De Iker Jiménez a Rubén Gisbert: exponemos a los influencers de los bulos sobre la DANA de València

La tragedia de la DANA en València ha sido objeto de manipulación por parte de la ultraderecha para generar caos informativo en una situación especialmente delicada. Donde los propagadores contaminan con bulos, los periodistas tenemos que ir detrás para desmentirlos, contextualizar y ofrecer prudencia ante la falta de rigor de comunicadores como Iker Jiménez.

Al igual que ocurrió en la pandemia, los agitadores tratan de sacar provecho de una tragedia como la de València para conseguir más audiencia, más seguidores en redes y colar su discurso de odio.

Edición y guion: Chema Molina
Cámara: Jaime García Morato

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Amal, sin refugio frente al fanatismo

No han sido demasiados los cines donde se ha proyectado, ni mucho el tiempo que ha permanecido en varios de ellos, pero en alguno aún continúa -y es previsible que llegue después a plataformas- Amal: Un esprit libre, un filme del director belga-marroquí Jawad Rhalib que introduce al espectador, con crudeza y un manejo muy maduro de asuntos controvertidos, en la problemática a la que hacen frente aquellos institutos y profesores que, en el contexto europeo, han de educar a jóvenes intoxicados por el integrismo islámico.
Rhalib era hasta ahora autor de dos largometrajes (7 Rue de la Folie e Insoumise) y un buen número de documentales, centrados siempre en temas sociales o en la defensa de los Derechos Humanos, y en este trabajo aborda la enorme complejidad que implica el manejo del yihadismo cuando este se introduce en las aulas, el teórico lugar seguro en el que se espera que los menores desarrollen su personalidad y sus conocimientos en un entorno amable, abierto al diálogo y al disenso. El centro educativo de Bruselas donde se ambienta este filme, al que acuden una mayoría de alumnos musulmanes, supone para algunos de estos chicos, los más proclives a la radicalidad por influencia familiar, el único reducto abierto al modo de vida y a los que podemos considerar valores occidentales en sus vidas: está prohibido el velo, pero algunas alumnas han establecido ya la zona donde colocárselo antes de salir a la calle; se estudia y se tolera a Baudelaire, pero no se acepta leer poemas hedonistas si sus autores proceden del ámbito árabe (Abu Nuwas); se predica la lectura y el pensamiento crítico como camino hacia la libertad, pero el mensaje está lejos de calar en la mayoría, identificados con una cultura ajena a aquella en la que se les pretende formar.
El aula donde discurre buena parte de la obra, sobre todo en su primera mitad, es a veces un espacio de aprendizaje, pero muchas lo es también de amedrentamiento de quien se sale del camino marcado: primero una de las alumnas, Monia (Kenza Benbouchta), acosada y amenazada cada vez con mayor dureza por querer mantener su independencia frente al seguidismo radical del resto y por una homosexualidad que terminará confesando valientemente; después, también, la profesora que trata de protegerla y de incentivar el respeto del grupo, Amal (Lubna Azabal), protagonista de la película, por su implicación, su labor heroica sin exageraciones, su defensa de la libertad de enseñanza frente a padres que pretenden imponer contenidos y sus advertencias serias al resto de los profesores de que la violencia física y verbal a la que se ha llegado no es ni anecdótica ni propia de adolescentes, sino un desafío urgente y severo. Quedan retratadas, en los claustros, posturas habituales en estas circunstancias dentro y fuera de los colegios: la pasividad, la inacción, el deseo de no provocar para no encender ánimos ya encendidos.
Acierta Rhalib en el retrato de la opresión de este ambiente para ambas, del infierno en el que puede convertirse una escuela cuando el respeto no entra a clase, pero también en el refuerzo de ese infierno que pueden suponer las redes sociales: la casa de la joven amenazada, invitada a acabar con su vida por perfiles anónimos en estos canales, no es ya un lugar para descansar en paz. Paulatinamente, tampoco lo serán la tienda de alimentación de su padre, presionado para reconducir a Monia, ni la vivienda, violentamente allanada, de Amal. Cuando la presión en las aulas no da los frutos esperados, esta se expande y desborda en el terreno privado hasta no dejar a las víctimas más opción que la sumisión o la huida.
En ningún momento del filme asoma el maniqueísmo y todos sus personajes fundamentales, también la profesora, son de origen musulmán; tampoco se aprecia una pretensión especialmente didáctica en el manejo de esta historia, en tensión creciente, por parte de Rhalib: transmite una verosimilitud clara, pone sobre la mesa las muchas perspectivas vitales reunidas en una clase en la que todos podrían tener mucho más lazos que diferencias; y apunta al reto que supone, no ya formar a quienes no rechazan la violencia, sino lograr que no la ejerzan.
El desenlace de su propuesta no es feliz, no podía serlo atendiendo al grado de enfrentamiento que se alcanza (en Francia se pidió la omisión de ese final); se agradece que la película no caiga en un idealismo inexplicable, que profundice en una cuestión tan sensible sin edulcorar las posturas y que trate al espectador como adulto consciente que no confiará en las soluciones sencillas.

