NO AL RACISMO!
NO AL RACISMO EN USA
NO AL RACISMO EN NINGUNA PARTE
STOPP THE RACIAL DISCRIMINATION IN USA
HOMENAJE
NO AL RACISMO EN USA
NO AL RACISMO EN NINGUNA PARTE
STOPP THE RACIAL DISCRIMINATION IN USA
HOMENAJE
Por Jorge Majfud /
Las cenizas de Eduardo Galeano no se habían enfriado todavía cuando un ejército de sabios desenvainó sus viejas plumas para mantener viva la heroica tradición de denuncia contra los «teóricos de la conspiración». Sus generales olvidan o minimizan el rol de los conspiradores, aquellos que no manejaban teorías ni palabras hermosas sino estrategias y acciones precisas, aquellos que no escribían libros sino abultados cheques y decretos lapidaros.
Es interesante leer cómo se califica a intelectuales y escritores como Galeano de radicales extremistas: hace más de cuarenta años Galeano quiso, entre muchas otras cosas, explicar el subdesarrollo de América Latina como consecuencia del desarrollo ajeno que, solo por coincidencia, era el desarrollo de aquellos países que practicaron a escala global la brutalidad imperialista cuando no colonizadora, la esclavitud gratuita cuando no la asalariada, las opresiones de aquellos que pueden oprimir. Desde entonces, sus enemigos no han dejado de explicar ese mismo subdesarrollo como consecuencia de que los latinoamericanos leían a Galeano. El imperialismo, los golpes de Estado, las guerras civiles inducidas, los complots vastamente documentados por sus propios autores, nunca existieron o solo fueron un detalle.
Ahora, si un intelectual no es radical (en el sentido de «ir a la raíz») no sirve para nada o simplemente es un difusor de propaganda y de lugares comunes. Lo cual no quiere decir que la acción que siga a un pensamiento radical debe ser radical. A mi modesto entender, la mejor formula es piensa radical, actúa moderado, porque uno nunca sabe en qué punto las ideas y los razonamientos toman un mal camino, ya que, a diferencia del corazón, el cerebro es un órgano programado para equivocarse. Pero no es mala idea usarlo de vez en cuando.
No deja de ser significativo por demás el hecho de que aquellos que usan las palabras son extremistas, mientras los que se valen de toda la fuerza de las armas y de los capitales más poderosos del mundo son invariablemente moderados. Lo que de paso prueba de qué lado están los creadores de opinión.
Eso queda claro cuando un presidente lanza a todo un país a una guerra equivocada (o basada en «errores de información», o en «falta de inteligencia», como luego reconocieron primero Bush y luego Aznar, dos máximos teóricos y prácticos de la conspiración), deja un tendal interminable de cadáveres por todo el mundo y luego de unos años se retira a un rancho a pintar sospechosos autorretratos al mejor estilo Van Gogh: le hubiese bastado una sola palabra políticamente incorrecta para perder su trabajo y su honor. Una palabra, nada que no haya podido decir en el sagrado seno de su hogar, por ejemplo «negro», «marica» o algo por el estilo deslizadas sin querer sobre un micrófono en una cena de mandatarios o en un almuerzo de beneficencia, alguna palabra sincera que luego llaman desafortunada y que le hubiese ahorrado a la Humanidad medio millón de muertos y un continente entero sumido en el caos.
Claro, aunque quienes usan palabras desde el margen son peligrosos extremistas, luego resulta que sus libros solo están llenos de palabras bonitas. Como si los poetas cortesanos que tanto abundan en nuestro tiempo con otros nombres no usaran palabras para justificar al poder de turno.
Los moderados del centro no critican la realidad; la manipulan a su antojo. O casi, porque también existe desde siempre la dignidad de la resistencia que, paradójicamente, ha sido la que ha probado ser la fuerza mas democrática y progresiva de la historia. Basta con echar una mirada al siglo XX para hacer una lista innumerable de antiguos demonios que ahora son venerados como dioses de la democracia y los derechos humanos.
