Este año se cumple el centenario del nacimiento en Manila de Fernando Zóbel, alma e impulsor del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, cuya apertura en 1966 puede considerarse un episodio mágico e inesperado: fue creado por artistas, pero no en honor de uno solo de ellos, en un contexto en el que, casi veinte años antes de la apertura del germen del actual Reina Sofía, constituían en España una rareza los museos de arte contemporáneo. Ni fue iniciativa de estetas estrictos ni se dirigía a ellos, se asentó en una ciudad que entonces rondaba los 30.000 habitantes y favoreció, además de una transición estética y cultural en nuestro país, el hecho de que muchos autores del momento se decidieran a adquirir casa en Cuenca siguiendo los pasos de Gustavo Torner, Gerardo Rueda y el mismo Zóbel.
Otra circunstancia muy particular en la historia de este centro se dio en 1981: preocupado por su futuro cuando él falleciese (lo que, de forma inesperada, no tardaría en ocurrir, en Roma y en 1984), Zóbel propuso a la Fundación March hacerse cargo de su titularidad donando su colección de arte abstracto español, su biblioteca y su archivo. Pasó el Museo, por tanto, de ser gestionado por un mecenas particular a otro institucional, sin perder la vocación pública con la que se gestó: el Ayuntamiento de Cuenca continúa siendo propietario de las Casas Colgadas, edificio con origen en el siglo XV que ha sido declarado Bien de Interés Cultural.
Fotografía publicada en el artículo Museums: A New View on the Cliff, en Time, vol. 88, n.º 5, julio de 1966. Fotografía: Eric Schaal / Cortesía Eric Schaal Estate
A lo largo de sus cerca de seis décadas de andadura, este espacio ha sido ampliado e intervenido en diversas ocasiones para adaptarlo a las necesidades museísticas; una primera ampliación, que supuso la incorporación de tres salas, tuvo lugar en 1978 y, desde aquel cambio de titularidad en los ochenta, se han llevado a cabo otras modificaciones hasta llegar a la fundamental de 2016: entonces se inició una primera etapa de su climatización, culminada desde 2022, y una recuperación de estancias con fines educativos, y también se acondicionó una sala polivalente.
La percepción exterior del Museo no ha cambiado; la morfología interior y las conexiones existentes entre las distintas plantas y edificios sí se han modificado sutilmente para mejorar la accesibilidad, los recorridos y la funcionalidad museística en estos años (en los que se ha evitado cerrar sus instalaciones al completo más allá del tiempo imprescindible, apenas dos semanas).
El antiguo comedor del Mesón de las Casas Colgadas, el Comedor Blanco de la tercera planta, se ha incorporado como una sala más y, al aumentar su espacio expositivo, la Fundación March ha reordenado y ampliado los fondos del centro con obras y artistas que han trabajado en la tradición abstracta española. Por su parte, las estancias con valor histórico de la primera planta, hasta ahora dedicadas a uso interno, han sido musealizadas y se destinarán a la exhibición de obra gráfica y de pequeños formatos, integradas en el recorrido de la colección permanente, y también acogerán muestras temporales.
El espacio dedicado hasta ahora a esas exposiciones se reconvertirá –abiertos todos sus vanos a la luz natural de la hoz del Huécar– en el mencionado espacio multiusos, donde podrán celebrarse actos y presentaciones. Se ha instalado junto a él el nuevo taller del programa educativo del Museo (por el que vienen pasando unos cinco mil escolares al año) y se ha recuperado uno de los antiguos almacenes como nuevo espacio para exposiciones de gabinete y proyectos especiales. Por último, en la última sala de la colección permanente se ha instalado un espacio ampliado y técnicamente acondicionado en cuanto a iluminación, humedad relativa y temperatura, que se dedicará igualmente a exhibiciones. Además, el Museo contará con una librería-tienda mejorada y con aseos remodelados.
Las Casas Colgadas, 1967. Fotografía: Jaume Blassi
