DIRECTO | Sigue el acto “Jóvenes y Dana. Transformar, no solo reconstruir”

La directora de Relaciones Institucionales, Ana Pardo de Vera, y la vicepresidenta de Espacio Público, Lourdes Lucía, moderan y presentan, respectivamente, este encuentro en el que se pondrá de manifiesto que los desequilibrios espaciales y funcionales de un sistema productivo muy condicionado por la especulación urbanística y el cortoplacismo, que están detrás de los desastres humanos y sociales de la DANA de València.

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Una quinta portuguesa: la búsqueda de nuestra geografía

Hace menos de tres años Avelina Prat sorprendió al embarcarse en la dirección cinematográfica con Vasil, la historia de un arquitecto jubilado y cascarrabias y de un inmigrante búlgaro más que avispado, y muy hábil jugando al ajedrez, que cruzan sus caminos, aportándose mutuamente riquezas inesperadas.
Algunos de los intereses que mostró Prat en esa primera película perviven en la segunda suya, que acaba de llegar a cines, fundamentalmente la atención a los cambios azarosos que la vida puede deparar y a las posibilidades de abrir las puertas a lo desconocido: sea no negándonos a saber más de quien viene de lejos o yéndonos, nosotros mismos, a otro lugar.
La alabada Una quinta portuguesa, el nuevo largometraje de esta cineasta que antes fue arquitecta, y que podemos deducir que sabe mucho de giros de guion, nos sitúa desde el principio ante la disolución silenciosa de una pareja, sin explicitar motivos: Milena regresa desde España a Serbia, su país, sin avisar ni despedirse, y Fernando, un profesor de geografía muy aficionado a los mapas, queda completamente desorientado.
Los motivos de ese viaje abrupto los intuiremos más tarde, pero de entrada Fernando siente la necesidad de emprender otro, sin duración ni destino determinado, que en un primer momento lo conduce a la costa portuguesa en una estación en que el turismo no la inunda. Allí conoce a Manuel, un jardinero extremeño sin ataduras familiares que acude donde su trabajo le llama, que le confiesa su atracción por Portugal… y que fallece inesperadamente junto a su amigo, sin darle tiempo a empezar una taza de café frente al mar.
En ese punto, el personaje de Fernando (uno de los mejores roles de Manolo Solo hasta la fecha) podría haber caído en el bucle del pesimismo de quien parece portar consigo la mala suerte allí donde va. Del gafe. Pero a falta de mejores planes y dejándose llevar por las palabras de Manuel y por otra de sus querencias, las plantas, adopta el que debiera haber sido el oficio de aquel y pone rumbo a la quinta que da título a la película, en el norte lluvioso de Portugal.
Comienza entonces una segunda parte de la trama, y de la vida de Manolo, entre naranjos y perejil y sobre todo dejándose rodear por quienes habitan la finca y trabajan en ella: la heredera Amalia (María de Medeiros) y la cocinera Rita (Rita Cabaço), cuyas relaciones son sencillas, apacibles y sin ningún deje de tensión artificial. Ocasionalmente acompañan a Amalia amigos que conoció durante su juventud en Angola; saben entenderse, porque el regreso a Portugal para ellos no fue demasiado cálido tras el conflicto colonial.
En este punto se introduce en la película cierta idealización, una visión pintoresquista, de la vida rural y del carácter teóricamente portugués (abundando en su melancolía o su romanticismo; en figuras, por lo demás encantadoras, de ladrones que no roban a quienes encuentran muertos y maridos que buscan en los acantilados los fantasmas de sus mujeres fallecidas). Pero no son demasiadas ni demasiado obvias las secuencias en las que esa mirada se alimenta: se hará posible pensar que esta quinta, en el pasado más extensa y poblada de almendras, es el paraíso inesperado en el que Fernando encuentra su sitio, el que responde a sus anhelos de simplicidad en un momento para él complicado y a su carácter templado; quizá no un paraíso universal. Incluso Amalia, la desconocida que le ofrece su amabilidad y respeta su misterio, necesita alejarse de la finca a veces y no regresa en el mejor de los estados.
Tiene la pericia Prat de introducir intriga cuando el rumbo del protagonista parecía asentado (el supuesto retorno a España de su esposa; su trato con esa otra mujer serbia que, como en el caso de Vasil, llega de improviso a su vida), pero también de no dejar que esas tramas tardías tuerzan el camino de Fernando. Irremediablemente ligado ya a un paisaje y a esos amables desconocidos.
 

