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*Por Clemen Bareiro Gaona

Escribo desde la rabia, la indignación y el dolor, porque después de escuchar al senador Gustavo Leite argumentando en contra de la penalización del criadazgo en Paraguay, estos sentimientos son lo único que queda. Lo otro sería matarlo, como dice Espido Freiré(1). Hay muchas formas de hacerlo. Puede ser con un arma, con veneno o fingir un accidente, sin embargo, la más efectiva, dice Freire, es el olvido… pero discrepo en este punto porque no quiero que olvidemos a este personaje, no quiero que lo asesinemos.

Me gustaría que lo condenemos, que lo castiguemos, por ejemplo, no votándole, demostrándole que somos un pueblo digno, un pueblo que defiende a sus niñas y niños. Una sociedad que se indigna cada vez que aparece en las noticias un hecho de violencia hacia ellas y ellos.

Una de mis primeras experiencias laborales fue realizar encuestas para  una investigación del Centro de Documentación y Estudios (CDE) sobre criadazgo. Fui a escuelas, a hablar con estas niñas (también hablé con niños pero en su mayoría son niñas las preferidas para cumplir con la función de criadas).

Para comprender por qué madres y padres entregan a sus hijas e hijos, tenemos que tener en cuenta la realidad del país profundamente desigual. En términos educativos el Paraguay ocupa el lugar 80 de 81 a nivel mundial, según el informe Pisa (2).

A estas familias se les promete educación y cuidado familiar para sus hijas a cambio de trabajo doméstico (este acuerdo no siempre es explícito). Nada más lejano de la realidad, no faltará quien me diga que en su familia se le trataba como una más, puede ser que hayan existido esos casos pero son los menos.

No fue el caso de mi amiga Ana (3), por ejemplo, quien tenía 9 años, cuando a sus padres, como a muchos, les prometieron una casa cómoda, con amor de familia y educación en la ciudad, a cambio que ella viniera a cuidar al único hijo pequeño de la pareja. El niño tendría unos dos o tres años.

Ana, impulsada por sus padres, dejó su casita, los pocos juguetes que tenía y viajó hasta la ciudad creyendo que dormiría mejor, comería mejor y que cambiaría a sus hermanos mayores, por uno pequeño, eso era lo que le habían dicho.

Cuando llegó a la casa empezaron las obligaciones; la señora la maltrataba. Ana sufría. Un día llegó su hermana mayor a visitarla, tendría unos 12 o 13 años, y mientras estaba en la habitación que a Ana le tocaba compartir con el niño, escuchó como la patrona estaba maltratando a la pequeña. La hermana mayor no dudó, en ese mismo instante salió del cuarto y la llevó de regreso a su casa. Ese día le salvó la vida. Eso me dijo Ana.

Hoy, Ana probablemente sea una de las personas más geniales, generosas e inteligentes que conocí en mi vida. Ella tuvo suerte.

Por historias como las de Ana u otras que no se pudieron contar, es que escuchar en mayo de 2025 a un senador de la República decir con total liviandad que penalizar el criadazgo sería “antinatural en Paraguay” y que además es “algo cultural como el tereré”, es una ofensa, una afrenta, una manera de perpetuar la violencia, la discriminación y la exclusión de miles de niñas en nuestro país.

Probablemente Leite quiera “lo mejor” para los suyos, pero esos deseos le nacen desde la comodidad de una casa en la que le sirven de todo, a diferencia de los padres y madres que lo que quieren es que sus hijas e hijos tengan techo, comida y educación dignas. Eso es lo que este Estado debería garantizar.

 

1. Espido Freire escritora española, se hace referencia al inicio de su obra Melocotones Helados.

2. El informe Pisa es un estudio internacional que evalúa el rendimiento de estudiantes de 15 años en lectura, matemáticas y ciencias.

3. Nombre ficticio para proteger la identidad de la persona.


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