 

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Natalia López de la Oliva

NOMBRE: Natalia
APELLIDOS: López de la Oliva Mena
LUGAR DE NACIMIENTO: Ciudad Real
FECHA DE NACIMIENTO: 1998
PROFESIÓN: Artista
 
 
La labor de la Galería Herrero de Tejada dando a conocer la producción de jóvenes pintores nos permitió adentrarnos a principios de este año, en la obra de Natalia López de la Oliva: junto a Sergio Gómez/ Srger, Alicia Vogel y Alsino Skowronnek participó allí en la muestra colectiva “Desire Paths”, dedicada a la pervivencia del azar, lo accidental y lo incierto como punto de partida de ciertos procesos creativos y a las posibilidades de incorporar el error a dichos procesos.
Graduada en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, esta autora ha presentado asimismo exposiciones individuales en la Universidad donde se formó y las galerías madrileñas Cutto y Arniches 26, mientras que sus colectivas le han llevado a centros como el Espacio El Dorado de Quintanar de la Orden o el Museo de Cuenca, además de Herrero de Tejada, y ha participado en ferias como MARTE o By Invitation, en ambos casos este mismo año.
Se suma Natalia a nuestros Fichados porque queremos saber más de esa concepción que mantiene del arte como espacio donde cabe lo inesperado y lo imperfecto, también lo espiritual, y de las raíces de la estética potente y cruda de sus composiciones, derivada de modos de trabajo que deliberadamente huyen de lo pulido y pretendidamente excelso. La intuición juega un papel importante en sus procedimientos, al igual que la observación de lo cotidiano y sus detalles, en los que encuentra riqueza y simbolismo.
Natalia López de la Oliva. Estar sola es un vicio, 2024
Nos ha explicado López de la Oliva que, a diferencia de las experiencias que muchos artistas refieren, ella no dibujó especialmente en la infancia, sino que su interés por la creación fue más tardía y más consciente, a raíz de una cierta epifanía en su adolescencia, y hoy la considera una forma de vida, porque ninguna otra actividad le proporciona las mismas sensaciones. Si en sus composiciones encontramos espontaneidad y un carácter indómito, esos rasgos también se hacen patentes en sus respuestas. Le hemos preguntado por sus inicios: Mi interés por lo artístico no fue demasiado temprano, no era de estas niñas que dibujan mucho (y lo que dibujaba se lo copiaba a mi hermana). El interés por dibujar fue consciente y por necesidad.
A los 16 años empecé a aburrirme y a estar insatisfecha con lo que me rodeaba, con el tipo de vida que empecé a formar. No sabía muy bien cuál era la magnitud de aquello, sólo sabía que me aburría que flipas. Una noche salí de la discoteca Kavala de Tomelloso a las dos de la madrugada y me dije: “Debe haber otra cosa más que esto, NO PUEDE SER”. Tras este crack craneal, empecé a relacionarme con los edgys del pueblo y fue cuando tuve contacto con todo ese lado teórico artístico, películas raras, o el conocimiento de pintores míticos como Bacon y Rothko.
Aunque no entendía ni papa, empecé a dibujar manos rollo pinterest y pronto pasé a los monstruitos y a sacar imágenes que tenía en mi cabeza, que eran un paralelismo de cómo me sentía (el primer monstruito recuerdo dibujarlo en la mesa del instituto).
En primero de Bellas Artes ya tuve claro que quería pintar cuadros enormes (como los de Rothko). Hacía una abstracción donde le atribuía a cada mancha un símbolo. Siempre acababa haciendo unas formas que estaban muy juntas pero nunca se llegaban a tocar, colores que vibraban entre sí y mucha capa suave. Ese acercamiento torpe al dibujo, y el posterior desarrollo en la universidad, hizo que crease un lenguaje indispensable, como si hubiera aprendido chino en China, pero aprendí colores, formas, y escenas. La pintura es algo que ha crecido y que crece conmigo, que hace que comprenda el mundo de otra manera, que pueda comunicarme con él y que lo pueda descifrar.
Adivina, desvela, desea.
