Trump advierte que si no le gusta el resultado de las elecciones puede negarse a dejar el cargo

Entrevista al filósofo, politólogo y activista Noam Chomsky/

Por Paula Lugones |  | Noam Chomsky/

El politólogo, por décadas la voz más influyente de la izquierda estadounidense, prefigura un futuro de creciente degradación democrática. Y se pronuncia contra la cultura de cancelación, esa forma de rampante censura pública ejercida desde las redes sociales.
Semana tumultuosa para la democracia estadounidense: un debate presidencial vergonzoso, más el test positivo de Covid revelan a un Donald Trump en su hora crítica. Nunca más oportuno escuchar lo que tiene para decir Noam Chomsky.

Lingüista, filósofo, politólogo y activista, es profesor emérito de lingüística en el MIT y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX, gracias a sus trabajos en teoría lingüística y ciencia cognitiva. Hoy está a cargo del departamento de lingüística de la Universidad de Arizona. Es muy conocido por su activismo político que se basa en una fuerte crítica del capitalismo contemporáneo y de la política exterior de EE. UU. Está considerado un pensador socialista libertario o anarcosindicalista.​ El New York Times lo ha señalado como “el más importante de los pensadores contemporáneos”. Fue detenido por oponerse a la guerra de Vietnam, figuró en la lista negra de Nixon, apoyó la publicación de los papeles del Pentágono y denunció la guerra sucia de Reagan.

En una entrevista exclusiva, hecha a comienzos de semana, el legendario politólogo de la izquierda de EE.UU. expone por qué con Trump solo se puede esperar tragedias mayores y una hecatombe climática.

–Uno de sus últimos libros es sobre el mundo que les dejamos a nuestros nietos. Usted dijo que es un mundo en peligro por el cambio climático y la creciente posibilidad de una guerra nuclear. La obra fue publicada a principios del gobierno de Trump. Ahora, cuando está terminando su primer mandato en la Casa Blanca y va por la reelección, ¿cuáles son las principales crisis que enfrenta el mundo? ¿Trump empeoró esas crisis?

–El mejor análisis sucinto de las amenazas a la supervivencia humana lo proporciona cada año el famoso Reloj del Apocalipsis o del Juicio Final del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago. Fue puesto en marcha por primera vez en 1947, con el minutero a 7 minutos de medianoche: la terminación. A través de los años ha oscilado. La principal preocupación al principio era la amenaza de guerra nuclear. Más recientemente se ha añadido la amenaza de catástrofe ambiental. Desde que Trump asumió el cargo, al minutero se lo ha acercado más a la medianoche debido al pésimo historial del presidente en estos problemas. En enero pasado los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: 100 segundos para la medianoche. A partir de enero Trump ha continuado su campaña de debilitar las perspectivas de la vida humana. Ha llevado adelante su proyecto de desarticular el régimen de control armamentístico que proporcionaba cierta protección contra el desastre terminal. Se retiró del Tratado de Cielos Abiertos iniciado por Eisenhower y rechazó las peticiones rusas de renovar el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START III), última pieza que quedaba del edificio. También ha estado desarrollando armamento nuevo y más peligroso. Simultáneamente ha llevado adelante su campaña para maximizar el uso de combustibles fósiles, incluidos los más peligrosos, y eliminar el aparato regulador que mitiga algunos de sus peores efectos. Todo esto es sólo desde enero.

–¿Por qué el país más rico y poderoso del mundo no ha podido contener la propagación del coronavirus? ¿Es un fracaso de conducción política o un fracaso estructural? ¿Qué lecciones podemos aprender de la pandemia?

–Cuando Trump asumió en enero de 2017 el país contaba con un programa de control de pandemias. En sus primeros días en el cargo, el presidente lo desmanteló. Empezó a quitarles fondos al Centro para Control de Enfermedades y a otros sectores del gobierno relacionados con la salud y continuó todos los años, incluso en febrero pasado, cuando la pandemia causaba estragos. Había científicos estadounidenses trabajando con colegas chinos para identificar y estudiar coronavirus nuevos. Luego siguieron una serie de acciones de la Casa Blanca que obstaculizaron toda respuesta constructiva. Ahora sabemos que para febrero Trump conocía la severidad de la crisis, pero la minimizó, dispuesto a sacrificar decenas de miles de vidas estadounidenses –en este momento más de tres veces la cantidad de muertos de EE.UU. en Vietnam– para mejorar sus perspectivas electorales. El récord de EE.UU. es, lejos, el peor del mundo. Hay lecciones claras de la pandemia. En 2003, después de contener la epidemia de SARS, los científicos advirtieron que era muy probable que se produjeran nuevas epidemias de coronavirus, probablemente más graves. Los pasos para estar preparados se conocían, pero no se siguieron. Las industrias farmacéuticas están obturadas por la lógica capitalista. Su objetivo es tener ganancias mañana, no gastar recursos en prepararse para una futura catástrofe. El gobierno podría haber intervenido, pero quedó bloqueado por el dogma neoliberal: “el gobierno es el problema, no la solución”, como declaró Reagan en los albores de la era neoliberal. Aun así, hubo cosas que se podían hacer en cuanto a estar preparados, y se hicieron, las hizo Obama. Aunque como mencioné, las primeras medidas de Donald Trump en el cargo fueron desmantelarlas. Hoy los científicos están lanzando las mismas advertencias sobre pandemias futuras. Saben lo que hay que hacer pero surgen los mismos problemas: la lógica capitalista, el dogma neoliberal y, en algunos países, una conducción malintencionada, con Trump liderando la pandilla. A menos que se superen estas barreras a la acción, es muy probable que se presenten tragedias peores.

–Con el paquete masivo aprobado por el Congreso, las directivas de los gobernadores y las autoridades locales, ¿cree usted que el papel del Estado se ha fortalecido inesperadamente, en un país donde siempre prevalece el individualismo?

–El primer paquete de estímulo representó una ayuda, aunque la mayor parte fue para los muy ricos y las grandes empresas. Terminó en julio. A partir de mayo, la Cámara de Representantes, dirigida por los demócratas, propuso proyectos de ley para prolongarlo. El Senado republicano se negó a considerar esas propuestas hasta que fue demasiado tarde para renovar el paquete. Después propusieron una versión muy reducida, de poca utilidad para quienes padecen la maldad de Trump. En este momento, no hay esencialmente nada. La idea de que en EE.UU. prevalece el individualismo es un mito. Lo que prevalece es el poder de las corporaciones, protegido y subsidiado por un estado poderoso.

–Hubo una batalla por el uso o no de las mascarillas, por la apertura de negocios, volver o no a la escuela, etc. ¿La pandemia ha abierto una especie de guerra ideológica o cultural en los Estados Unidos?

–Es parte de una guerra cultural, en gran medida en las líneas partidarias. Los republicanos, alentados por los erráticos pronunciamientos de Trump, han sido los primeros en oponerse a las medidas preventivas.

–Dijo usted también que la democracia está en riesgo ahora. ¿Por qué? ¿Las instituciones estadounidenses no son lo suficientemente sólidas para resistir a un presidente como Trump?

