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*Por Emilia Yugovich

 

En una colina de la patagónica ciudad de Bariloche, rodeados por bosques, montañas y lagos, los dueños de los grupos empresariales más importantes e influyentes de la Argentina, se juntaron la semana pasada para debatir sobre el futuro del país vecino. Se trata del Foro Llao Llao, un evento que se realiza cada año en el exclusivo hotel del mismo nombre, en el que los mayores propietarios de tierras destinadas al agronegocio, desarrolladoras inmobiliarias, compañías tecnológicas, medios de comunicación, bancos, entre otros, discuten a puertas cerradas, sobre temas políticos, sociales y económicos, vinculados a sus intereses.  

 

 

Una nota importante para la representación mental que vamos a hacernos del evento es que: es un foro secreto. Rige la regla Chatham House, una regla del instituto Chatham de Inglaterra que establece que, las personas participantes de estos espacios de discusión, pueden usar la información obtenida durante los debates, pero no pueden revelar la identidad de quienes las comparten o de otras personas que asisten. El objetivo de esta regla es generar un clima de confianza para un mejor intercambio de ideas. Sería algo así como, generar un espacio seguro para que, los señores y señoritos de las élites económicas que asisten al evento, en el que juegan partidas de golf, caminan por el bosque o charlan en torno a la chimenea, puedan opinar libremente sobre temas que podrían incomodar, por decirlo delicadamente, a otros sectores sociales. 

 

En esta ocasión, con los astros alineados a la derecha, fueron invitados los presidentes Javier Milei, Luis Lacalle Pou y Santiago Peña. Sus exposiciones, al menos parcialmente, sí fueron difundidas. Milei trató de héroes “a los verdaderos creadores de la riqueza” , los dueños del capital argentino y se comprometió a generar las garantías para que estos señores puedan cumplir con el heróico llamado a la privatización. Salió, por supuesto, ovacionado. El presidente uruguayo también hizo lo suyo pero no vamos a dedicarle hoy tanto tiempo, mientras que, a Santiago Peña y los catorce minutos difundidos de su participación, le van dirigidas las líneas que siguen. 

 

En su exposición, destacó ciertas condiciones que hacen que el  Paraguay se encuentre, a decir suyo, en un momento interesante. Se refirió, a la baja presión tributaria que le permitió al Paraguay convertirse, durante los últimos veinte años, en un destino accesible para las inversiones; a la importancia geoestratégica del país en términos de comunicación, energía y centro logístico para la producción en la región y; a los valores conservadores que son hegemónicos en la sociedad paraguaya y, que son la garantía de un no rotundo a cualquier intento de cambio que favorezca a la legalización del aborto o del matrimonio entre personas del mismo sexo. 

 

Por acá ya sabemos que, el lugar geográfico que ocupa el Paraguay permite su explotación como centro logístico de los negocios internacionales, de hecho, en sus casi ochenta años de gobierno, la Asociación Nacional Republicana ha sabido  destinar esfuerzos en ese sentido, para convertir nuestro territorio en un centro de operación logística del narcotráfico y del tráfico de armas; también sabemos que la baja presión tributaria que tan bien hace a los inversionistas y productores, es una de las razones por las que el estado no puede financiar suficientemente sus políticas públicas; así como tampoco es una novedad que el capital se resista a reconocer a otros tipos de familias que no sean las heterosexuales, pues ¿qué otra institución cumpliría la función de reproducir fuerza de trabajo y garantizar su subsistencia, de regular y controlar a los cuerpos con útero, de garantizar la transmisión del patrimonio de generación en generación y, de convertirse en una unidad de consumo de bienes producidos a la medida de ellas? Se les caería todo, claro.  

 

También sabemos que, los procesos históricos de configuración de desigualdades y privilegios se forjan con violencia y se sostienen con violencia también, desde las más imperceptibles hasta las que apagan nuestras vidas. Ellos también lo saben y seguramente asienten con la cabeza mientras beben algún whisky fino y se dicen unos a otros que, no todas las personas deberían acceder a la universidad o que, la salud es para quien pueda pagarla, que los recursos son para explotarlos, o que la familia es sagrada, cuestiones básicas para garantizar que a los negocios les siga yendo bien. 

 

Entonces, ¿son nuestras vidas el costo de sus ganancias?; la respuesta creo que está por ahí, en el pasillo de un hospital por ejemplo, en el que tal vez esta mañana, una mujer fue mal atendida por ser joven, madre y estar soltera o, en el que quizás una madre esté recibiendo la noticia de que se acabaron los medicamentos oncológicos que su hija necesita recibir; o en la chacra abandonada de una familia campesina que tuvo que, entre humo y agrotóxicos, migrar a Asunción; o en la pareja de lesbianas que tuvo que cambiar a su hijo de escuela; en las horas de espera en la parada del bus; en esa chica que no pudo seguir estudiando en la universidad. En definitiva, ese es el modelo que reivindican Santiago Peña, el cartismo, los ochenta años de gobierno colorado y aquellos señores en las montañas, el modelo que se funda en privilegios y desigualdades como las dos caras de la moneda en la que cotizan sus inversiones. 

 


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