Claro, los poderosos, no los hombres de letras sino los de armas y dinero, son los realistas, los que han alcanzado la madurez de la experiencia, la sabiduría de cómo funciona el mundo. La realidad es la que ellos han organizado en su beneficio y para que otros poetas cortesanos canten loas al emperador de turno. Casi todo el progreso ético, científico y tecnológico de la historia se produjo en etapas de la historia previas al capitalismo o sus autores, creadores, inventores mas recientes (Galileo, Newton, Einstein, Turing, casi todos los cerebros que desarrollaron Internet en Estados Unidos, etc.) fueron cualquier cosa menos capitalistas. Pero resulta que a la magia del capitalismo y sus pastores, los mega gerentes e inversores, les debemos la invención del cero y la llegada a la Luna, la conquista de los Derechos Humanos, la democracia y la libertad, como si no hubiese abundante ejemplos de dictaduras tradicionales donde el capitalismo ha florecido, desde la vieja América Latina hasta la más moderna China, pasando por plutocracias como la de Estados Unidos.
Se le atribuye a Göring la fase: «cuando oigo la palabra cultura, saco mi revolver». Sea suya la expresión o no, lo cierto es que esa fue la practica nazi. A principios de los 60, recuerda el premio Nobel Cesar Milstein que un ministro del gobierno militar decía que en la Argentina las cosas no se iban a arreglar hasta que no se expulsaran a dos millones de intelectuales. Cuando efectivamente, en la década de los sesenta, se expulsó a Milstein y a todo un grupo de inminentes científicos y escritores, la Argentina se encontraba a la par intelectual de Australia y Canadá. El resto es historia conocida: la culpa es de Eduardo Galeano y su libro Las venas abiertas de América Latina, y por eso el libro fue prohibido en el continente y su autor debió exiliarse en Europa.
Galeano dedicó su vida a criticar a los poderosos; los poderosos nunca se defendieron, porque otros dedicaron sus vidas a criticar a Galeano
Por Peter Oborne
The British Foreign Secretary Dominic Raab is a case in point. Sunday saw a grim example of Raab’s double dealing. He said that he supported free speech. “A strong and independent media,” declared the foreign secretary, “is more important than ever.”
Splendid words on World Press Freedom Day.
If only the British foreign secretary had meant a word he said. As Raab spoke up for free speech, his cabinet colleague Oliver Dowden led the latest government assault on the BBC.
Threatening the media
In a move pregnant with menace, Dowden dispatched a letter to BBC director general Tony Hall complaining about last week’s Panorama documentary which exposed shortages of personal protective equipment (PPE) and expressed concern that health workers will die from the Covid-19 virus.
Nothing shows the emptiness of Raab’s claims about committing to media freedom than the government’s handling of the Julian Assange case
With his government threatening the media over coronavirus in the UK, it’s no surprise that the foreign secretary has had nothing to say about Egypt’s throwing out of the country of a Guardian journalist in March after she reported on a scientific study that said the country was likely to have many more coronavirus cases than have been officially confirmed.
A foreign office spokesman came up with this: “The UK supports media freedom around the world. We have urged Egypt to guarantee freedom of expression. UK ministers have raised this case with the Egyptian authorities.”
The foreign secretary has had nothing to say either about Amnesty’s bleak report yesterday revealing that Egyptian journalists are being flung into jail and accused of terrorism for reporting stories that annoy the regime of President Abdel Fattah el-Sisi.
Saudi Arabia, a British ally, jailed 26 journalists last year alone. Did the foreign office have anything to say? If so I can’t find it. No wonder that Britain has dropped to 35th out of 180 countries in Reporters Without Borders’ 2020 World Freedom Index.
Last week, the foreign secretary claimed that the United Kingdom “remains committed to media freedom” during the coronavirus crisis. This, unfortunately, is not true. Nothing shows the emptiness of these claims more than the British government’s handling of the Julian Assange case.
The gory truth
The Wikileaks founder continues to rot in Belmarsh jail as the US demands his extradition on espionage charges. If there was an ounce of sincerity in the foreign secretary’s claim that he is a supporter of media freedom, he would be resisting the US attempt to get its hands on Assange with every bone in his body.