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La transición que no nos nombra

admin_re

*Por Carmen Monges

 

Me hablaron de transición. De un futuro verde, limpio, sostenible. Me hablaron de una América Latina que dejaría atrás los combustibles fósiles para abrazar el sol y el viento. Me hablaron de una transición socioecológica justa.

 

Pero no me hablaron de ellas. De las mujeres que viven en los márgenes, donde el Estado no llega, pero las empresas extractivas están más presentes que nunca.

 

No me hablaron de las redes de mujeres en Chile, en territorios como Quintero y Puchuncaví, región de Valparaíso, o en Mejillones y Tocopilla, regiones del norte grande. Mujeres que se organizan, que denuncian, que se cuidan entre sí mientras la explotación arrasa, mientras el polvo cubre los techos, mientras las promesas de sostenibilidad se evaporan como el agua de los salares.

 

Copyright: Carmen Monges

 

En esas zonas llamadas de sacrificio, ellas no son víctimas pasivas. Son las que resisten. Las que siembran vínculos donde solo queda tierra árida. Son quienes sostienen la vida. Tejen redes de cuidado, mantienen la memoria viva frente a un modelo que insiste en llamarse desarrollo mientras reproduce desigualdades y extractivismo.

 

Me pregunté entonces: ¿para quién es justa esta transición?

 

Porque cuando los territorios son reducidos a fuentes de “recursos estratégicos” sin consulta ni participación; cuando las comunidades, y especialmente las mujeres, son descartadas de las decisiones: ¿A quién sirve esta transición? ¿A qué le llaman sostenibilidad? 

 

Copyright: Carmen Monges

 

A veces pareciera que se habla de otro planeta. Como si esta transición fuera solo una cuestión de tecnología y cifras. Como si fuera neutra, técnica, despolitizada. Pero no lo es. Es profundamente política, y en Latinoamérica, profundamente desigual. Es una disputa por el poder, los territorios y la vida misma.

 

No se trata solo de cambiar la fuente de energía, sino de transformar las relaciones de dominación sobre los territorios y sobre quienes los habitan. Por eso, esta transición debe ser construida desde abajo, con quienes históricamente han sido excluidas de las mesas de decisión.

 

La transición energética puede ser una oportunidad, pero solo si dejamos de romantizarla y empezamos a preguntarnos quién decide, quién gana, quién pierde. Solo si dejamos de hablar de justicia ambiental como una idea abstracta y la convertimos en una práctica que incluya a las voces históricamente silenciadas.

 

Las mujeres en las zonas de sacrificio no solo resisten: sueñan futuros distintos. Imaginar es también una forma de lucha.

 

Proponen otras formas de cohabitar los espacios, modos de vida que no caben en gráficos ni informes técnicos. No usan lenguaje técnico, pero hablan desde la experiencia, desde el cuerpo, desde la tierra.

 

En sus voces habita la memoria, el cuidado colectivo y el derecho legítimo a decidir sobre sus territorios. Su liderazgo no es una opción: es el corazón de cualquier transición que aspire a ser justa.

 

Ellas enseñan que no puede haber transición justa si se sigue concentrando el poder, si se siguen ignorando las desigualdades históricas, si se siguen colonizando los territorios del Sur en nombre de promesas verdes por el clima.

 

No habrá transición socioecológica justa si no es también feminista, territorial y popular. Porque las transiciones que no cuestionan el poder, lo perpetúan. Porque no se trata solo de cambiar fuentes de energía, sino de transformar las relaciones con la tierra, con los cuerpos, con la toma de decisiones.

 

Este artículo es un abrazo para ellas. Las que, mientras nosotras debatimos conceptos, están allá, defendiendo el derecho a vivir en un ambiente sano, a criar sin miedo, a decidir sobre su territorio.

Ellas no esperan que nadie les dé voz. Ya la tienen. Y la están usando.