También expone aquello que me rodea y su problemática (directa e indirectamente). No puedo ya separarlo de mí y de mi estructura cerebral, y es algo a lo que quiero dedicar mi energía y mi acción. Me llena, me hace feliz y me hace ver cuando estoy triste. Es necesario. Desde entonces he estado dedicándome a ello naturalmente. He tenido largas épocas de ir en contra de la pintura, lo veía ridículo o incluso algo que me hacía daño por todas las exigencias que la rodean. Pero tras varios horribles intentos de trabajos normales (camarera, taquillera, bibliotecaria, dependienta, auxiliar de archivo) lo echaba de menos.
En una de estas épocas de nada, después de una explosión de realidad y de volverme absoluta tarumba, supe que debía volver a pintar y comprendí que debía profesionalizarme si quería sobrevivir, no estar muerta del asco. Hacer de ello un trabajo es una divinidad. Y una obligación. Hacer de ello un trabajo siento que lo pervierte, porque mis motivos no son monetarios, son otros. Esto es lo que me ha alejado siempre, pero debo sobrevivir y otros trabajos me enferman. Esto no solo tiene que ver con ganarse la vida sino con que no contemplo otra forma de existir.
Natalia López de la Oliva. No existen palabras que poder retorcer, 2024
Natalia López de la Oliva. No me habléis de vuestras madres, 2024
Las bases temáticas de la obra de López de la Oliva no son estáticas, pero tienen que ver con su relación con otras personas y con el mundo, con emociones, con instantes que no quiere olvidar, con la soledad y con la peor cara del ser humano. En cualquier caso, no concibe la artista pintar siempre lo mismo ni trabajar en variaciones sobre motivos comunes: La base que mueve mi pintura es la comunicación yo-los otros; universo-yo. Sé que lo fácil es la palabra, pero yo no la suelo manejar del todo. Me traduzco con imágenes y ese esquema de las letras se me hace difícil, no sé definirme inmediatamente a través de ellas, pero sí con los gestos y las escenas que imagino.
La uso para adivinar, descifrar la información del mundo de la que de otra forma no me enteraría: qué es lo que siento realmente, a qué debo estar atenta… Es mi oráculo. Muchas veces suelto cosas que aparentemente no tienen relación y luego se conectan entre sí cuando hago de ello un objeto que puedo mirar. Últimamente dibujo muchas manos retorcidas, puertas o armarios, mucha gente tumbada o mucha veladura.
Una de las cosas que más me gustan es ese momento exacto donde surge una chispa y cobran sentido todos esos elementos despiezados. Ha sido algo complejo saber con certeza qué era lo que estaba haciendo con la pintura, cuál era mi propósito, pero ahora que lo sé, sé que debo estar atenta, y sobre todo, para que esto ocurra, debo mantenerme fiel a la verdad. Intento dedicarme siempre a una narrativa honesta, a espiar a través de un agujero e intentar recrear lo que he visto desde mi escondite.
Los temas específicos que trato varían según mi contexto y situación. A veces solo retrato momentos que no quiero que se me olviden, como cuando fui a la misa con mi abuela y todas las viejas se arrodillaban y se levantaban a destiempo, que me hacía mucha gracia; el cura pimplando vino y yo pensando: “jajaj, será un borracho”.
Muchas veces pinto lo enfadada que estoy con las personas. Otras, el deseo de estar cerca de ellas: agarro mucho las manos, hago que estén casi tocándose, soltándose. Muchas cabezas en regazos. Las cabezas cayéndose del regazo. Acabo de hacer un cuadro de dos personas cagándose encima de otras tres. Las tres felices y arriba una iglesia. Este último cuadro es un poco el culmen de lo que me ha obsesionado estos meses, que es lo que yo llamo “el postmisticismo”: un escepticismo que no quiero tragarme, vergüenza, qué hay después del despertar espiritual, apatía. Me aburre siempre pintar lo mismo. Cojo de aquí de allá un poco mirándolo de reojo.
Al final sin pretenderlo suelo tratar la soledad, el enfado. La soledad elegida, la ira. La guarrería. Todo lo que sea una cerdada del ser humano. Intento ir hasta el fondo siempre. Esto hace que continuamente esté saltando. Reflexión del humano. Humor sutil, que quizá sólo entiendo yo. La huida. Si alguien al final puede entender lo que observo, me emociona, porque es lo que busco; sin esto habría una especie de lejanía.