There’s not the slightest suggestion that he’s doing that. As Human Rights Watch has pointed out, the British authorities have the power to prevent any US prosecution from eroding media freedom. Britain has so far – at least – shown no appetite to exercise that power. Unfortunately for Raab, Assange’s real crime is doing journalism.
Assange has done more than every other journalist in Britain put together to shed light on the way the world truly works
I’ve never met Assange. Some people that I know and respect say that he is vain and difficult. I believe them. There’s no denying, however, that Assange has done more than every other journalist in Britain put together to shed light on the way the world truly works.
For example, thanks to Assange that we now know about many violations including: British vote-trading with Saudi Arabia to ensure that both states were elected onto the United Nations human rights council in 2013; the links between the fascist British National Party and members of the police and army; the horrifying details of civilians killed by the US army in Afghanistan.
And the US helicopter gunmen laughing as they shot and killed unarmed civilians in Iraq, including two Reuters journalists. An incident that the US military lied about, claiming at first that the dead were all insurgents.
Britain’s Foreign Secretary Dominic Raab arrives in Downing Street in central London on April 30, 2020 for the daily novel coronavirus COVID-19 briefing
Britain’s Foreign Secretary Dominic Raab arrives in Downing Street in central London on 29 April (AFP)
I could go on and on. Vanity Fair called the release of Assange’s stories “one of the greatest journalistic scoops of last thirty years”. And so it was. This wasn’t espionage, as the US claims. It was journalism.
Journalism not a crime
The US authorities aren’t out to get Assange because he’s a spy. They want him behind bars for his journalism.
That’s why the consequences are so chilling if Britain gives into the US extradition request and allows Assange to face trial in the United States. Not just for Assange, who faces a long prison sentence (up to 175 years) from which he will almost certainly never emerge.
When we think of the repression of journalists, we automatically evoke foreign lands. We rarely, however evoke or remember our own dissidents
We should be under no illusions. If successful, the US indictment against Assange will have terrible consequences for the free press.
The charges, in the words of former Guardian editor Alan Rusbridger, look like an attempt to “criminalise things journalists regularly do as they receive and publish true information given to them by sources or whistleblowers. Assange is accused of trying to persuade a source to disclose yet more secret information. Most reporters would do the same. Then he is charged with behaviour that, on the face of it, looks like a reporter seeking to help a source protect her identity. If that’s indeed what Assange was doing, good for him.”
Yet, British newspapers will not fight for Assange. Whether left or right, broadsheet or tabloid, British papers are agreed on one thing; they’ll fall over each other to grab the latest official hand-out about British Prime Minister Boris Johnson and his fiance Carrie Symonds’ baby. Or the new Downing Street dog.
They will, however, look the other way when it comes to standing up for press freedom and Julian Assange.
Client journalism
How pathetic. What a betrayal of their trade. Client journalism. An inversion of what newspapers stand for. If the British foreign secretary is two-faced about a free press, so are British newspaper editors who say they care about press freedom. With even less excuse.
To be fair, it’s not so much that they fail to oppose Assange’s extradition. It’s more that they ignore almost completely one of the most powerful threats to press freedom of modern times.
Julian Assange should be thanked – not smeared – for Wikileaks’ service to journalism
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If they did care, they’d be campaigning to keep Assange out of the clutches of the US. Meanwhile, doctors warn that Assange’s health is so bad that he may die in Belmarsh prison.
Nils Melzer, the UN special rapporteur on torture, voiced strong concerns over the conditions of his detention, saying that “the blatant and sustained arbitrariness shown by both the judiciary and the government in this case suggests an alarming departure from the UK’s commitment to human rights and the rule of law. This is setting a worrying example, which is further reinforced by the government’s recent refusal to conduct the long-awaited judicial inquiry into British involvement in the CIA torture and rendition programme.”
Kenneth Roth of Human Rights Watch has soberly noted in connection with the Assange case that “many of the acts detailed in the indictment are standard journalistic practices in the digital age. How authorities in the UK respond to the US extradition request will determine how serious a threat this prosecution poses to global media freedom.”