 

*Carmen Monges, paraguaya, es ingeniera forestal e investigadora en gobernanza climática. Con un enfoque feminista, decolonial y ecológico, su trabajo busca promover procesos que reconozcan la interdependencia entre las personas y la naturaleza, defendiendo la memoria colectiva, el cuidado y la dignidad de las comunidades locales y sus territorios. Este artículo forma parte de su trabajo de campo. 


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Agroecología como acto de resistencia urbana

admin_re

*Por Monse Pedrozo

 

La agroecología urbana se presenta como una actividad que se desarrolla en espacios urbanos e incluso periurbanos, con el objetivo de producir alimentos tanto de origen vegetal como animal. Aprovecha los recursos disponibles en la ciudad, como residuos sólidos, orgánicos e inorgánicos, agua de lluvia y semillas. Este sistema de agricultura no solo busca responder a una necesidad alimentaria, sino también dar un nuevo sentido al espacio urbano como territorio productivo.

 

Vivimos en un contexto marcado por una creciente desigualdad social y territorial, donde la visión de modernidad, basada claramente en el dominio del ser humano sobre la naturaleza, impulsa la explotación intensiva de los ecosistemas y la homogeneización cultural. Esta lógica nos llevó hacia una crisis civilizatoria profunda, cuyo síntoma más visible es el cambio climático, una realidad que atraviesa la vida cotidiana en todos los rincones del planeta. Según el último informe del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), más del 85% de la población mundial ya experimenta, de una forma u otra, sus consecuencias. Sin embargo, las raíces de esta crisis van mucho más allá del clima:  atraviesan nuestras formas de habitar, producir, consumir y de relacionarnos con el territorio.

 

Frente a este escenario, la agroecología urbana emerge no solo como una alternativa sustentable, sino como una respuesta política, cultural y ecológica. Se trata de una apuesta por reconstruir los vínculos entre las personas y sus territorios, empoderar a las comunidades urbanas y devolverle vida a los espacios degradados u olvidados por el modelo de ciudad dominante.

 

 

Este escenario tiene raíces en un proceso de urbanización lento pero constante, acompañado de políticas públicas ineficientes y de la ausencia de un desarrollo urbano planificado desde su concepción. Asunción, como otras capitales latinoamericanas, presenta contrastes entre sectores altamente urbanizados, (como Villa Morra, Carmelitas o zonas cercanas al eje corporativo) donde los desarrollos inmobiliarios siguen creciendo,  y barrios con infraestructura precaria como los Bañados, Zeballos Cué o zonas periféricas de la ciudad, donde muchas familias aún transitan por calles de tierra, sin acceso regular a agua potable ni a servicios básicos. Estos territorios, además, están marcados  por vacíos urbanos: lotes abandonados, edificios inconclusos o abandonados en el microcentro y patios baldíos en manos de instituciones públicas; todos ellos invisibilizados por el mercado inmobiliario. 

 

Lejos de ser únicamente problemática, la realidad actual también abre la posibilidad de imaginar e impulsar modelos alternativos de desarrollo como la agroecología urbana que pongan en el centro el derecho a la ciudad, el cuidado del medio ambiente y la justicia social. La expansión urbana ha funcionado como una respuesta silenciosa a la escasa gestión del territorio que, en lugar de fomentar una ciudad compacta con servicios concentrados, ha resultado en la dispersión del poblamiento, lo que lleva a una mala disposición de infraestructuras y servicios básicos, generando así importantes déficits en la calidad de vida de los distintos sectores de la población urbana.

 

En Asunción, existen numerosos terrenos baldíos, patios escolares subutilizados, márgenes de arroyos, techos de edificios públicos y privados, y espacios comunitarios que, con una adecuada intervención, podrían convertirse en centros productivos agroecológicos. Estos espacios, actualmente desaprovechados o abandonados, representan una oportunidad para fomentar la seguridad alimentaria, la resiliencia climática y la inclusión social en una ciudad con graves problemas de planificación urbana. 