Aunque, creo que si estuviera completamente aislada y sólo atenta al universo – yo, sin contemplar a las personas, seguiría actuando y sintiéndome acompañada.
Intento dedicarme siempre a una narrativa honesta, a espiar a través de un agujero e intentar recrear lo que he visto desde mi escondite.
Natalia López de la Oliva. Salón de Dios, 2024
Casi no hace falta especificar ya que su medio de expresión es el pictórico, por muchas razones, entre ellas la cercanía, el hábito o la posibilidad de comunicarse con cierta inmediatez. Sus formatos son diversos, y su técnica habitual, el óleo; prestad atención a sus modulaciones de lo que deseaba contar en las telas y lo que no: Elegí la pintura casi desde un principio, porque era lo que tenía al alcance. Era el paso posterior al dibujo (el dibujo fue lo primero, porque era lo más sencillo por lo que empezar).
El imaginario de una adolescente paleta sobre lo que es ser una artista inmediatamente le lleva a la figura del pintor, al óleo sobre un gran lienzo. Fue un poco un mejunje de clichés a los que me he ido arraigando. Me ha acompañado siempre por pura inercia, y ya por nostalgia no creo que lo suelte.
Uso el mismo tipo de tela que utilicé desde el primer día, el mismo procedimiento (imprimar con gesso, pintar en la pared, arrancarlo y montarlo en un bastidor). A veces cuando he tenido que hacerlo de diferente forma por rapidez me sentía mal. Inmediatamente siento que fallo a mi integridad (que no pasa nada, pero siento eso). Ahora que me he metido en el mercado del arte, he tenido que realizar pequeños cambios -que debes realizar si quieres estar ahí dentro-, y siento que si no renuncio a ciertos procedimientos me mantengo fiel. No renuncio a todo.
Tampoco he cambiado demasiado mi forma de pintar, desde mi primer cuadro grande he usado la capa, la veladura entre ellas para que el color vibre, el pincel un poco suelto para las formas, nada excesivamente minucioso; campos de color, colores complementarios, brutalidad. Pero he ido perfeccionándolo como lo seguiré haciendo en el tiempo. Creo que esto es importante, no estancarse mucho en una sola manera de pintar.
En el camino de usar la pintura he descubierto ventajas que me hacen seguir con ella:
El óleo porque es lento, es ir en contra de las exigencias de todo lo que te rodea.
Te da cierta libertad para solucionar errores o seguir pintando sobre una misma idea, siguiéndola sin perder mucho su pista.
Se juntan las diferentes etapas del cuadro un poco como un ciempiés. (Además, como no limpio los pinceles nunca, va empalmándose un color con otro y otro y otro de forma infinita entre cuadros).
Uso muy pocos pinceles, aguarrás, y papel.
Esto me viene bien porque, si no, me abruman las posibilidades, me gusta limitarme.
No le hago ascos a los tamaños. Cuando es muy grande lo siento monumental e importante, te puedes explayar más, mover todo el cuerpo a ratos. Los pequeños me sirven para exorcizar todo aquello que no funcionó en los grandes, son una extensión de ellos, lo que rescato de debajo del grande, lo que hay enterrado bajo capas y capas.
En cuanto a la técnica, empecé con la abstracción para que nadie entendiera lo que quería decir, no quería que fuera visible. Luego comencé a querer explorar realidades que no estaba contemplando y para ello debía representarlas de alguna forma un poco más fiel, más reconocible. Empecé poco a poco a implementarla.
Quería decir un poquito. Desvelar una pequeña cosa pero que fuese un poco difícil, no dejarme demasiado expuesta. Con la pintura puedo decir muchas cosas sin tener que abrir la boca y no dar demasiadas explicaciones. Puedes ocultar. Puedes inventarte lo que quieras. Me gusta ver cuando se hace físico: que todo ese pensamiento, información inconexa, esté toda junta en una forma que pueda procesar, que pueda ver. Me hace comprenderlo todo mejor.
Quería decir un poquito. Desvelar una pequeña cosa pero que fuese un poco difícil, no dejarme demasiado expuesta. Con la pintura puedo decir muchas cosas sin tener que abrir la boca.
Natalia López de la Oliva. Una mujer va con la boca abierta todo el viaje en metro, 2023
