agudas, requiere de por lo menos buena suerte, si no se cuenta con una gran capacidad de resiliencia, un entorno familiar unido, una red comunitaria con prácticas solidarias, y determinadas condiciones psicosociales para organizar la vida y proyectar un futuro.

Abigail tenía todo eso y formaba parte de un grupo de jóvenes con la suficiente rebeldía y osadía para autodenominarse Movimiento Revolucionario. En este grupo conocí a “Abi”, como la llamamos.
Este “movimiento” en realidad fue una organización bastante rígida que a su manera trabajó con personas del Bañado Sur, nos permitió sin embargo experimentar en común la rabia ante las injusticias, el dolor de la pobreza y la alegría en las pequeñas batallas ganadas.
Luego de mucho tiempo de trabajo comunitario, Abigail confesó que estaba dolida, en desacuerdo con ciertas prácticas del Movimiento y emocionalmente deshecha. Informó su decisión de iniciar una búsqueda de oportunidades de becas de estudio, y que en caso de ser beneficiada estaría fuera del país por algún tiempo.
Las primeras palabras que recuerdo luego de que Abigail tragara saliva y echara el aire en suspiro, fueron:
“Sos una traidora”.

Aunque los motivos personales de Abigail eran semejantes a los motivos de mis heridas y de otras mujeres presentes, heridas enraizadas en prácticas machistas y egoístas, la rigidez que mencioné antes no nos permitía dar opiniones individuales, o tan siquiera estallar en llanto. Así que no hubo buenos deseos para Abi, ni palabras de aliento, ni pedidos de perdón, ni expresión de cariño, o simplemente agradecimiento, nada de eso, solo un adiós frío y hostil, que señalaba su traición.
Abigail sin embargo no declinó en su decisión, y lo mejor de todo fue, que aquel acto de rebeldía con tan buen sabor, la agridulce traición se convirtió en un estímulo para mí, y para muchas otras que más tarde experimentamos nuestra propia liberación.
Así que, esta no es solo la historia de un éxito académico, es un capítulo brillante de la vida de una mujer que no se quedó prisionera de expectativas ajenas, ni de roles preestablecidos, ni de pronósticos superficiales por su lugar de origen. De hecho, no se quedó ni siquiera con el hombre que amaba, porque no se resignaba a nada ni nadie que la lastimara.
Su “traición” no fue un acto de egoísmo, sino de amor propio, de empoderamiento y determinación. Abigail descubrió una nueva lealtad, la que se ofrenda a sí misma, a sus ideales, a su esencial humanidad.
No fue nada fácil, Abigail no sólo proyectó su vida por sobre las dificultades materiales, sino que atravesó por situaciones dolorosas como el fallecimiento de su padre, un golpe devastador, desengaños, la distancia de su familia, su casa, sus amigas y amigos, y otros obstáculos. Pero al poner como bandera al amor propio, ella potenció su fuerza interior, su capacidad de transformar el dolor en belleza. Su resiliencia se convirtió en su mayor fortaleza y su virtud en escudo.

Ahora deberían conocer la tesis doctoral de Abigail Vázquez, para entender en qué medida su virtud trasciende lo académico.
Este homenaje al empoderamiento, la resiliencia y el compromiso social de Abigail, es también para todas las “Mujeres Traidoras”, que se transforman en voces de aliento y en ejemplo para otras.

*Vero Barreto @verobarreto.song – Cantautora, Co-fundadora de Cancioneras Paraguayas, Investigadora en Mujeres Haciendo Eco. Gestora de Proyectos Culturales. Agente Copyright. Formación en Comunicación, Sociología y Psicología Jurídica.