Con ocasión de estos trabajos, una selección de los fondos del Museo de Arte Abstracto han viajado, en los últimos dos años, a media docena de sedes nacionales e internacionales donde han podido medirse con obras de otros autores, en algunos casos contemporáneos a los representados, y ser descubiertos por otros públicos (nos referimos al Centro José Guerrero de Granada, la Fundació Suñol y La Pedrera en Barcelona, el Meadows Museum de Dallas y el Ludwig Museum de Coblenza); ahora han recalado en Madrid, en la Fundación Juan March, donde pueden verse hasta junio bajo el comisariado de Celina Quintas, responsable del centro conquense, y de la historiadora del arte estadounidense Anna Wieck.
La capital es la última parada del periplo de estas piezas antes de regresar a su sede habitual: encontraremos en Castelló propuestas de artistas que, formaran parte del acervo de este Museo desde sus inicios o no, fueron en todos los casos coleccionadas por Zóbel, desde Rafael Canogar y su emblemática visión de Toledo a las recreaciones de Geraldine Chaplin o Brigitte Bardot por Antonio Saura pasando por composiciones de José Guerrero (su Rojo sombrío, cuya adquisición permitió al granadino adquirir una casa en Cuenca), Chillida, Palazuelo, Torner, Sempere, Cuixart, Millares, Ràfols-Casamada, Eva Lootz, Miguel Ángel Campano, Soledad Sevilla o Elena Asins.
Son cerca de cuarenta las piezas de gran formato y esculturas escogidas, a las que se suman otras de pequeño formato, obra gráfica, carteles representativos de la historia del centro (algunos, muy originales) y documentación que da cuenta de la buena acogida de su inauguración o de los artistas que se acercaron a visitarlo. Uno de los primeros en recorrerlo fue, por cierto, Alfred H. Barr, fundador del MoMA de Nueva York, que en 1967 lo bautizó como “el pequeño museo más bello del mundo”, la cita que da título a la muestra (Barr regresaría después).
El pequeño museo más bello del mundo. Fundación Juan March, Madrid. Fotografía: Alfredo Casasola
Fernando Zóbel. El río IV, 1976. Colección Fundación Juan March, Museo de Arte Abstracto Español, Cuenca
La museografía de la exhibición ha pretendido responder (sin imitarlo) al carácter intrincado y peculiar del museo de las Casas Colgadas, al que Manuel Fontán del Junco, director de Exposiciones de la Fundación Juan March, se ha referido hoy como un lugar exquisito y raro por su conjunción de arquitectura vernácula -con sus artesonados, yeserías y pinturas murales góticas-, espacios que responden a la concepción contemporánea de la sala expositiva como cubo blanco y museografía italiana; por constituirse desde el principio como un museo sin paredes (ya desde 1962 Zóbel producía obra gráfica y libros de artista, y expandía la buena nueva del arte abstracto en un contexto en el que no se promovía); por ofrecer la rica biblioteca de este artista, que contaba con volúmenes difíciles de encontrar en ese momento en España (hoy se encuentra digitalizada al completo); y por su surgimiento al margen de la cultura entonces oficial.
Quienes recuerdan cómo fueron los primeros años del Museo, o entienden que este ha tenido un impacto en sus vidas, participan en la recopilación de una memoria oral, emprendida por la Fundación March al constatar que sus testimonios podían comenzar a perderse por la edad de algunos de estos testigos. Todos podremos serlo, por nuestra parte, del arranque de esta nueva etapa del Museo de Arte Abstracto: el 21 de noviembre tendrá lugar una jornada de puertas abiertas en la que cualquier interesado podrá adentrarse en sus espacios, ya climatizados conforme a criterios actuales, con un interiorismo del todo resuelto, su colección de vuelta y varios proyectos expositivos en marcha relativos a ella.
El pequeño museo más bello del mundo. Fundación Juan March, Madrid. Fotografía: Alfredo Casasola
 
El pequeño museo más bello del mundo. Fundación Juan March, Madrid. Fotografía: Alfredo Casasola
El pequeño museo más bello del mundo. Fundación Juan March, Madrid. Fotografía: Alfredo Casasola
 
 
“El pequeño museo más bello del mundo”
FUNDACIÓN JUAN MARCH
C/ Castelló, 77
Madrid
Del 26 de abril al 30 de junio de 2024
 
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