As Assange rots in Belmarsh, how dare the British foreign secretary abuse his office by pretending to care about the liberty of the press!
I applaud a device like World Press Day. It’s a way of thinking about all the journalists around the world who suffer personally for their profession, through repression, prison, torture and death. Simply because they did their job by revealing uncomfortable facts.
When we think of the repression of journalists, we automatically evoke foreign lands – Saudi Arabia, Iran, Turkey, Egypt. We rarely, however evoke or remember our own dissidents.
Julian Assange is one of them.
The views expressed in this article belong to the author and do not necessarily reflect the editorial policy of Middle East Eye.
Peter Oborne
Peter Oborne won best commentary/blogging in 2017 and was named freelancer of the year in 2016 at the Online Media Awards for articles he wrote for Middle East Eye. He also was British Press Awards Columnist of the Year 2013. He resigned as chief political columnist of the Daily Telegraph in 2015. His books include The Triumph of the Political Class, The Rise of Political Lying, and Why the West is Wrong about Nuclear Iran.
No sé cuándo ni dónde descubrí este poema. ¿Alguien lo sabe?
Por Mauricio Acuña
«Le debo una canción indescriptible Como una vela inflamada en vientos de esperanza…» Silvio Rodriguez En un lejano año de 1974, una joven salía de Santiago en dirección a La Paz. Dejaba el territorio chileno con marido e hija – «hija del golpe» – nacida en octubre de 1973. Estaba entonces con 31 […]
«Le debo una canción indescriptible
Como una vela inflamada en vientos de esperanza…»
Silvio Rodriguez
En un lejano año de 1974, una joven salía de Santiago en dirección a La Paz. Dejaba el territorio chileno con marido e hija – «hija del golpe» – nacida en octubre de 1973. Estaba entonces con 31 años y había presenciado desde muy cerca la caída del gobierno de Salvador Allende algunos meses antes. Por ser integrante del Partido Socialista y ocupar un cargo menor en la Corporación de la Vivienda (CORVI) tuvo la suerte de recibir a los pocos días del derrumbe un informe comunicando su expulsión del país en veinte cuatro horas. Por estar embarazada consiguió retardar la salida en algunos meses, ganando tiempo para decidir adonde ir, como hacerlo y, no menos importante, que dejar y que llevar.
São Bernardo, Brasil, principios de los años de 1990. La biblioteca personal guarda poco más de cincuenta libros y una enciclopedia de algo como veinte volúmenes. Títulos bastante ilustrados y de pretensión universal, vendidos como colección prêt-à-leer para burócratas del estado. La ex-militante socialista, vendedora de chaquetas cuero en una repartición pública adquiere su conjunto por trueque. Allá están ahora las tapas verdes de Dante, roja de Stendhal, vino de Dostoievski, negro de Poe y café de Cervantes. Un conjunto menor de diez libros verde oscuro representan algo de la literatura brasileña: Alencar, Azevedo, Rego y otros. Entremedio de todos los ilustres invitados a la biblioteca de la inmigrante chilena viviendo en el suburbio paulista, se lee en la primera página del libro amarillento y descascarado que ya no tiene tapa: «Historia inmediata». El lomo del libro ofrece el título en estado tan precario que es casi una afirmación de su tema: Las venas abiertas de América Latina.
En una de las páginas escritas por Eduardo Galeano, periodista metido a historiador – tal vez sea una definición posible en la época para «Historia inmediata» – se lee sobre el tema agrario:
Y en cuanto a la expropiación de algunos latifundios chilenos por parte del gobierno de Eduardo Frei, es de justicia reconocer que abrió el cauce a la reforma agraria radical que el nuevo presidente, Salvador Allende, anuncia mientras escribo estas páginas. (170)
Galeano escribía su ensayo con un radar geográfico e histórico prendido, atento, lancinante, con toda la parcialidad que demandaba el oxímoron de «historia instantánea». La escritura corría rápidamente por los ojos de una Latino América que se re-imaginaba. La militante que leía las páginas del libro, hacía historia mientras lo leía. No porque lo leía, pero mientras, durante, al mismo tiempo que las historias se hacían.