–Estoy lejos de ser el único que lo dice. El prestigioso columnista del New York Times, Thomas Friedman, publicó una columna preguntándose si nuestras elecciones de 2020 serían las últimas. Friedman es sólo uno de un coro de figuras altas en el establishment. Hay una buena razón. El ataque a la democracia ha llegado al punto de que Trump advierta que si no le gusta el resultado de las próximas elecciones puede negarse a dejar el cargo. El Proyecto de Integridad de la Transición, agrupación de muy alto nivel formada por figuras prominentes de ambos partidos y expertos independientes, viene realizando simulaciones del tipo “juegos de guerra” en base a las elecciones de 2020. En todos los escenarios excepto el de una victoria de Trump, la predicción es guerra civil. En 1960, Richard Nixon tenía buenas razones para creer que las elecciones le habían sido robadas a manos de la delincuencia demócrata. No impugnó el resultado; prefirió el bienestar del país a su ambición personal. Lo mismo ocurrió con Al Gore en 2000. Hoy no. Trump es de un nuevo tipo de malignidad, sin precedentes en la historia de la democracia parlamentaria. No podemos estar seguros de a dónde llevará esto.

–Paradójicamente, Trump dice que la democracia y los valores estadounidenses están en peligro ahora porque Joe Biden impondrá, si gana, un programa “socialista radical”. ¿Qué piensa de esa calificación? ¿Cómo define ideológicamente la fórmula Biden-Harris? ¿Por qué?

–El programa de Biden-Harris es centrista de acuerdo con los estándares de las democracias parlamentarias. Lo que Trump llama “socialista radical” se considera una socialdemocracia moderada en otros lugares. En realidad, con Bernie Sanders ocurre lo mismo. Sus principales propuestas políticas, reiteradas una y otra vez, eran atención sanitaria universal y educación superior gratuita. ¿Se le ocurren a usted algunos otros países donde encontrar eso? De hecho, los programas de Sanders no habrían sorprendido a Dwight Eisenhower.

–Bernie Sanders estuvo cerca de ganar la nominación demócrata en 2016 y 2020 pero fracasó las dos veces. ¿Cree que Estados Unidos puede elegir un candidato autodefinido como socialista cuando esa palabra puede ser una especie de tabú en la sociedad del país?

–En EE.UU., a diferencia de casi todos los demás países, la palabra “socialista” está prohibida. Pero es importante reconocer el extraordinario éxito de la campaña de Sanders, que rompió con más de un siglo de historia política estadounidense. Prácticamente no tenía apoyo de la riqueza privada ni del mundo de los negocios y fue despreciado o denostado por los medios de comunicación de todo el espectro. Estuvo muy cerca de ganar la nominación y en muchas encuestas ha sido clasificado como figura política más popular del país. Los movimientos populares que inspiró han tenido gran impacto en la sociedad, abrieron áreas de discusión y a veces de acción política que antes apenas si se encontraban en los márgenes. Entre los jóvenes, el apoyo a Bernie Sanders es particularmente elevado. Estos son éxitos importantes.

–Desde el asesinato de George Floyd en mayo ha habido protestas masivas en Estados Unidos y también en algunos países contra el racismo y la brutalidad policial. ¿Considera a este movimiento un punto de ruptura? ¿Por qué?

–Lo que podemos decir hasta ahora es que es muy nuevo, drásticamente nuevo. Se desarrolló muy rápido y se convirtió en el mayor movimiento social de la historia estadounidense. También tuvo un apoyo popular enorme, mucho mayor que el que logró Martin Luther King en el pico de su popularidad. También hay una solidaridad negro-blanco impresionante. Se están proponiendo programas serios. No se puede predecir a dónde irá esto. No es un fenómeno aislado. Ha habido muchas señales de mayor atención por parte de la gente al historial de 400 años de trato espantoso a los afronorteamericanos, lo cual deja un registro amargo.Y la preocupación por hacer algo al respecto. Está generando una reacción brusca. La supremacía blanca está profundamente arraigada en la cultura y la sociedad.En este momento la estimula una administración racista, pero las raíces son mucho más profundas; un asunto demasiado complejo de abordar aquí.

–Este movimiento también ha cohesionado fuerzas de extrema derecha que repudian las manifestaciones e incluso se han organizado milicias supremacistas para contrarrestar las marchas. Trump también está exigiendo “Ley y Orden” y una irrupción de agentes federales en las calles. ¿Cree que este escenario irá empeorando hasta las elecciones?

–Trump está montando su campaña electoral en torno a eso.A lo largo de sus años en el cargo, el terror supremacista blanco ha aumentado rápidamente según estadísticas oficiales.Son tendencias nefastas, que pueden llegar a hacerse mucho peores.

–En julio usted firmó una carta con otras 152 figuras notables reclamando terminar con la denominada “cultura de la cancelación”. ¿Por qué ese mensaje es importante en estos días?

–La carta en sí era tan tibia que yo no le veía mucho sentido ni esperaba mucha reacción. Básicamente era un llamado a la tolerancia y al respeto por la mirada de los demás. Exhortaba a los sectores de izquierda a no imitar el constante recurso de las instituciones tradicionales a la supresión de concepciones inaceptables para la ideología dominante, a menudo de forma bastante extrema. La enorme reacción demostró que el mensaje es ciertamente importante, un triste comentario sobre la cultura contemporánea.

–A sus 91 años, ¿alguna vez ha visto a la sociedad estadounidense más dividida que en la actualidad?

–Ha habido muchas divisiones antes. La historia laboral de EE.UU. ha sido inusualmente violenta. En la década de 1960 hubo conflictos internos muy amargos por los derechos civiles y la guerra de Vietnam. Lo radicalmente nuevo hoy es la división dentro de las líneas partidarias. Los demócratas no han cambiado mucho, pero en los últimos años los republicanos se han desviado de su espectro. Prominentes comentaristas políticos de vasta aceptación se refieren al actual partido republicano en términos de “insurgencia radical” que ha abandonado la política parlamentaria (Thomas Mann y Norman Ornstein, del conservador Instituto Empresarial Estadounidense). Y el electorado republicano venera a Trump con un fervor que no se observa en las democracias modernas. El resultado es que viven en un mundo diferente en cuanto a cuestiones cruciales.

Con Julian Assange en el balcón de la embajada de Ecuador en Londres, en 2014. Foto: Yui Mok, PA Wire
–Uno de sus últimos libros analiza el réquiem del sueño americano. Usted criticó la concentración de la riqueza, el mayor poder político de los ricos. Después del primer período en la Casa Blanca parece que Trump está empeorando esos problemas. ¿Por qué cree que sigue siendo popular (44,3% de aprobación de su desempeño)? ¿Por qué tanta gente (trabajadores, clase media), todavía vota por Trump?