Sus referentes son diversos, artísticos pero también vitales o ligados a sus lecturas. Y se acuerda de sus amigas y mucho de una abuela que también se expresó creando, teniéndolo muy difícil: No suelo tener una biblioteca clara en mi cabeza a la que pueda acudir con claridad, guardo por ahí cosas, surgen de golpe y a veces no sé qué son. Pero hay detalles en todas las cosas, que aunque pocos, se me quedan muy adentro y recurro de alguna forma a ellos a lo largo del tiempo.
Muchas veces mis influencias son las paredes de la calle a medio pintar, desgastadas, los desconchones. Son mis propios sueños, y a veces las imágenes surgen solas. Es una reflexión del manifiesto de la literatura futurista, donde decía Marinetti que él comparaba a un pequeño fox terrier con el agua hirviendo. Son otros pintores de Instagram que ni me sé sus nombres.
A los pintores como que los miro muy rápido, o me fijo sólo en algún detalle de ellos: en cómo han puesto una línea, o si hacen muchas transparencias o si los colores son importantes o les da un poco igual. Me rondan siempre por la cabeza algunos artistas conocidos como Rothko, Josef Albers (capas, lentitud, vibración del color). Basquiat (underground autodestruido). Marc Chagall (tembleque en las formas). Joseph Beuys (punky). Remedios Varó (puedo pintar todo lo que quiera y hacerlo pasar como real).
Una de las personas que me plantó la semilla de querer hacer algo más figurativo fue Isabel Baquedano. Me quedé con la imagen de los faros de un coche, de las columnas derruidas y de ella en la cama muriéndose con unos ángeles, en pequeñito. Lo que me arrolla con más impacto es mi abuela, que en su adolescencia quería dedicarse a cantar copla y a bailar con un grupo del pueblo, pero su padre se lo prohibió y tuvo que quedarse sirviendo a un cerdo toda su vida, encerrada en casa, sometida y sin libertad. Pero siempre ha encontrado la forma de explorar su artista latente, que, aunque jamás haya sido reconocida por nadie como tal, siempre estuvo con ella. Ha escrito poemas de los momentos más terribles de su vida, tiene una tirada interminable de collages con sus fotos y la de su familia (que son un montón de cabezas cortadas que pone en otros cuerpos). Tardíamente comenzó a pintar cuadros de sus casas de campo y de su bombo, de los que está muy orgullosa…
Mis amigas han hecho de puente siempre. Cuando ellas saben algo me lo machacan entre sus dientes y viene a mí ya impoluto, reflexionado, dulce. Con sus voces. María me acercó a su pensamiento de loca. Ahí exploté, me acercó a unas realidades que no comprendía, que no me habían sido dadas, pero que podía habitar. Me acercó a una forma de pensamiento más amplia. Jodorowsky y el pensamiento mágico. Jacobo Grinberg y su teoría de la Lattice. Pachita, que nos explicaba que había almas vagando arriba deseosas de tener un cuerpo. María Sabina, que se masticaba un puñao de trufas para los rituales de sanación.
Leopoldo María Panero, amando y odiando con todo su ser a su madre, y aquel poema que leí al azar en la biblioteca, de Cecilia Vicuña a su AMADA “amiga”, en el que le decía, entre otras cosas, “no puedes ni siquiera desear acariciarme”.
Yo que sé. Me quedé tiesa en la silla esa.
Natalia López de la Oliva. No me creo nada, soy escéptica, soy crédula, 2024
Natalia López de la Oliva. Todas las viejas arrodillándose a destiempo, 2024
Más que articular proyectos, Natalia desarrolla composiciones individuales. Nos habla de su trabajo en torno al monumento del Sagrado Corazón de Cuenca y de pinturas muy recientes en las que ha volcado emociones: Hay un proyecto que hice en cuarto de carrera al que recuerdo con cariño, que aparentemente no tiene nada que ver con la pintura pero creo que puede ayudar a entender de qué forma la utilizo y cómo me muevo por ella. Es el proyecto del Cristo.
Mi lenguaje, como ya he dicho, es desfragmentado, no es continuo. Para hacer un discurso coherente debo reposar frases sueltas durante días, apuntarlas y luego rejuntarlas. A veces me grabo vídeos hablando, que se parecen más a un par de escupitajos sin sentido, así que los edito hasta formar un monólogo que se pueda entender. Primero lo suelto y luego lo pienso.