Hay que irse, no quiere, ¿porque tengo que dejar mí país? ¿Por que no más caminar por la Alameda, tomar un té con sopaipillas, mirar la cordillera?
En otra parte del pequeño libro, el escritor, inconforme con contener tantas promesas de cambio en la hoja y la palabra, concedía otra información que dejaba indeterminada la narrativa:
Mientras escribo esto, a fines del ’70, Salvador Allende habla desde el balcón del palacio de gobierno a una multitud fervorosa; anuncia que ha firmado el proyecto de reforma constitucional que hará posible la nacionalización de la gran minería (188).
¿Se cerrarán las venas? Los ojos se preguntan frente a la página, pero luego, en seguida ya son las lágrimas abiertas en América Latina. Hay que irse, dejar todo, lo poco material y lo mucho soñado, hay que irse, con la niña para lejos, ¿Adónde?, no importa, en La Paz decidimos, hay que irse, por La Paz, por la niña.
Tantos libros lanzados a la basura, tantos papeles quemados. Sí, cenizas de sueños y pruebas criminales, hay que dejarlos, librarse de las identificaciones, garantizar el paso por la frontera, la circulación por Santiago ensangrentada. Arregla la maleta, las ropitas de la nena, hace frío, corre aire entre las cordilleras, tan helado que enferma.
Da vuelta la página, la historia revuelta, el escritor añade nuevos ‘inmediatos’ a la historia, las venas, las venas…
Este libro había sido escrito para conversar con la gente. Un autor no especializado se dirigía a un público no especializado, con la intención de divulgar ciertos hechos que la historia oficial, historia contada por los vencedores, esconde o miente. (339)
La joven, el marido e hija suben al avión. Los pasos se quieren perder, pero caminan, sacan sus pies de la tierra, la cordillera se achica y todo es noche. En la maleta, quizás entremedio de las ropas de la niña, junto a la tremenda soledad y tranquilidad que ahora la acompaña, el pequeño libro de Eduardo Galeano es un otro pasajero, un amigo ilegal de anhelos y de penas. Clandestino y sin el epílogo «Siete años después» (de donde retiré el último extracto) fue uno de los viajeros de riesgo en tantas maletas de los que vivieron la década de 1970 en América Latina. Como lo reconoce Galeano,
De la misma manera, los comentarios más favorables que este libro recibió no provienen de ningún crítico de prestigio sino de las dictaduras militares que lo elogiaron prohibiéndolo…Creo que no hay vanidad en la alegría de comprobar, al cabo del tiempo, que Las venas no ha sido un libro mudo. (339)
Hay que irse, lanzar a la basura o quemar los libros, peligros en papel, no dejar rastro. ¿Pero cómo irse sola, sin nada, apenas ropa y documentos? ¿Cómo no cargar un poquito de sueños? ¿De esas explicaciones-sueños? ¿De esas tormentas utópicas?
Cerca de veinte años después, tres países y alguna historia, allí está el libro. Sin tapa, amarillo y viejo disputando atención con los «clásicos universales». Está allí el libro más lleno de historia de la biblioteca suburbana de esa inmigrante chilena. Se puede leer junto a La Divina Comedia o Guerra y Paz, se puede leer antes o después de O Guarani o Menino de Engenho. Se puede, se debe, se lee.
En las nuevas tempestades de la década de 1990, el viejo libro seguía librando navegación con las iluminaciones poéticas de una triste narrativa económica y social. Ahora, mismo con la partida de Eduardo Galeano, el pasado convocado por su libro sigue pulsando y corriendo por las venas, como verdaderas velas inflamadas de esperanza.
Mauricio Acuña es antropólogo. Actualmente estudia el doctorado en Antropología Social en la Universidad de São Paulo (Brasil) y él de Literatura y Estudios Latino Americanos en la Universidad de Princeton (EEUU). Sus intereses de investigación se concentran en antropología, historia y literatura, con énfasis en la relación entre cultura popular intelectuales y pensamiento social. Es autor del libro «A ginga da nação: intelectuais na capoeira e capoeiristas intelectuais (1930-1969)». São Paulo: Editora Alameda (en imprenta).