–El electorado de Trump es abrumadoramente blanco, masculino, religioso (cristiano, incluido el enorme bloque de evangelistas), rural, tradicional, pequeño burgués relativamente acomodado, supremacista blanco, menos educado, profundamente preocupado por el hecho de que los blancos se están convirtiendo en minoría y el mundo del pasado (y sus ilusiones al respecto) están siéndoles arrebatados por los hispanos, los negros, otros a quienes se les ha enseñado a mirar con desprecio y miedo. En cuanto a los trabajadores, es más que los demócratas los han perdido que lo que Trump se los ha ganado. A pesar de las medidas políticas que perjudican siempre a los trabajadores, severamente en los hechos, Trump consigue aparentar que es su defensor contra las odiadas “élites”: los dirigentes empresariales son cuidadosamente excluidos de la imaginería que presenta el mandatario. Y muchos tienen quejas muy legítimas después de 40 años de ataque neoliberal severo.

–Ha definido a Trump como dictador, incluso “el hombre más peligroso de la historia de la humanidad”. Pero viniendo yo de América Latina y de un país como Argentina, donde hemos sufrido dictaduras con decenas de miles de desaparecidos, ¿no es un poco exagerado?

–Trump bien podría aspirar a ser dictador, pero está lejos de eso. La dictadura militar de Argentina fue horrorosa. Hitler fue mucho peor. Hitler, sin embargo, no dedicó sus esfuerzos a destruir la vida humana organizada sobre la tierra. Trump sí. Es evidente ya por su política climática.La frase a la que usted se refiere es una simple declaración de hechos, no una exageración.

–¿Ve en América Latina algún gobierno que tenga características de Trump definidas?

–Justo al lado de ustedes, el país más grande de América Latina está gobernado por un clon de Trump.

Traducción: Román García Azcárate

Fuente: https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/noam-chosmky-donald-trump-advierte-gusta-resultado-elecciones-puede-negarse-dejar-cargo-_0_wRUTbn2XL.html

 

4 POEMAS DE LOUISE GLÜCK, PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2020

Confesión (escuchar el poema)

Mentiría si digo que no tengo miedo.

Le temo a la enfermedad, a la humillación.

Como todo el mundo tengo mis sueños.

Pero he aprendido a esconderlos,

a cuidarme a mí misma

de la plenitud: cualquier felicidad

atrae a las Furias del Destino.

Son hermanas, salvajes.

No poseen ningún tipo de emoción,

sólo envidia.

(Traducción de Frank Báez)

 

Nieve de Primavera

Mira el cielo nocturno:

en mí poseo dos personas, dos clases de poder.

Estoy aquí contigo, en la ventana,

observando tu reacción. Ayer

la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.

Hoy la tierra brilla igual que la luna,

como materia muerta, encostrada de luz.

Ahora puedes ya cerrar los ojos.

He escuchado tus llantos, también

los llantos anteriores a los tuyos,

y he sido sensible a sus demandas.

Te mostré lo que querías:

no la convicción sino el sometimiento

a la autoridad, que descansa en la violencia.

 

Lamium

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y en consecuencia,

aman todo lo que es frío.

(Traducción de Eduardo Chirinos)

 

 

El espejo

Mirándote en el espejo me pregunto

qué será ser tan bello

y por qué no te amas

sino te cortas, afeitándote

como un ciego. Creo que me dejas mirar

para poder ir contra ti mismo

con más violencia

necesitas mostrarme cómo te arrancas la carne

con desprecio y sin vacilación

hasta verte en la forma correcta,

como un hombre que sangra, no

como el reflejo que deseo.

 

 

Primer recuerdo

Hace mucho me hirieron. Viví

para vengarme

de mi padre, no

por lo que fue

sino por lo que era yo:

desde el principio de los tiempos,

en la infancia, pensé

que el dolor significaba

que no era amada.

Significaba que yo amaba.

Medios que miran a otro lado en el juicio a Julian Assange

Medios que miran a otro lado en el juicio a Julian Assange

Por Pascual Serrano

Fuentes: El Diario

Todos esos medios que tanto se presentaron como desveladores de secretos de guerra ocultados por Estados Unidos ahora asisten e informan con frialdad e indiferencia del atropello de la persona que hizo posible conocer toda aquella verdad

El pasado 7 de septiembre se reanudó el juicio de extradición de Julian Assange en Londres. Estados Unidos lo reclama por 18 presuntos delitos de espionaje e intrusión informática, por difundir mediante Wikileaks en 2010 más de 700.000 documentos clasificados sobre las actividades militares y diplomáticas estadounidenses, sobre todo en Iraq y Afganistán, que revelaron actos de tortura, muertes de civiles y otros abusos.

Tras ser pospuesto en febrero por la pandemia de COVID, se prevé que las vistas duren tres o cuatro semanas

Recluido en una prisión londinense de alta seguridad desde su detención en abril de 2019 en la embajada de Ecuador, donde vivió siete años, Assange podría ser condenado a 175 años de cárcel si la justicia estadounidense lo declara culpable.

Es verdad que estamos solo ante el juicio donde se decidirá si se le extradita, no si es culpable de los delitos, sin embargo, la repercusión de esta noticia está siendo mínima en los grandes medios a pesar de situarse en una ciudad, Londres, donde todos tienen acceso. No estamos viendo ni crónicas de corresponsales o enviados ni reportajes ni artículos de opinión. Algo que contrasta con la tremenda repercusión que tuvo la difusión de las informaciones de Wikileaks y lo rentable que supuso para el pool de periódicos que tuvieron el privilegio de disponer de sus informaciones en primicia. Sin embargo, ahora se están limitando a difundir escuetos y fríos cables de agencia.

Los medios no están recordando elementos de contexto fundamentales. Repasemos:

Assange está encarcelado en Londres por una condena de 50 semanas de prisión por haber violado la libertad condicional que le concedieron mientras se decidía una reclamación de la justicia sueca por violación. Pero en 2015 el fiscal sueco retiró los cargos y en 2017 la justicia sueca archivó la causa, por tanto no tiene sentido mantener en prisión en Londres a una persona acusándole de violar una libertad condicionada a una acusación que no existe.

Assange fue abandonado por el gobierno de Ecuador cuando llegó al poder Lenin Moreno. Su país recibió el visto bueno de Estados Unidos para un préstamo con el FMI por cuatro mil millones de dólares a cambio de que la policía inglesa entrara a la embajada y lo arrestara porno haberse entregado a la corte cuando estaba libre bajo fianza en 2012. No parece que ese sea un sistema muy lícito para impartir justicia.

Sesenta médicos suscribieron una carta alertando su preocupación de que Assange pudiera morir en la cárcel dado su deteriorado estado de salud. Incluso el relator de la ONU sobre la tortura, Nils Melzer, dijo que la vida de Assange estaba «ahora en peligro». Posteriormente, el pasado junio, más de 200 médicos eminentes de todo el mundo suscribieron un comunicado en la revista médica The Lancet pidiendo poner fin a la tortura psicológica del editor de WikiLeaks y su liberación inmediata de la prisión Belmarsh de máxima seguridad en Gran Bretaña.