El proyecto consistió en subir durante unos meses al Cristo, con un propósito. Me refiero al Monumento del Sagrado Corazón de Jesús, que está en lo alto de una colina en Cuenca. Lo que hice fue lanzar letras aparentemente sueltas durante esos meses, que al final formarían una frase. Escribía la letra correspondiente con ese día en una tela grande, y la llevaba arrastras todo el camino hasta el Cristo. Cuando llegaba, la estiraba, le hacía una foto y me quedaba ahí un rato pensando. Entonces, claro, tardé unos cuatro meses en articular una frase.
La frase era “Mi abuela se fue a ver a un muerto, y se llevó un solo pañuelo”. Es algo que escribí cuando estuve cuidando a mi abuelo, porque ella se fue a un funeral con un pañuelo en el bolsillo. Mi abuelo tenía alzheimer ya avanzado y estaba enfrente de él, me miraba extraño, sonaba de fondo una cinta de Rafael Farina y empecé a escribir para distraerme de lo que sentía en ese momento.
Ese acto era sacrificio puro, misterio y compromiso. Su terminación, el resultado cuando lo miran otros, cuando lo miro yo, es inmediato, silencioso. Está armado todo en un aparente segundo.
Lo que hago con la pintura no son proyectos como tal, porque lo que me gusta es plantar cuadros al azar, ordenarlos con el tiempo y pensar en lo que ha ocurrido, por lo que mis proyectos podrían denominarse en realidad “épocas”. Una de esas épocas, que considero muy importante, es aquella que me llevó a pintar de nuevo hace un año. Estuve dos años dejándolo de lado, y de golpe me propuse volver por pura necesidad.
En esos dos años había estado completamente perdida, pero hubo una explosión, y llegué a la conclusión de que debía adentrarme hacia lo más oscuro de mi persona, aceptarlo, y hacer algo con ello. Armé un plan que consistió en estar varios meses “yendo hasta el fondo”. Me volví completamente loca, obsesiva, paranoica, tuve algún delirio. (Todo aquello era roña que debía sacar, pero volví). En esa vuelta supe que debía volver a pintar e intentar que aquello fuese el rumbo de mi existencia.
Me mudé de ciudad y me propuse hacer una serie de cuadros que narrasen todo lo que había visto, lo que había vivido: la fe, la desesperación, la incógnita, la certeza.
Los cuadros que hice me ayudaron a comprender todo aquello. Todas estas pinturas se reunieron en la galería Arniches de Madrid, en una muestra comisariada por Roberto Majano.
Natalia López de la Oliva. Si no digo algo espectacular, todos se olvidarán de mí. Arniches 26
Natalia López de la Oliva. Gente muerta vive, 2024
Su momento actual está abierto a la redefinición y al divertimento: Ya he sobrepasado esa “época-proyecto” y he podido deshacerme de todo aquello que no deseo que forme parte de mí. (Más o menos, es que ahora mismo estoy en la contradicción).
Estoy en todo el meollo de descubrir de qué manera puedo disfrutar de la pintura. Nunca la he disfrutado del todo, porque es algo muy unido a mí y hace que me replantee mi alrededor y a mí misma (y tengo un monólogo interno un poco autodestructivo). Me propuse estar cinco meses encerrada hasta descubrir la mejor forma de comunicarme a través de ella.
He descubierto que no debo tomármelo en serio, rebajar su importancia y divertirme con ella, que signifique algo divertido la mayoría del tiempo y no llenarla de teorías sobre su concepto incomibles, inalcanzables, o serias. Es una herramienta y punto, lo que hay detrás es lo que importa, o no. Intento descubrir qué es lo que me define y no abandonarlo por lo que se supone que debería ser un pintor, qué cualidades debe tener, cómo debe pintar, cómo debe relacionarse o cómo debe pensar.
Uso la pintura para intentar encontrar un lugar propio, como excusa para el pensamiento. En esta época he reflexionado incansablemente sobre la soledad, sobre si debo mostrar a mi persona o no, (que sí). Y ha hecho que reconecte con una lucha personal que tenía apartada, que es reivindicar mi guarrería y mi estupidez; es la forma de proceder que yo tengo, la ausencia de intelectualismo me perpetúa.
Podéis seguir los pasos de Natalia en Instagram: @lott.kk.cancelada
Natalia López de la Oliva. Pffffffwrs no voy a abrir la boca, 2024
Natalia López de la Oliva. La Isabel veía muchas palomas blancas, 2024
 