 

Según datos publicados por la Revista Paraguaya de Sociología (2022), en Asunción existían más de 500 hectáreas de lotes vacantes, muchos de ellos en manos de inmobiliarias o instituciones públicas sin un uso definido. Estos espacios, desaprovechados, podrían convertirse en huertas comunitarias, siguiendo el ejemplo de ciudades como Rosario (Argentina) y Curitiba (Brasil), donde programas municipales han logrado transformar tierras ociosas en áreas de cultivo sostenible. A esto se suman las numerosas escuelas públicas de la ciudad que cuentan con terrenos infrautilizados, con potencial para ser convertidos en huertos educativos que integren la agroecología al proceso de enseñanza y aprendizaje. De igual forma, las riberas de los arroyos urbanos, como el Mburicaó y el Ñandutí, podrían habilitarse como zonas de agricultura urbana controlada, contribuyendo a la producción de alimentos, como también a la mitigación de inundaciones y a la recuperación de la biodiversidad en la ciudad.

 

Si queremos repensar y rediseñar nuestros entornos urbanos, primero necesitamos comprender el rol esencial que juega la agroecología. No se trata solo de una forma de cultivar sin químicos, sino de una mirada más amplia que combina práctica, ciencia y lucha política. La agroecología apuesta por fortalecer la biodiversidad, seguir los ritmos y principios de la naturaleza y dejar atrás el uso de agroquímicos. Sin embargo, cuando se enraíza en un territorio es que cobra toda su fuerza; cuando se cruza con los saberes populares, con las dinámicas sociales del barrio, con la memoria de quienes han cuidado la tierra incluso dentro de la ciudad. Ahí deja de ser una teoría y se vuelve una forma de habitar con sentido.

 

El primer paso para incorporar la agroecología en la ciudad no es técnico ni complejo: es, ante todo, una cuestión de mirada. Se trata de observar el entorno con otros ojos, de permitir que aflore esa inquietud silenciada por la rutina urbana. Empezar no implica cambiarlo todo de golpe, sino dar espacio a que algo crezca, aunque sea pequeño, aunque no sea perfecto. Porque cada brote que emerge entre el cemento nos recuerda que seguimos siendo parte de la naturaleza, y que la urbanidad de nuestro existir no lo es todo.

 

La agroecología también es una forma de tomar decisiones políticas desde lo cotidiano. Es comunidad, y la comunidad se teje en lo simple: en una receta compartida, en el trueque de semillas, en el consejo que pasa de casa en casa. No exige perfección ni experiencia previa, lo único que pide es disposición: observar, probar, equivocarse y volver a intentar. Es una práctica que se construye desde abajo, en la intimidad de los patios, en los balcones soleados, en los vínculos que vuelven a darnos sentido de pertenencia.

 

En el caso de Asunción, con todos sus contrastes, sus vacíos y su crecimiento desordenado, guarda una posibilidad latente. Más allá de ser una cuestión de sembrar plantas, se trata de sembrar sentido, de recuperar vínculos con la tierra, con el barrio. La agroecología urbana, más que una técnica, es una forma de resistencia que se gesta en lo cotidiano, en lo mínimo. Habitar una ciudad agroecológica es un camino, no una meta. Es un ejercicio de imaginación radical, pero también de acción cotidiana. Porque cada decisión puede convertirse en un gesto de transformación. Y quizás ahí, justo ahí donde la ciudad parece agotarse, comienza a brotar otra posibilidad. 

 

*Monse Pedrozo  es agrónoma e investigadora, con enfoque en agroecología, biodiversidad y desarrollo sostenible. Apasionada por reducir desigualdades, combina ciencia y acción comunitaria para impulsar una agricultura más justa. 

 

*Ilustraciones: Luceri M. Ojeda, ilustradora freelance y Cofundadora de Pictogué Videos Explicativos.  htts//www.behance.net/lolasnow


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Geopolítica de Polonia

Por qué la geografía de #Polonia es mala para la política. A lo largo de su historia, Polonia ha luchado contra innumerables incursiones extranjeras. Como tal, el alcance de su poder ha variado enormemente. En el siglo XVII, el país prevalecía como una gran potencia en Europa del Este. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, había desaparecido completamente del mapa. Polonia sólo sobrevivió en el recuerdo y en la lengua antes de resurgir un siglo después.

Esta experiencia de desastres nacionales ha conformado la mentalidad polaca con un sentimiento de recelo y ansiedad. Por ello, los responsables políticos de Varsovia buscan desesperadamente una potencia mundial que pueda garantizar la soberanía de Polonia. En consecuencia, el dilema de la seguridad también está sentando las bases para que el país emerja como potencia regional. #historiageopolitica #geopolítica #historia

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