No se hace referencia a las irregularidades denunciadas en la comparecencia del pasado octubre ante el tribunal de primera instancia de Westminster. El exdiplomático británico Craig Murray, que logró estar presente en la sesión, reveló el estado débil y errático en el que se encontraba Assange, el desprecio de la jueza hacia la defensa, que vio denegadas todas sus alegaciones, desde la petición de más tiempo para preparar el caso dadas las limitaciones que se pusieron a los abogados de Assange para ver a su cliente en prisión, a la incautación de los documentos (por agentes de Estados Unidos) que éste tenía en la embajada de Ecuador. Extraña la irregularidad de que el fiscal del caso consultara en la propia sala sus dudas con tres funcionarios de la embajada de Estados Unidos que, según sus propias palabras, le daban «instrucciones». La jueza aprobó todas sus peticiones. Incluso llegaron a entrar en la sala dos agentes estadounidenses armados.

La vista que ahora ha comenzado se realiza en Woolwich Crown Court, en lugar destinado a los juicios por terrorismo, no se permite público ni observadores de ONG’s y se ha impuesto una limitación de tan solo 10 periodistas que podrán acceder a las sesiones. Esta restricción es una manera de invisibilizar el estado de salud de Assange: la última vez que se lo vio fue en su arresto en la embajada ecuatoriana. La información de las pocas personas que han tenido acceso a Assange en todos estos meses – su actual pareja, sus abogados- es que su estado de salud es precario.

La situación carcelaria a la que está sometido es inhumana. Se trata de una prisión de alta seguridad en condiciones de aislamiento, con 23 horas diarias de soledad y 45 minutos para hacer ejercicio en un patio de cemento. Cuando Assange sale de la celda, «todos los pasillos por los que pasa son evacuados y todas las puertas de las celdas se cierran para garantizar que no tenga contacto con otros reclusos».

Todos esos medios de comunicación que tanto se presentaron como desveladores de secretos de guerra ocultados por Estados Unidos, medios que denunciaban torturas y múltiples violaciones de derechos humanos, defensores de la libertad de expresión y de la transparencia informativa, ahora asisten e informan con frialdad e indiferencia al atropello de la persona que hizo posible conocer toda aquella verdad sobre la guerra y las invasiones de Estados Unidos.

Nos lo recordaban Noam Chomsky y Alice Walker como copresidentes de AssangeDefense.org en The Independent (por supuesto nuestros grandes medios españoles no han recogido ese manifiesto): «Assange enfrenta la extradición a Estados Unidos porque publicó pruebas incontrovertibles de crímenes de guerra y abusos en Irak y Afganistán, avergonzando a la nación más poderosa de la Tierra. Assange publicó pruebas contundentes de «las formas en que el primer mundo explota al tercero», según la denunciante Chelsea Manning, la fuente de esa evidencia. Assange está siendo juzgado por su periodismo, por sus principios».

«Las publicaciones de Assange de 2010 expusieron 15.000 víctimas civiles previamente no contadas en Iraq, bajas que el Ejército de Estados Unidos habría enterrado. Destaca el hecho de que Estados Unidos está intentando lograr lo que los regímenes represivos solo pueden soñar: decidir qué pueden y qué no pueden escribir los periodistas de todo el mundo. Destaca el hecho de que todos los denunciantes y el periodismo en sí, no solo Assange, están siendo juzgados aquí», añaden Chomsky y Walker.

Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/medios-miran-lado-juicio-julian-assange_129_6223669.html

El caso de Julian Assange expone la hipocresía británica sobre la libertad de prensa

Por Peter Oborne/
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández/

Uno de los defectos políticos más repugnantes es la hipocresía. Los políticos dicen una cosa y luego hacen la contraria. Esto deja un mal sabor de boca y desprestigia la vida pública.

El secretario de Relaciones Exteriores británico, Dominic Raab, es un buen ejemplo de ello. El domingo se produjo una exhibición bochornosa del doble rasero de Raab cuando declaró que apoyaba la libertad de expresión. “Es más importante que nunca que existan medios fuertes e independientes”. Espléndidas palabras en el Día Mundial de la Libertad de Prensa.

Si tan solo el secretario de Asuntos Exteriores británico hubiera creído una palabra de lo que decía… Mientras Raab hablaba a favor de la libertad de expresión, su colega del gabinete, Oliver Dowden, lideraba el último ataque del gobierno contra la BBC.

Amenazas a los medios

En una acción cargada de amenazas, Dowden envió una carta al director general de la BBC, Tony Hall, quejándose del documental “Panorama” de la semana pasada en el que se exponía la escasez de equipos de protección personal (EPP) y se manifestaba gran preocupación ante el riesgo de que los trabajadores de la salud pudieran morir a causa de la Covid-19.

Con su gobierno amenazando a los medios de comunicación en relación con el coronavirus en el Reino Unido, no resulta sorprendente que el secretario de Asuntos Exteriores no haya tenido nada que decir sobre la expulsión de Egipto de una periodista del Guardian en marzo tras informar sobre un estudio científico en el que se decía que era probable que el país tuviera muchos más casos de coronavirus de los que se habían confirmado oficialmente.

Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores declaró: “El Reino Unido apoya la libertad de los medios en todo el mundo. Instamos a Egipto a garantizar la libertad de expresión. Los ministros del Reino Unido han planteado ya este caso ante las autoridades egipcias”.

El secretario de Asuntos Exteriores tampoco ha tenido nada que decir sobre el sombrío informe de Amnistía de ayer que revela que periodistas egipcios están siendo encarcelados y acusados de terrorismo por informar de historias que al régimen del presidente Abdel Fattah el-Sisi le resultan molestas.

Arabia Saudí, un aliado británico, encarceló a 26 periodistas solo el año pasado. ¿El Foreign Office no tuvo nada que decir? Si es así, no acierto a encontrarlo. No es de extrañar que Gran Bretaña haya caído hasta el puesto 35 de 180 países en el Índice de Libertad Mundial 2020 de Reporteros sin Fronteras.

La semana pasada, el secretario de Asuntos Exteriores afirmó que el Reino Unido “sigue comprometido con la libertad de los medios” durante la crisis del coronavirus. Esto, desafortunadamente, no es cierto. Nada muestra más el vacío de estas afirmaciones que la forma en que el gobierno británico está manejando el caso de Julian Assange.

La sangrienta verdad

El fundador de Wikileaks continúa pudriéndose en la cárcel de Belmarsh mientras Estados Unidos exige su extradición en base a acusaciones de espionaje. Si hubiera una pizca de sinceridad en la afirmación del secretario de Asuntos Exteriores de que es partidario de la libertad de los medios, se resistiría con todas sus fuerzas al intento de Estados Unidos de poner sus manos sobre Assange.

Nada sugiere en absoluto que así esté haciéndolo. Como señaló Human Rights Watch, las autoridades británicas tienen poder para evitar que cualquier enjuiciamiento en Estados Unidos erosione la libertad de los medios. Gran Bretaña, al menos hasta ahora, no ha mostrado intención alguna de ejercer, o querer ejercer, ese poder. Desafortunadamente para Raab, el verdadero crimen de Assange es hacer periodismo.

Nunca me he encontrado con Assange. Algunas personas que conozco y respeto dicen que es vanidoso y difícil. Les creo. Sin embargo, no se puede negar que Assange ha hecho más que todos los periodistas de Gran Bretaña en conjunto para arrojar luz sobre cómo funciona realmente el mundo.