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José de Madrazo, fragmentos de un discurso político

Jacques-Louis David fue coetáneo a Goya (vivió entre 1748 y 1825, el año que viene se recordará el bicentenario de su muerte) y tuvo en común con él su muerte en el exilio; forzado en el caso del francés e inducido en el del español. Hay que recordar que la noción del compromiso político de los artistas, en Francia y no solo, tuvo mucho que ver con la propia Revolución de 1789: David y otros se involucraron en ella como ciudadanos y reconocemos sus creencias en su pintura; fue diputado jacobino, amigo de revolucionarios y partidario de Robespierre, e intervino asimismo, de forma muy directa, en la supresión de las Academias. Es posible interpretar sus imágenes como crónicas de esa década violenta.
A la caída de Robespierre estuvo el pintor, incluso, a punto de ser guillotinado, pero se pudo reintegrar en la vida pública al lograr congraciarse con Napoleón, al que retrató desde un enfoque muy próximo a la propaganda. En definitiva, fue David un relator de la actualidad, consciente de que el arte podía llegar a influir en la sociedad si le dirigía determinados mensajes por ciertos caminos, uno de ellos el de la apelación a la Antigüedad.
Su estilo lo depuró en Roma, la ciudad donde podemos decir que se hizo primitivo y donde llevó a cabo El juramento de los horacios (1784-1785), una obra que conmocionó entre la sociedad galante por su asunto bélico y clásico, que remite a la primitiva capital imperial: tradicionalmente el Imperio romano había interesado a Occidente, pero no tanto sus primeros tiempos como su decadencia y auge posterior. David sí buscaba aquellas raíces, inspirándose en Horacio, de Pierre Corneille, una pieza dramática dedicada a aquel momento.
No sería ese, como es sabido, su único juramento pintado: en 1789 realizó su inacabado Juramento del Jeu de Paume; recreó una reunión de la convención, la pugna entre las exigencias revolucionarias de la burguesía y los estamentos tradicionales; los instantes en que la insatisfacción popular se concretaba cuando se intentó modificar la Asamblea, los burgueses fueron expulsados, se reunieron en el citado Salón del Jeu de Paume y constituyeron la suya propia, sin jerarquía ni órdenes. Traslada David un episodio de la Antigua Roma a la actualidad: los asamblearios juramentan; en el centro vemos a un aristócrata, un sacerdote y un fraile abrazados, probablemente anticipando el desastre que se avecinaba.
El pintor llegó a contar con un taller en el que se formaron centenares de alumnos de toda Europa; entre muchos otros, fue maestro en París de José de Madrazo, que también consolidó en Italia esas enseñanzas, trabajó a fondo en torno a ese motivo del juramento y sería el primer pintor en dirigir el Museo del Prado, durante casi veinte años: entre 1838 y 1857. A él le dedica la pinacoteca, en la sala 60 de su edificio Villanueva, una exhibición comisariada por Carlos G. Navarro, conservador del Área de Pintura del siglo XIX, que precisamente repasa la compleja evolución ideológica de este autor, el fundador de la célebre saga, a partir de los fondos de la Colección Daza-Madrazo, que forma parte del acervo del centro desde hace casi dos décadas.
Imagen de la sala de exposición Juramentos de Papel. Fotografía: © Museo Nacional del Prado
La muestra, titulada “Juramentos de papel. El pacto ciudadano en los dibujos de José de Madrazo”, cuenta con una docena de composiciones -seleccionadas entre más de trescientos dibujos- que dan cuenta de la honda influencia de David en su trayectoria, de su atención a la estatuaria grecorromana -muy evidente en los estudios anatómicos- y de su particular interpretación de ese tema querido por su mentor, el del juramento y el simbolismo que implicaba; no es ninguna anécdota que, cuando uno y otro separaron sus caminos, David obsequiara a Madrazo con un dibujo preparatorio para el Juramento del Jeu de Paume.
Asuntos abordados por el artífice de La muerte de Marat, como la virtud, el heroísmo y la resistencia, que aluden a ciertos episodios de la historia antigua pero podían ser leídos a la luz de la contemporaneidad, se encuentran latentes en escenas como La muerte de Viriato, La destrucción de Numancia o La muerte de Lucrecia, composiciones de evidente valor estético, pero también significado político en relación con su propio contexto.
Por otro lado, esta exposición quiere profundizar, atendiendo a esas cuestiones, en un proceso creativo que en su caso no respondería a una mera indagación formal, sino también a esas inquietudes pegadas a la actualidad: detectaremos cómo adaptó a diferentes iconografías esa simbología del juramento, poniéndola al servicio de las concepciones contemporáneas de pacto ciudadano y de identidad nacional, del mismo modo que en David hacía referencia al patriotismo y las virtudes cívicas que se esperaba acompañaran el fin del Antiguo Régimen. En el caso del español, el gesto adquiriría quizá una mayor diversidad de interpretaciones en relación con el devenir político.
José de Madrazo. Modellino para La muerte de Lucrecia y el juramento de Bruto, hacia 1804. Museo Nacional del Prado
José de Madrazo. Estudio de dos hombres desnudos para La muerte de Lucrecia y el juramento de Bruto, hacia 1804. Museo Nacional del Prado