Por ejemplo, gracias a Assange conocemos ahora muchas transgresiones, entre ellas: la compra de votos entre Gran Bretaña y Arabia Saudí para garantizar que ambos Estados fueran elegidos para el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 2013; los vínculos entre el fascista Partido Nacional Británico y miembros de la policía y el ejército; los detalles horripilantes de los civiles asesinados por el ejército estadounidense en Afganistán; los pistoleros estadounidenses riéndose en su helicóptero mientras disparaban y mataban a civiles desarmados en Iraq, incluidos dos periodistas de Reuters. Un incidente sobre el que mintió el ejército estadounidense, alegando en un principio que todos los muertos eran insurgentes.

Podría seguir y no parar.  Vanity Fair calificó la publicación de las historias de Assange de “una de las mayores primicias periodísticas de los últimos treinta años”. Y así fue. No fue espionaje, como afirma Estados Unidos. Fue periodismo.

El secretario de Asuntos Exteriores británico, Dominic Raab, llega a Downing Street el 29 de abril (AFP)
El periodismo no es un delito

Las autoridades de Estados Unidos no quieren a Assange porque sea un espía. Lo quieren tras las rejas por su periodismo.

Por ese motivo es por el que las consecuencias serían tan escalofriantes si Gran Bretaña cede a la solicitud de extradición de Estados Unidos y permite que Assange sea juzgado en ese país. No solo para Assange, quien se enfrenta a una larga pena de prisión (hasta 175 años) de la cual difícilmente podrá salir. No deberíamos hacernos ninguna ilusión, si consiguen tener éxito, la acusación de Estados Unidos contra Assange tendrá terribles consecuencias para la prensa libre.

Los cargos, en palabras del exeditor de The Guardian, Alan Rusbridger, parecen un intento de “criminalizar los procedimientos que los periodistas siguen regularmente mientras reciben y publican información verdadera que les dan fuentes o denunciantes de conciencia. Assange está acusado de intentar persuadir a una fuente para que le revele más información secreta. La mayoría de los periodistas harían lo mismo. Luego se le acusa de una conducta que, a primera vista, parece la propia de un reportero que intenta ayudar a una fuente a proteger su identidad. Si eso es lo que Assange estaba haciendo, ¡bien por él!”.

Sin embargo, los periódicos británicos no lucharán por Assange. Ya sea a la izquierda o a la derecha, ya sea prensa seria o un tabloide, los periódicos británicos están de acuerdo en una cosa: caerán unos sobre otros para obtener la última entrega oficial sobre el primer ministro británico Boris Johnson y el bebé de su prometida Carrie Symonds. O sobre el nuevo perro de Downing Street. Pero mirarán para otro lado cuando se trate de defender la libertad de prensa y a Julian Assange.

Periodismo clientelista

¡Qué patético! ¡Qué comercio traidor! ¡Periodismo clientelista! ¡Qué alteración de lo que representan los periódicos! Si el secretario de Asuntos Exteriores británico tiene dos caras sobre una prensa libre, también las tienen los editores de periódicos británicos que dicen que les importa la libertad de prensa. Y tienen menos excusas aún.

Para ser justos, no es que no se opongan a la extradición de Assange. Tiene que ver más con que ignoran casi por completo una de las amenazas más potentes a la libertad de prensa de los tiempos modernos.

Si les importara, estarían haciendo campaña para mantener a Assange fuera de las garras de Estados Unidos. Mientras tanto, los médicos advierten que la salud de Assange se ha deteriorado tanto que puede morir en la prisión de Belmarsh.

Nils Melzer, relator especial de la ONU sobre la tortura, expresó su profunda preocupación por las condiciones de su detención y dijo que “la arbitrariedad evidente y sostenida demostrada tanto por el poder judicial como por el gobierno en este caso, sugiere un abandono alarmante del compromiso del Reino Unido con los derechos humanos y el Estado de derecho. Se está ofreciendo un ejemplo preocupante, reforzado por la reciente negativa del gobierno a llevar a cabo la tan esperada investigación judicial sobre la participación británica en el programa de torturas y entregas extraordinarias de la CIA”.

Kenneth Roth, de Human Rights Watch, ha señalado muy seriamente respecto al caso Assange que “muchos de los actos detallados en la acusación son prácticas periodísticas estándar en la era digital. La forma en que las autoridades del Reino Unido respondan a la solicitud de extradición de Estados Unidos determinará la gravedad de la amenaza que esta acusación representa para la libertad de los medios globales «.

Mientras Assange se pudre en Belmarsh, ¿cómo se atreve el secretario de Asuntos Exteriores británico a abusar de su cargo pretendiendo preocuparse por la libertad de prensa?

Aplaudo la estrategia de un Día Mundial de la Prensa. Es una forma de pensar en todos los periodistas de todo el mundo que sufren personalmente por su profesión a través de la represión, la prisión, la tortura y la muerte. Simplemente porque hicieron su trabajo revelando hechos incómodos.

Cuando pensamos en la represión a los periodistas, evocamos automáticamente tierras extranjeras: Arabia Saudí, Irán, Turquía, Egipto. Sin embargo, raramente evocamos o recordamos a nuestros propios disidentes.

Julian Assange es uno de ellos.

Peter Oborne fue nombrado periodista independiente del año 2016 por Online Media Awards. Fue asimismo galardonado como mejor comentarista-bloguero en 2017. Y, para British Press Awards, fue el columnista del año 2013. Dimitió de su puesto como principal columnista político del Daily Telegraph en 2014. Entre sus libros destacan: «The Triumph of the Political Class», «The Rise of Political Lying» y «Why the West is Wrong about Nuclear Iran».

Fuente:

Reclamamos la libertad de Julian Assange

Por Adolfo Pérez Esquivel/

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.
Los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña llevan a cabo una persecución desde hace años en contra de Julian Assange. Hoy se tramita un juicio para que se autorice su extradición a los Estados Unidos, país que es uno de los mayores violadores de los Derechos Humanos y de los Pueblos en el mundo.

Julián Assange publicó en la plataforma Wikileaks información sobre los crímenes de guerra, corrupción y espionaje global del gobierno de Estados Unidos contra los pueblos, y por tal motivo es perseguido. Washington busca ocultar o silenciar toda exposición de sus políticas de terror impuestas a otros países.

El expresidente Rafael Correa le concedió asilo diplomático y estuvo alojado en la Embajada del Ecuador en Londres desde 2012 hasta abril del 2019, cuando Lenin Moreno autorizó a las autoridades británicas a ingresar en su embajada y que lo arrestaran. Desde entonces permanece en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. El 7 de septiembre comenzó su juicio de extradición. Si éste llegara a prosperar sería juzgado  en el Distrito Este de Virginia, conocido como el Tribunal de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Hasta ahora ningún acusado de atentar contra la seguridad nacional ha ganado un caso en ese tribunal.

El Relator Contra la Tortura de Naciones Unidas, Nils Meltzer, considera que la detención de Julian Assange es injusta  y arbitraria, lo mismo que su enjuiciamiento. Además, en la cárcel inglesa ha sido sometido a torturas y a un trato inhumano, y debe ser liberado y resarcido de inmediato.