Podemos entender que en La muerte de Lucrecia la concepción del juramento en Madrazo resulta similar a la que había podido aprehender de su maestro, pero ya en los también citados Muerte de Viriato y la Destrucción de Numancia su significado será otro, ligado a la oposición popular a la entrada en España de Napoleón y sus tropas. Ese discurso alcanzaría su punto culminante en la composición Heroísmo de la ciudad de Santander, en la que dicho juramento alude a la fidelidad a Fernando VII. Sabemos que dedicó una gran pintura a la jura de la Constitución de este último, pero no se ha conservado y no quedan de ella pistas gráficas; en todo caso, y parafraseando a Barthes, los dibujos reunidos podrían entenderse como fragmentos de un discurso político.
La primera pieza en la exposición es un modellino para La muerte de Lucrecia y el juramento de Bruto, que evoca el episodio tenido por germen de la República romana: Lucrecio, Colatino, Publio Valerio y Bruto juran venganza después de que ella se suicidara tras ser violada por el hijo del último monarca de Roma. El estilo declamativo de la imagen tiene que ver, desde luego, con David, pero también con el teatro neoclásico que el artista había visto en París. Contemplaremos, asimismo, un estudio de dos hombres desnudos para la misma pieza, donde se hace evidente su mirada a la estatuaria clásica, aunque en las telas acabadas restara monumentalidad a las figuras.
José de Madrazo. Modellino para La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos, hacia 1807. Museo Nacional del Prado
José de Madrazo. Estudio de desnudo masculino de perfil con un puñal en alto para La muerte de Viriato, hacia 1807. Museo Nacional del Prado
Tres ensayos convergen en la muestra en torno a La muerte de Viriato, cuya pintura original se conserva igualmente en el Prado: un modellino, un estudio de desnudo masculino de perfil y con puñal en alto y un estudio de dos hombres abrazados. En el primero, como en la obra última, vemos el momento en que los lusitanos hallan el cadáver del pastor, que fue asesinado por generales propios sobornados por Roma: unos lloran por su muerte o por su propio futuro, dos juran venganza con sus espadas. Frente a las lecturas favorables a Roma de los trabajos de David, Madrazo ensalza aquí la resistencia de los pueblos prerromanos.
En cuanto a los estudios corporales, dan fe del estudio minucioso de la corporalidad de cada individuo y de la posición de sus miembros; frente a Mengs, abogaba el autor cántabro por el estilo sintético y expresivo que pudo encontrar en David. En ocasiones, replicaba o contestaba poses conocidas de figuras antiguas.
La destrucción de Numancia centra también tres dibujos: un modellino, un estudio de hombre alzando una cadena y portando una espada y otro de un hombre con antorcha y espada. El relato de la resistencia numantina cobró popularidad a principios del siglo XIX al servicio del contexto español de entonces, pese a que el juramento ciudadano es aquí destructor: los habitantes de esta ciudad decidieron acabar con sus vidas antes que rendirse al invasor.
Quien levanta una cadena en ese estudio es el caudillo Megara, en absoluto idealizado y constantes sus rasgos en unos y otros esbozos (la espada alude a esa autoaniquilación); el del hombre con antorcha remite a la respuesta de los numantinos a su alocución, que Madrazo estudió muy a fondo enlazándola con la iconografía del juramento en un renovado sentido político.
Por último, veremos en el Prado un segundo modellino para La disputa entre griegos y troyanos por el cuerpo de Patroclo, cuya gestualidad bebe de la que había admirado en el Gladiador Borghese que pudo examinar en París; dos composiciones preparatorias para Heroísmo de la ciudad de Santander, en referencia a la insurrección de la ciudad ante los franceses, comandada por un Velarde al que él mismo conocía (en la segunda incorpora al obispo Rafael Menéndez de Luarca, regente de Cantabria, como señal de fidelidad a Fernando VII); y la única obra en la sala que no corresponde a Madrazo: Tres hombres admirando el Gladiador a la luz de una candela, un grabado de William Pether a partir de un lienzo de Wright of Derby. Da cuenta de una fascinación generalizada por ese Gladiador del Louvre entre los artistas de este momento, que tomaron su musculatura y gestualidad como fuente de inspiración.
José de Madrazo. Heroísmo de la ciudad de Santander, hacia 1816. Museo Nacional del Prado
 
 
“Juramentos de papel. El pacto ciudadano en los dibujos de José de Madrazo”
MUSEO NACIONAL DEL PRADO
Paseo del Prado, s/n
Madrid
Del 6 de noviembre de 2024 al 2 de marzo de 2025
 
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Crece la desconfianza hacia Mazón mientras más voces piden al Gobierno tomar el mando en València

España enfrenta una de sus peores tragedias. La DANA ha dejado cientos de muertos, una cifra indeterminada de desaparecidos, localidades devastadas donde la ayuda aún no llega o es insuficiente y una evidente descoordinación administrativa. ¿Pero por qué tarda tanto en llegar la ayuda? ¿O por qué no se ha decretado el estado de alarma? En este video, vamos a tratar de explicarlo.

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Estos son los hechos de la investigación a Alberto González Amador, pareja de Ayuso

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