Por todo ello numerosos organismos de Derechos Humanos, cientos de juristas, mandatarios y periodistas de todo el mundo reclaman la libertad de Julian Assange.

Hacemos un llamado a los medios de información para que exijan su libertad:  se encuentra en situación de riesgo y su salud está en peligro. Es urgente proteger su integridad psicofísica y ser conscientes de que si es extraditado a Estados Unidos le aplicarían una pena de 175 años de prisión, lo cual equivaldría a una condena a muerte.

Assange no es ciudadano de Estados Unidos y la plataforma Wikileaks es global. Si procede la extradición su caso serviría de antecedente para que cualquier periodista de investigación pudiera ser juzgado en los Estados Unidos por revelar crímenes perpetrados por orden de Washington en terceros países. Lo que se está juzgando es la libertad de expresión y el derecho a informar y ser informado con la verdad.

El objetivo de la persecución del gobierno de Trump contra Julian Assange, es mantener en secreto las actividades del complejo industrial-militar y lograr la impunidad de los crímenes cometidos por Estados Unidos en el mundo.

Adolfo Pérez Esquivel

Premio Nobel de la Paz
Buenos Aires, 8 de Septiembre de 2020

Los periodistas han allanado el camino de Assange al Gulag de EE.UU.

Por Jonathan Cook | 09/09/2020 | Conocimiento Libre /

Foto: Detención de Assange en la embajada ecuatoriana en Londres, abril de 2019 /
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo /

Esta semana han comenzado las audiencias en un tribunal británico para dictaminar sobre la extradición de Julian Assange. Las vicisitudes de más de una década que nos ha llevado hasta el punto en que nos encontramos deberían horrorizar a todo aquel preocupado por la creciente fragilidad de nuestras libertades.

Un periodista y editor ha sido privado de libertad durante diez años. Según los expertos de Naciones Unidas, Assange ha sido arbitrariamente detenido y torturado la mayor parte de ese tiempo mediante un estricto confinamiento físico y una presión psicológica continuada.  La CIA ha pinchado sus comunicaciones y le ha espiado cuando estaba bajo asilo político, en la embajada de Ecuador en Londres, vulnerando sus derechos legales más fundamentales. La jueza que ha supervisado las vistas tiene un grave conflicto de intereses (su familia está muy relacionada con los servicios de seguridad británicos) que no ha declarado y que debería haberla impedido hacerse cargo del caso.

Todo indica que Assange será extraditado a Estados Unidos para enfrentarse a un juicio amañado frente a un gran jurado dispuesto a enviarle a una prisión de máxima seguridad para cumplir una sentencia de hasta 175 años de prisión.

Todo esto no está pasando en una dictadura de pacotilla del Tercer Mundo. Está teniendo lugar bajo nuestras narices, en una gran capital occidental y en un Estado que dice proteger los derechos de la prensa libre. Está ocurriendo no en un abrir y cerrar de ojos, sino a cámara lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

La única justificación para este ataque implacable a la libertad de prensa –dejando de lado la sofisticada campaña de ataque que los gobiernos occidentales y los medios de comunicación sumisos han llevado a cabo  contra la personalidad de Assange– es que un hombre de 49 años publicó documentos que mostraban los crímenes de guerra de EE.UU. Esa es la razón –la única razón– por la que Estados Unidos pretende su extradición y por la que Assange ha estado languideciendo en confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh durante la pandemia del covid-19. La solicitud de libertad bajo fianza promovida por sus abogados fue rechazada.

Una cabeza en una pica

Mientras toda la prensa le abandonaba hace una década, y se hacía eco de los comentarios oficiales que lo ridiculizaban por su higiene personal y el tratamiento a su gato, Assange se encuentra actualmente en la situación que predijo en su día que estaría si los gobiernos occidentales se salían con la suya. Está a la espera de su entrega a Estados Unidos para ser encerrado el resto de sus días.

Dos son los objetivos que Estados Unidos y Reino Unido querían lograr mediante la evidente persecución, reclusión y tortura de Assange.

En primer lugar, la inhabilitación de el propio Assange y de Wikileks, la organización de transparencia que fundó con otros colaboradores. El uso de Wikileaks tenía que ser demasiado arriesgado para potenciales denunciantes de conciencia. Esa es la razón por la que Chelsea Manning (la soldado estadounidense que filtró los documentos sobre crímenes de guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán por los que Assange se enfrenta a la extradición) también fue sometida a una rigurosa reclusión. Posteriormente sufrió repetidos castigos en la prisión para forzarla a testificar contra Assange.

El propósito era desacreditar a Wikileaks y organizaciones similares y evitar que publicaran nuevos documentos reveladores, del tipo de los que muestran que los gobiernos occidentales no son los “chicos buenos” que manejan los asuntos del mundo en beneficio de la humanidad, sino matones globales muy militarizados que promueven las mismas políticas coloniales de guerra, destrucción y pillaje que siempre han aplicado.

Y, en segundo lugar, había que sentar ejemplo. Assange tenía que sufrir horriblemente y a la vista de todos para disuadir a otros periodistas de seguir sus pasos. Sería el equivalente moderno de colocar la cabeza del enemigo en una pica a las puertas de la ciudad.

El hecho evidente –confirmado por la cobertura mediática del caso– es que esa estrategia promovida principalmente por EE.UU. y Reino Unido (con Suecia jugando un papel secundario) ha tenido un enorme éxito. La mayor parte de los periodistas de los grandes medios siguen vilipendiando con entusiasmo a Assange, ahora al ignorar su terrible situación.

Una historia oculta a vista de todos

Cuando Assange se apresuró a buscar asilo político en la embajada de Ecuador en 2012, los periodistas de todos los medios convencionales ridiculizaron su afirmación (ahora claramente justificada) de que intentaba evadir la iniciativa de EE.UU. para extraditarle y encerrarle de por vida. Los medios continuaron con su burla incluso cuando se acumularon pruebas de que un gran jurado se había reunido en secreto para redactar acusaciones de espionaje contra él, y que dicho jurado actuaba desde el distrito oriental de Virginia, sede central de los servicios de seguridad e inteligencia estadounidense. Cualquier jurado de la zona está dominado por el personal de seguridad y sus familiares. No tenía ninguna esperanza de lograr un juicio justo.

Llevamos ocho años soportando que los grandes medios eludan el fondo del caso y  se dediquen complacientes a atacar su personalidad, lo que ha allanado el camino para la actual indiferencia del público ante la extradición de Assange y ha permitido la ignorancia general de sus horrendas implicaciones.

Los periodistas mercenarios han aceptado, al pie de la letra, una serie de razonamientos que justifican el encierro indefinido de Assange en interés de la justicia –antes incluso que su extradición– y que se pisotearan sus derechos legales más básicos. El otro lado de la historia –el de Assange, la historia oculta a vista de todos– ha permanecido invariablemente fuera de la cobertura mediática, ya sea de la CNN, o del New York Times, la BBC o el Guardian.

Desde Suecia hasta Clinton

Al principio se dijo que Assange había huido para no responder a las acusaciones de agresión sexual presentadas en Suecia, a pesar de que fueron las autoridades suecas las que le permitieron salir del país; a pesar de que la fiscal original del caso, Eva Finne, descartara la investigación contra él por “no existir sospecha alguna de cualquier delito”, antes de que otra fiscal tomara el caso por razones políticas apenas ocultas; y a pesar de que Assange posteriormente invitara a la fiscalía sueca a interrogarle en el lugar donde se encontraba (en la embajada), una opción que normalmente no supone ningún problema en otros casos pero fue absolutamente rechazada en este.

No se trata solo de que los grandes medios no proporcionaran a sus lectores el contexto de la versión de Suecia. Ni de que se ignoraran muchos otros factores a favor de Assange, como la prueba falsificada en el caso de una de las dos mujeres que alegaron agresión sexual y la negación por parte de la otra a firmar la acusación de violación que la policía había preparado para ella.

Se mentía burda y repetidamente al decir que se trataba de una “denuncia de violación”, cuando Assange simplemente era requerido para un interrogatorio. Nunca se levantaron cargos de violación contra él porque la segunda fiscal sueca, Marianne Ny –y sus homónimos británicos, entre otros Sir Keir Starmer, entonces fiscal jefe del caso y ahora líder del Partido Laborista– aparentemente intentaban evitar la poca credibilidad de las alegaciones interrogando a Assange. Era mucho mejor para sus propósitos dejar que Julian se pudriera en un pequeño cuarto de la embajada.

Cuando el caso sueco se vino abajo –cuando resultó evidente que la fiscal original tenía razón al concluir que no existía prueba alguna que justificara nuevos interrogatorios, por no decir acusaciones firmes– la clase política y los medios de comunicación cambiaron de táctica.

De repente la reclusión de Assange estaba implícitamente justificada por razones completamente diferentes, razones políticas –porque supuestamente había contribuido a la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump publicando correos electrónicos, presuntamente “hackeados” por Rusia de los servidores del partido Demócrata. El contenido de esos correos, ocultos por los medios en aquel entonces y muy olvidados en la actualidad, desvelaban la corrupción en la campaña de Clinton y las iniciativas llevadas a cabo para sabotear las primarias del partido y debilitar a su rival para la nominación presidencial, Bernie Sanders.

The Guardian fabrica una mentira

A la derecha autoritaria no le ha preocupado mucho el prolongado confinamiento de Assange en la embajada y su posterior encarcelamiento en Belmarsh por haber sacado a la luz los crímenes de guerra de EE.UU., por tanto la prensa no ha invertido ningún esfuerzo en unirla para la causa. La campaña de demonización contra Assange se ha centrado en temas a los tradicionalmente son más sensibles los liberales y la izquierda, que de otro modo tendrían escrúpulos en tirar por la borda la Primera Enmienda y encerrar a la gente por hacer periodismo.

Al igual que las alegaciones de Suecia, a pesar de que no concluyeran en ninguna investigación, se aprovecharon de lo peor de las impulsivas políticas identitarias de la izquierda, la historia de los correos “hackeados” fue diseñada para distanciar a la base del partido Demócrata. Por extraordinario que parezca, la idea de que Rusia penetró en los ordenadores del partido Demócrata persiste a pesar de que pasados los años –y tras una ardua investigación del “Rusiagate” a cargo de Robert Mueller– todavía no se puede sostener con pruebas reales. De hecho, algunas de las personas más cercanas a la materia, como el antiguo embajador británico Craig Murray, han insistido todo el tiempo en que los correos no fueron hackeados por Rusia, sino filtrados por un miembro desengañado del partido Demócrata desde el interior.

Pero todavía es un argumento de mayor peso el hecho de que una organización de transparencia como Wikileaks no tenía más opción que exponer los abusos del partido Demócrata, una vez que obraron en su poder dichos documentos, fuera cual fuera la fuente.

Una vez más, la razón por la que Assange y Wikileaks acabaron mezclados con el fiasco del Rusiagate –que desgastó la energía de los simpatizantes demócratas en una campaña contra Trump que lejos de debilitarle le fortaleció– es la cobertura crédula que realizaron prácticamente todos los grandes medios del caso. Periódicos liberales como el Guardian fueron aún más lejos y fabricaron descaradamente una historia –en la que falsamente informaban de que el asistente de Trump, Paul Manafort, y unos “rusos” sin nombre visitaron en secreto a Assange en la embajada– sin que ello les trajera repercusiones ni llegaran a retractarse en ningún momento.

Se ignora la tortura de Assange

Todo ha posibilitado lo ocurrido posteriormente. Una vez que el caso de la fiscalía sueca se desvaneció y no existían motivos razonables para impedir que Assange saliera en libertad de la embajada, los medios de comunicación decidieron en comandita que el quebrantamiento técnico de la libertad vigilada era motivo suficiente para su reclusión continuada en la embajada o, mejor aún, para su detención y encarcelamiento. Dicho quebrantamiento se basada, desde luego, en la decisión de Assange de buscar asilo en la embajada motivada por el justificada creencia en que Estados Unidos planeaba pedir su extradición y encarcelamiento.

Ninguno de estos periodistas bien pagados pareció recordar que, según el derecho británico, está permitido no cumplir las condiciones de la fianza si existe una “causa razonable”, y huir de la persecución política entra evidentemente dentro de las causas razonables.

Los medios de comunicación también ignoraron deliberadamente las conclusiones del informe de Nils Melzer, académico suizo de derecho internacional y experto de Naciones Unidas en la tortura, según las cuales Reino Unido, EE.UU. y Suecia  no solo habían negado a Assange sus derechos legales básicos sino que se habían confabulado para someterle a años de tortura psicológica –una forma de tortura, según señalaba Melzer, perfeccionada por los nazis por ser más cruel y más efectiva que la tortura física.

Como resultado, Assange ha sufrido un importante deterioro en su salud  física y cognitiva y ha perdido mucho peso. Nada de ello ha merecido más allá de una simple mención por parte de los grandes medios –especialmente cuando su mala salud le ha impedido asistir a alguna audiencia. Las repetidas advertencias de Melzer sobre el maltrato a Assange y sus efectos han caído en oídos sordos. Los medios de comunicación simplemente han ignorado las conclusiones de Melzer, como si nunca hubieran sido publicadas, en el sentido de que Assange ha sido, y está siendo, torturado. Solo tenemos que detenernos a pensar la cobertura que habría recibido el informe de Melzer si hubiera sido motivado por el tratamiento a un disidente de un Estado oficialmente enemigo como Rusia o China.

La sumisión de los medios de comunicación ante el poder

El año pasado la policía británica –en coordinación con un Ecuador presidido por Lenin Moreno, ansioso por estrechar sus lazos con Washington– irrumpió en la embajada para sacar a la fuerza a Assange y encerrarle en la prisión de Belmarsh. Los periodistas volvieron a mirar hacia otro lado en la cobertura de este suceso.

Llevaban cinco años manifestando la necesidad de “creer a las mujeres” en el caso de Assange, aunque eso supusiera ignorar las evidencias, y luego proclamando la santidad de las condiciones de la fianza, aunque se usaran como un simple pretexto para la persecución política. Ahora, todo eso había desaparecido en un instante. De repente, los nueve años de reclusión de Assange basados en la investigación de una agresión sexual inexistente y una infracción menor de la fianza fueron sustituidos por la acusación por un caso de espionaje. Y la prensa volvió a unirse contra él.

Hace unos pocos años la idea de que Assange pudiera ser extraditado a EE.UU. y encerrado de por vida, al considerar “espionaje” su práctica del periodismo, era objeto de mofa por su inverosimilitud. Era algo tan ofensivamente ilegal que ningún periodista “establecido” podía admitir que fuera la verdadera razón para su solicitud de asilo en la embajada. La idea fue ridiculizada como un producto de la imaginación paranoide de Assange y sus seguidores y una excusa fabricada para rehuir la investigación de la fiscalía sueca.

Pero cuando la policía británica invadió la embajada en abril del pasado año y le detuvo para facilitar su extradición a Estados Unidos, precisamente acusándole de espionaje, lo que confirmaba las sospechas de Assange, los periodistas informaron de ello como si desconocieran el trasfondo de la historia. Los medios olvidaron deliberadamente el contexto porque les habría obligado a aceptar que son unos ingenuos ante la propaganda estadounidense, unos apologistas del excepcionalismo de Estados Unidos y de su ilegalidad, y porque habría demostrado que Assange, una vez más, tenía razón. Habría demostrado que él es el verdadero periodista, y no ellos y su periodismo corporativo apaciguado, complaciente y sumiso.

La muerte del periodismo

En estos momentos todos los periodistas del mundo deberían rebelarse y protestar ante los abusos que ha sufrido y está sufriendo Assange, un fatídico destino que se prolongará si se aprueba su extradición. Deberían estar publicando en las primeras páginas y manifestando en los programas informativos de televisión su protesta por los abusos interminables y descarados del proceso contra Assange en los tribunales británicos, entre otros el flagrante conflicto de intereses de Lady Emma Arbuthnot, la juez que supervisa el caso.

Deberían armar un escándalo por la vigilancia ilegal de la CIA  a la que fue sometido Assange mientras se hallaba recluido en las instalaciones de la embajada ecuatoriana, e invalidar la falsa acusación contra él por haber violado las relaciones entre abogado y cliente. Deberían mostrarse indignados ante las maniobras de Washington, a las que los tribunales británicos aplicaron una fina capa del barniz del procedimiento reglamentario, diseñado para extraditarle bajo la acusación de espionaje por realizar un trabajo  que está en el mismo núcleo de lo que se supone es el periodismo: pedir cuentas al poder.

Los periodistas no tienen por qué preocuparse por Assange ni este tiene por qué caerles bien. Tienen que manifestar su protesta porque la aprobación de su extradición marcará la muerte oficial del periodismo. Significará que cualquier periodista del mundo que desentierre verdades embarazosas sobre Estados Unidos, que descubra sus secretos más oscuros, tendrá que guardar silencio o se arriesgará a pudrirse en una cárcel el resto de su vida.

Esa perspectiva debería horrorizar a cualquier periodista. Pero no ha ocurrido así.

Carreras y estatus, no la verdad

Claro está que la inmensa mayoría de periodistas occidentales no llegan a desvelar un secreto importante de los centros de poder en toda su carrera profesional, ni siquiera aquellos que aparentemente se dedican a monitorizar esos centros de poder. Dichos periodistas reescriben los comunicados de prensa y los informes de los grupos de presión, sonsacan a fuentes internas del gobierno que los utilizan para llegar a las grandes audiencias y transmiten los chismes y maledicencias de los pasillos del poder.

Esa es la realidad del 99 por ciento de lo que llamamos periodismo político.

No obstante, el abandono de Assange por parte de los periodistas  –la completa falta de solidaridad ante la persecución flagrante de uno de ellos, similar a la de los disidentes que tiempo atrás eran enviados a un gulag– debería deprimirnos. No significa solo que los periodistas han abandonado la pretensión de hacer auténtico periodismo, sino también que han renunciado a la aspiración de que cualquier otro lo haga.

Significa que los periodistas de los grandes medios, los medios corporativos, están dispuestos a ser considerados por sus audiencias con mayor desdén de lo que ya lo son. Porque, a través de su complicidad y su silencio, se han puesto del lado de los gobiernos para que cualquiera que pida cuentas al poder, como Assange, termine entre rejas. Su propia libertad les encasilla como una élite cautiva; la prueba irrefutable de que sirven al poder es que no lo confrontan.

La única conclusión posible es que a los periodistas de los grandes medios les importa menos la verdad que su carrera profesional, su salario, su estatus y su acceso a los ricos y poderosos. Como Ed Herman y Noam Chomsky explicaron hace tiempo en su libro Los guardianes de la libertad, los periodistas alcanzan la clase media tras un largo proceso diseñado para deshacerse de aquellos que no están claramente en sintonía con los intereses ideológicos de sus editores.

Una ofrenda sacrificial

En resumen, Assange desafió a todos los periodistas al renunciar a su “acceso” (a dios) y a su modus operandi: revelar destellos ocasionales de verdades muy parciales obtenidas de sus fuentes “amigables” (e invariablemente anónimas) que utilizan los medios de comunicación para marcar puntos a sus rivales de los centros de poder.

En vez de eso, a través de denunciantes de conciencia, Assange desenterró la verdad cruda, sin adornos, plena, cuya exposición a la luz pública no ayudaba a ningún poderoso, solo a nosotros, al público, cuando tratábamos de entender lo que se estaba haciendo y se había hecho en nuestro nombre. Por primera vez pudimos ser testigos del comportamiento peligroso y a menudo criminal de nuestros dirigentes.

Assange no solo puso en evidencia a la clase política, también a los medios de comunicación, por su debilidad, su hipocresía, su dependencia de poder, su incapacidad para criticar el sistema corporativo en el que están inmersos.

Pocos de ellos pueden perdonarle ese delito. Y esa es la razón por la que estarán ahí, alentando su extradición, aunque solo sea mediante su silencio. Unos pocos escritores liberales esperarán hasta que sea demasiado tarde para Assange, hasta que haya sido empaquetado para su entrega, y expresarán en columnas dolientes, con poco entusiasmo y de forma evasiva, que por muy desagradable que se supone que sea Assange no se merecía el tratamiento que Estados Unidos le había reservado.

Pero eso será demasiado poco y demasiado tarde. Assange necesitaba hace tiempo la solidaridad de los periodistas y de las asociaciones de prensa, así como la denuncia a pleno pulmón de sus opresores. Él y Wikileaks estaban a la vanguardia de un combate para reformular el periodismo, para reconstruirlo como el verdadero control del poder desbocado de nuestros gobiernos. Los periodistas tenían la oportunidad de unirse a él en esa lucha. En vez de eso huyeron del campo de batalla, dejándole como una oferta sacrificial ante sus amos corporativos.

Más información sobre la persecución a Assange (vídeo en inglés): The War on Journalism: The Case of Julian Assange (38’)

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/04/journalists-have-paved-assanges-path-to-a-us-gulag/